La ruta extraviada. El origen de la religión en el pensamiento de Gonzalo Puente Ojea

AutorJaime Alvar Ezquerra
Páginas120-128

Este trabajo se ha realizado en el seno del grupo de investigación reconocido por la Comunidad de Madrid: Historiografía e Historia de las Religiones, subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación con el proyecto HAR2008-02434/HIST.

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Partamos hacia los campos del Ensueño, a vagar por esas azuladas colinas donde se levanta la torre abandonada de lo Sobrenatural y frescos musgos cubren amorosamente las ruinas del Idealismo...

Fantaseemos...

EÇA DE QUEIRÓS, El mandarín

Entre las inquietudes intelectuales de Gonzalo Puente Ojea el fenómeno religioso ha ocupado siempre un lugar preeminente. Ya en sus primeros escritos se manifiesta como joven pensador confesional, bien adoctrinado, que se preocupa por la autenticidad del ser cristiano.1Después, en su plenitud, tras un largo proceso de descreimiento, procede al desvelo del entramado ideológico en el que se construye el cristianismo.2A partir de ahí no tardará en encontrar la necesidad de explicarse no ya los orígenes de la creencia a la que ha pertenecido como miembro de un cuerpo social, sino que, en primer lugar, formula un pensamiento crítico en torno a la racionalidad y verosimilitud del sentido de la idea de Dios que habrá de conducirlo a una posición de ateísmo consciente y militante3y, en segundo lugar, aborda la pura esencia animista de la religión, con lo que trasciende

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la respuesta requerida por el compromiso juvenil con su fe para abarcar un planteamiento más universal del significado de la creencia en lo sobrenatural.4Su obra no se conforma con el análisis de lo inmediato, pues lo contingente lo conduce a lo general. Puente Ojea ha recorrido un itinerario fascinante marcado por la necesidad de confrontarse racionalmente con lo sobrenatural, pertrechado con la herramientas del pensamiento lógico-formal.

No es necesario en este momento realizar arqueología bibliográfica en su amplia producción, pues no es el proceso lineal que lo ha conducido a su pensamiento actual, sino su elaboración sobre los orígenes de la religiosidad, asunto que hemos de abordar ahora. En realidad, para centrar el asunto, basta con hacer espeleología en su obra sobre la idea animista de Tylor, para comprender la intensidad y plenitud de su pensamiento.5Antes de manifestar una opinión sobre un asunto de semejante trascendencia, Puente Ojea revisa la producción de la antropología clásica para rechazar las hipótesis que, sometidas a su severo proceder lógico, se tambalean por inconsistentes.

En la mayor parte de los casos, la razón por la que las propuestas tradicionales resultan inaceptables es la posición preconcebida de los autores que parten de la indiscutible existencia de Dios, de manera que la historia de la religión se convierte en el proceso del descubrimiento de lo sobrenatural por los humanos y la progresiva adquisición de la dimensión inabarcable de la ontología del Dios creador, al que se accede tras la experiencia con lo numinoso, con lo espiritual, con lo sobrenatural, hasta que la revelación divina sustrae a los seres humanos de su impotencia intelectiva, de sus insatisfactorios intentos de explicación, y los conduce al verdadero conocimiento que da respuesta a la existencia misma de la humanidad. Eximio representante de esta imagen es Evans-Pritchard,6quien en su descripción de los fenómenos religiosos sólo se preocupa por el establecimiento de los hechos sociológicos. Como indica el propio Puente Ojea: «la posición anti-evolucionista de EP en el dominio de la antropología cultural, y, en particular, en su esquema crítico del animismo... comporta inexorablemente consecuencias cruciales e irreversibles para el fenómeno religioso sometido a la investigación».7Y la más importante de esas conclusiones es la renuncia a la interrogación sobre el origen de la religión, por lo que es objeto de la ácida crítica de Puente Ojea.8La virulencia desplegada contra Evans-Pritchard tiene su justificación en el hecho de que nuestro autor lo considera uno de los grandes responsables de la tergiversación y olvido de la tesis animista de Tylor. Su recuperación es la gran empresa que se impone Puente Ojea. La síntesis de la propuesta realizada por el propio Tylor declara:

Los antiguos filósofos salvajes dieron, probablemente, su primer paso gracias a la deducción obvia de que todo hombre tiene dos cosas que le pertenecen, a saber, una vida y un fantasma. Ambos están, evidentemente, en estrecha relación con el cuerpo, la vida que le permite sentir y pensar y actuar, y el fantasma que constituye su imagen o su segundo yo; también ambos son percibidos como cosas separables del cuerpo: la vida, porque puede abandonarlo y dejarlo insensible o muerto, y el fantasma, porque puede aparecerse a gentes que se encuentran lejos de él.9

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Para Puente Ojea la correcta interpretación de esta concepción inicial no es la del dualismo metafísico que contraponga «espíritu» y «materia» -un hallazgo intelectual muy posterior-, sino la del dualismo ontológico en el que se establece la dicotomía entre «corporalidad» e «incorporalidad», dos órdenes de la «materialidad», pues en los orígenes no se concibe «lo sobrenatural» ajeno a las leyes de la física.10En el orden fenomenológico, los primeros síntomas de una concepción formalizada de otra vida tras la muerte corporal se relacionan con la existencia de rituales funerarios que expresan de una u otra manera la creencia en la supervivencia del difunto en un orden existencial diferente. Este asunto es de radical importancia para establecer los orígenes del pensamiento «religioso», extremo sobre el que debemos regresar más adelante. Con enorme lucidez, Puente Ojea sitúa en el lugar que verdaderamente le corresponde los fenómenos naturales que con frecuencia han sido y son considerados como fundamento del origen del pensamiento en poderes sobrenaturales. La cadena causal fácilmente comprensible, pero errónea, consiste en afirmar -siguiendo a Marett11y

Otto-12que son precisamente los fenómenos naturales, al suscitar miedo, los que gene-ran la necesidad de buscar una explicación que conduce al descubrimiento de esos poderes sobrenaturales que terminarán deificándose (o, dicho de otra manera, perfeccionándose hasta perfilarse en la figura del Dios Creador). En sus propias palabras: «El temor a la muerte, a la enfermedad, al hambre, a los animales, a las fuerzas naturales, etc., son las condiciones o los estímulos para que esa semilla germine y florezca en las formas religiosas de la conciencia, orientada por el apetito de la supervivencia». Para aclarar a qué se refiere con la «semilla» que ha de germinar, previamente había aclarado que: «Es un error confundir las condiciones propicias y los estímulos concomitantes para la emergencia de la religión, con la idea seminal que surge en la mente del hombre como condición de posibilidad de la creencia religiosa. Esta idea seminal -inicialmente imprecisa, que se busca a sí misma- es una invención del ser humano».13Como consecuencia de esta toma de posición, es imprescindible buscar el procedimiento inicial mediante el cual la humanidad prehistórica genera la idea de la existencia de otro mundo habitado por las «materialidades incorpóreas», es decir, la parte que permanece activa tras la muerte del cuerpo. En este sentido, «la invención de las almas -invención, a la vez, como hallazgo y como fantasía- es originalmente una operación que tiene lugar en la esfera reflexiva del ser humano».14Lo que resulta ya más discutible es la afirmación de la página siguiente según la cual esa operación es «privativa del Homo sapiens sapiens», por las razones que se señalarán más adelante. En cualquier caso, la invención animista es un producto racional generado ante experiencias inquietantes y perturbadoras, de distinta naturaleza y complejidad, que requerían una explicación.

En la réplica que Puente Ojea hace a la crítica de Lowie al animismo de Tylor15se establecen unos principios elementales para la correcta interpretación del fenómeno animista que, en sí mismo, ni implica ni prejuzga la existencia de sentimientos reli-

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giosos, pues se trata de una estructura psíquica dualista en la percepción de la realidad, por ello:

La invención animista del hombre prehistórico es probablemente la primera y fundamental formalización de la autoconciencia como condición indispensable para la propia «personalización», y la subsiguiente y paulatina «personificación» de los objetos y fuerzas de la naturaleza a través de la atribución o proyección sobre los mismos de almas, espíritus o númenes. Los primeros entes «personificados» nada saben de sobrenaturalismos, y sólo adquieren carácter «numinoso» cuando los hombres establecen respecto de ellos prácticas mágicas y actitudes de propiciación o de exorcización relacionados con sus deseos y necesidades en sus arduos esfuerzos para su supervivencia.16Y continúa más adelante: «El animismo original es en sí mismo un hecho psicológico y epistemológico, no un hecho religioso, sino lo que abrió eventualmente la puerta al itinerario que condujo al sentimiento religioso o religiosidad...

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