La trabajadora social del Sistema P

AutorMart
CargoMONOGR

Sumario. 1. Introducción. 2. Autoconocimiento e imagen de la trabajadora social del Sistema Público de Servicios Sociales: relaciones, atribuciones, asunciones e (in)comodidades. 2.1. Un selfie con el sujeto de intervención, persona usuaria o ciudadano. 2.2. Un selfie con otras compañeras de viaje: la Psicología y la Educación Social. 2.3. Un selfie con la sociedad y los medios de comunicación. 3. La Institución de Servicios Sociales: del deseo de universalidad al hecho benéfico-asistencial en un contexto neoliberal y mercantilizado. 4. Un posible selfie: la trabajadora social subalterna. 5. A modo de conclusión. 6. Referencias bibliográficas.

[en] The social worker of the Public System of Social Services: some selfies for the knowledge and the enunciation

  1. Introducción

    La metáfora del selfie nos sitúa en una práctica fotográfica cada vez más arraigada en este segundo milenio, en la que se privilegia y se busca la enunciación en primera persona. Fotógrafo y fotografiado son esa misma persona, lo que da ciertas garantías a la autenticidad de la imagen. Ya hay toda una semiótica de esta práctica inscrita en la cultura visual digital, que nos señala alguno de sus rasgos característicos (Broullón-Lozano, 2015): la imprevisibilidad e inmediatez; la predilección por el autorretrato en espacios y/o costumbres populares y haceres cotidianos; el reclamo de atención y su intención de mantener futuras comunicaciones; "la producción de contenidos que, gracias a unos dispositivos instalados en la vida cotidiana y en los espacios íntimos, garantizaría el libre acceso y la libre creación frente a las grandes instituciones discursivas" (p. 229). El selfie nos remite a lo común y lo cotidiano.

    En este mismo sentido, el texto que presentamos pretende mostrar una serie de imágenes cotidianas--porque lo cotidiano constituye al Trabajo Social--y contenidos producidos por las propias autoras del selfie: las trabajadoras sociales del Sistema Público de Servicios Sociales. Así, conoceremos las imágenes que dicen de sí mismas y constituyen el día a día de la profesión en un contexto concreto y a menudo tintado de la inmediatez e imprevisibilidad propia de esta práctica fotográfica; identificaremos a otros personajes que participan activamente en esa cotidianidad y en aquel espacio íntimo donde la trabajadora social es y hace; profundizaremos en cada detalle, textura, composición y color de cada discurso creado libremente a partir de cada dispositivo fotográfico y conocimiento propio.

    Hablar desde la perspectiva de una misma o mostrar la propia imagen puede parecernos un acto narcisista o que causa cierto rubor, sobre todo a tantas mujeres acostumbradas al cuidado del otro y desacostumbradas al cuidado de sí. Pero sabemos que estas cuestiones sobre la imagen del Trabajo Social son apenas incipientes en el contexto español en comparación con la producción científica que, en las últimas décadas, podemos encontrar en el mundo anglosajón (4). Y qué decir tiene si miramos a nuestro alrededor, al resto de disciplinas y profesiones que forman parte de los otros sistemas de protección social.

    Sin olvidar que toda construcción personal y/o profesional nos refiere ineludiblemente a la relación con el otro--y de ese otro también hablaremos--, estas líneas se proponen como un ejercicio de auto-conocimiento y enunciación--el selfie está hecho para socializarse e interactuar--a partir de las reflexiones contenidas en 20 entrevistas en profundidad (5) a profesionales de Trabajo Social del Sistema Público de Servicios Sociales de distintos distritos de la ciudad de Madrid, que forman parte de una investigación más amplia en curso.

    El cuidado de sí, al estilo de Sócrates en Alcibíades, no refiere a una mirada sobre una misma--y en este caso al quehacer profesional--para controlar, dominar o aumentar las solideces; la mirada sobre una misma habilita y pretende ganarle un margen a la libertad, es una mirada que contiene pero no juzga y en la medida en que somos conscientes y nos ubicamos en la realidad más conscientemente podremos modularnos a nosotras mismas y vivir este cuidado/autoconocimiento como un ejercicio político.

  2. Autoconocimiento e imagen de la trabajadora social del Sistema Público de Servicios Sociales: relaciones, atribuciones, asunciones e (in)comodidades

    Quién soy yo, quién es la trabajadora social, quién es la trabajadora social en el Sistema público de Servicios Sociales son preguntas que nos permiten profundizar en la subjetividad de la persona interrogada y son preguntas que indagan como el selfie en el "yo, aquí y ahora" (6). Y sus respuestas se debaten entre los elementos de la configuración identitaria, esa tendencia hacia lo estable, lo seguro y la protección, aquello que da estructura y referencia y permite confrontar con la otredad, y la vida que no se deja atrapar, que fluye a su antojo y nos vuelve del revés. Si como nos dice Manuel Cruz (1996), el ser humano no es nada por naturaleza, y en todo caso lo esencial es su capacidad de apertura y su capacidad de modular-se, tomar conciencia de la profesión nos puede abrir, y este es nuestro deseo, a nuevas maneras de estar y hacer en el mundo social.

    El ideal de mí misma o el ideal profesional--ese selfie que quiere comunicar algo reconocido--se construye a partir de todas las experiencias de aceptación y rechazo que se van acumulando a lo largo del tiempo en la interacción con los otros y la sociedad. Y, a veces, ese ideal nos puede obligar a rechazar u ocultar algo que se expresa en mí. Todo lo que sea salirse del ideal deriva en miedo al rechazo, a la soledad, etcétera. No ser conscientes de aquello que elijo y aquello que los otros eligen por mí y yo acepto para formar parte, puede generar una profunda insatisfacción.

    Si la dinámica del reconocimiento implica, por un lado, una existencia, un lugar para estar y hacer, y, por otro, que esa existencia sea valorada, el quid de la cuestión es saber en qué se basa ese reconocimiento y qué produce el intercambio entre imágenes en la configuración de una profesión como la del Trabajo Social. Pues convenimos con Berger y Luckmann (2005) en que el "yo es una identidad reflejada" o con Todorov (2003) en que "toda coexistencia es un reconocimiento". Y, en este caso, como dice el título del epígrafe, queremos saber qué relaciones, atribuciones o asunciones hacen sentir bien o incomodan a la profesional en el contexto nombrado.

    2.1. Un selfie con el sujeto de intervención, persona usuaria o ciudadano

    Rostros y expresiones discrepantes o perplejas predominan en esta primera imagen entre profesional y ciudadano. Es el choque entre expectativas, creencias, objetivos y presupuestos de ambos interlocutores; entre el uso, demanda y gestión de recursos (lo material) y la ansiada intervención social que ha ido perdiendo terreno y tiempo en este contexto institucional, esto es, el vínculo, la escucha, la labor socio-educativa y/o terapéutica (lo inmaterial); entre la consideración de un profesional que ayuda de forma ilimitada y la aspiración de ser reconocida como una profesional técnica que actúa bajo los límites de su conocimiento y la propia realidad. Entre una y otra banda se juegan las decepciones, los entendimientos, las divergencias y la valoración.

    Ts15: Yo creo que entre las trabajadoras sociales y los usuarios hay una escisión curiosa. Es como si los usuarios van buscando a la trabajadora social por unos motivos y las trabajadoras sociales buscan o tienen otros objetivos al encontrarse con los usuarios.

    Ts4: Yo creo que mucha gente nos mira como: '¿la trabajadora social? Sí, esa gente que te va a ayudar'. Ahora bien, no se nos reconoce como profesionales técnicos con una gran profesionalidad basada en su conocimiento técnico y científico.

    El hecho de que la profesional sea reconocida como alguien que gestiona recursos o prestaciones no deriva en una percepción negativa. Todo lo contrario. Es alguien que va a ayudar en una situación de necesidad. Por ello, las profesionales también saben que las personas que acuden a los servicios las miran bien, y se reconoce la atención y el buen trato (aunque, como en toda profesión, las experiencias relacionales pueden ser múltiples y diversas). Sin embargo, acostumbran a sentir hastío por esa identificación evidente e inmediata con la gestión de recursos y prestaciones y, de hecho, si una trabajadora social se hiciera un selfie un día cualquiera en su despacho de Servicios Sociales, la imagen que nos devolvería sería similar a la que describe Cañedo (2011).

    Consultas atestadas, con horarios voluntariamente extendidos por la trabajadora para atender a quienes aguardaban en la sala de espera. La mesa llena de formularios para solicitar una cosa o la otra, cada uno con sus requisitos y con las direcciones a las que acudir desperdigadas por agendas y repartidas, escritas apresuradamente y sobre la marcha en post-it y pequeñas hojitas de block de notas. Forzado ritmo de charla entre el usuario y la trabajadora, mil veces interrumpido por el teléfono (p. 146). Esa mirada bien intencionada de la trabajadora social como la persona que me puede conseguir alguna ayuda genera insatisfacción o resignación en la profesional, que experimenta en su interior los antagonismos del perfil gestor y emancipador. A esto nos referimos cuando decimos que en ocasiones el ideal construido o aceptado a partir de lo que los otros valoran, nos obliga a rechazar u ocultar algo que se expresa en el corazón profesional.

    Sumamos a esta imagen la exigencia y expectativa de que estas profesionales expendedoras de ayudas pueden solventar cualquier situación de necesidad--no resuelta previamente en el resto de los sistemas de protección social-. Es decir, que ostentan un poder ilimitado y omnipotente, sin considerar el sistema de dominación burocrática en el que está inserto y, menos aún, que tiene sus propias estrategias y solicitudes para el ejercicio de ese poder. Ante esta imagen, hay quienes consideran que parte...

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