Trabajar bien

AutorManuel Martínez de Aguirre Aldaz
Páginas29-82
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II. TRABAJAR BIEN
1. INTRODUCCIÓN
La primera parte de la obra se dedica a una materia que (quizá porque se da
por supuesta) no suele tratarse con detalle en los textos de deontología jurídica:
que hay que trabajar bien. La primera obligación de un profesional es realizar
bien su trabajo. Para alabar algo bien hecho se dice que está hecho profesional-
mente, de la misma forma que para pedir un alto nivel de calidad en el trabajo
decimos que queremos algo profesional.
Como opción expositiva, se va a tratar esta materia no de una forma sistemáti-
ca sino descriptiva: nos aproximaremos al deber de trabajar bien desde diferentes
perspectivas (asumiendo que esta aproximación pueda suponer alguna repeti-
ción o solapamiento) 19. Para ello abordaremos tres aspectos:
A. La actitud ante el trabajo, es decir, el deseo de trabajar bien (la ilusión
profesional). Al comenzar el trabajo profesional se tiene la disposición
(normal en los que acceden al mercado laboral tras finalizar sus estu-
dios) de hacer bien el trabajo. Trataremos de las circunstancias que pue-
den desmotivar y de vías que pueden ayudar a recuperar la ilusión profe-
sional (o la decisión de trabajar bien).
B. Después de hablar de la motivación, afrontaremos cómo un profesional
del derecho hace bien el trabajo. Seguiremos dos líneas (que podríamos
calificar de estática y dinámica). Para la primera, nos servirán los tres
primeros preceptos del “Decálogo del abogado” de Eduardo J. Couture
(estudia, piensa, trabaja). El desarrollo de la segunda línea, después de
dejar sentada la necesidad de averiguar la verdad (averiguar los hechos,
lo que realmente ha pasado) como presupuesto para la aplicación del
derecho, seguirá el itinerario de los problemas jurídicos: la prevención
de los problemas; la posibilidad de solución extrajudicial cuando ya han
aparecido; y, finalmente, la actuación en el proceso.
19 Será fácil darse cuenta de que mucho de lo que se dice tiene detrás una o varias historias, que
unas veces aflorarán y otras permanecerán ocultas (o se contarán en las clases), por lo que la exposición
puede adoptar en ocasiones un tono coloquial que podría dar lugar a pensar que se están contando batalli-
tas. Aunque no faltan anécdotas para contar, lo aquí escrito se considera no solo útil, sino que merece ser
aprendido. La intención es prevenir frente a malas prácticas (lamentablemente frecuentes) y orientar en
la realización de una buena labor (las historias y anécdotas se añaden para ayudar a retener las ideas o para
ilustrarlas).
Manuel Martínez de Aguirre Aldaz
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C. Por último, se harán algunas consideraciones sobre conocimientos y ha-
bilidades instrumentales como la escritura y la oratoria (por así decirlo,
el acabado del trabajo).
2. ACTITUD ANTE EL TRABAJO
Puede parecer una perogrullada: para hacer algo bien es importante tener
–desde el principio, y luego mantenerla– la intención de hacerlo bien 20. Los pro-
fesionales (también los del ámbito jurídico) tienen habitualmente la intención
–al menos implícita– de sacar adelante su trabajo de una forma digna. Salvo casos
o circunstancias muy particulares, no se suele abordar un trabajo con la inten-
ción de hacerlo mal. Pero no es extraño conformarse después con menos si van
surgiendo dificultades y el trabajo se vuelve más costoso o largo de lo que se pre-
veía. Dejamos así apuntada una de las dificultades para hacer bien el trabajo (el
cansancio), que nos habla de la necesidad de mantener la tensión para acabarlo
bien y no “por derribo”, para “quitárnoslo de encima”, como una enojosa aunque
ineludible obligación.
La actitud ante el trabajo también depende de la etapa profesional. En la pri-
mera temporada de la vida profesional se tiene –salvo excepciones– la intención
de hacer un buen trabajo, y resulta fácil dedicar muchas horas para hacerlo bien
porque es una dedicación que no cuesta esfuerzo. Se tiene entusiasmo por la no-
vedad de la tarea: hemos dejado de estudiar (¡por fin!) y hacemos algo diferente;
seguramente estimula tener un asunto vivo, con personas reales que están intere-
sadas, y quizá agrada la variedad de tener simultáneamente dos o tres asuntos y po-
der cambiar a otro cuando nos cansamos de uno; además, comenzamos a sentirnos
útiles para la sociedad porque somos conscientes de hacer algo que sirve a otros,
que es valorado y por lo que nos pagan (quizá no mucho, pero recibimos una retri-
bución); también contribuye el sentir con viveza la tensión de tener que acabar el
asunto o presentar un escrito para una fecha determinada, nos incentiva la variedad
de cosas prácticas que tenemos que aprender, así como un no corto etcétera.
Uno de los riesgos en esos primeros meses (que también pueden ser años) es
el de los altibajos en el ánimo –en la autoestima–, al magnificar los éxitos o fraca-
sos iniciales pensando que se es “un triunfador” o “un fracasado”. Esa impresión
solo responde a la propia vanidad. Los que nos tratan no nos ven así (para todos
ellos somos unos principiantes, quizá prometedores, pero que tienen que curtirse
en el trabajo). Resulta curioso observar lo fácil que es mantener el sentido de la
proporción sobre lo que les pasa a los demás (advertir que en la vida profesional
se tienen muchos éxitos y fracasos y que hay que ver bastantes resultados para va-
20 El contenido de este apartado está orientado a todos aquellos graduados que se van a incorporar
al mercado laboral. No se tratará, por tanto, sobre la responsabilidad de los directivos de generar las condi-
ciones oportunas para facilitar esta actitud en las personas que dependen de ellos.
Deontología jurídica práctica
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lorar a una persona) y, por contraste, constatar lo difícil que resulta aplicar esto a
uno mismo. Ante los éxitos de uno que empieza, como mucho se dice (emplean-
do argot taurino) que apunta maneras; y ante los fracasos se mira si se crece ante el
castigo –si reacciona procurando hacerlo mejor– o si le falta casta. Los primeros re-
sultados ni tienen la importancia que el que comienza suele darles, ni generan el
prestigio o desprestigio profesional que el principiante supone. Hace falta tiempo
y muchos éxitos o fracasos para crearse una fama o un prestigio profesional (y,
es cierto, la mala fama no suele esperar tanto). Además, esa fama puede cambiar
–mejorarse, perderse o recuperarse–, porque va modificándose con los resultados
sucesivos: el prestigio profesional es dinámico.
Esta primera fase de entusiasmo por el trabajo acaba pasando 21. Transcurridos
unos cuantos meses o años –y dependiendo del tipo de tarea– puede (no nece-
sariamente) empezar a aparecer la monotonía de lo repetitivo, el tedio de una
labor que –quizá por considerarla superficialmente– nos parece siempre igual.
El entusiasmo disminuye y ya no supera el cansancio que produce la tarea que
tenemos obligación de hacer: el gusto por el trabajo ya no arrastra todo lo demás.
Esta situación en ocasiones puede ser consecuencia de la falta de un adecuado
descanso; de entregarse a la tarea sin considerar nada más, sin expectativas fue-
ra de la dedicación profesional; del abandono o de la desatención a facetas más
profundas que acaba generando una insatisfacción de fondo; o por otras razones.
Quizá entonces adquieren relieve algunas circunstancias desmotivadoras: un
jefe con un carácter o unos defectos que hacen dificultoso el trabajo con él, o un
compañero de trabajo con el que es difícil congeniar o con el que no nos senti-
mos a gusto… Ante estas dificultades relacionales habrá que aprender a gestionar
las relaciones y asumir la necesidad de colaborar y trabajar con gente que no nos
cae bien (para lo que suele resultar útil recurrir a las normas de educación y al
trato social respetuoso, que marca reglas y compone un marco de convivencia con
ciertas distancias que disminuye las fricciones); y habrá que aprender también a
lidiar con distintos tipos de jefes, sin idealizarlos ni demonizarlos 22.
No hay que confundir la desmotivación (que es algo más profundo y dura-
dero) con los altibajos periódicos sobre el gusto por el trabajo profesional o con
la facilidad o dificultad momentánea que podemos sentir al hacer nuestra labor.
Tener estos altibajos es algo bastante normal, pasajero, y no hay que darle mayor
importancia. Porque hay momentos de gusto y facilidad y otros en que la tarea se
presenta cuesta arriba 23.
21 Aunque no de una forma definitiva, porque no es difícil que se vuelva a sentir (aunque en me-
nor medida) en posteriores cambios profesionales, ante el reto de una tarea nueva, en un entorno diferen-
te... Y se dice en menor medida porque el horizonte personal también cambia y, además, se va adquiriendo
perspectiva, de forma que el trabajo profesional ya no es algo absoluto a lo que se supedita todo lo demás.
22 Esto es más fácil de decir que de hacer, pero es la vía, y hay que proponerse recorrerla con el
esfuerzo que sea necesario.
23 Igual que pasa con el aprendizaje de lenguas extranjeras: unos días parece que sale todo y otros
parece que hemos olvidado todo y no sale nada.

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