El colapso del mito cristiano

AutorFernando Bermejo Rubio
Páginas129-135

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El cristianismo, una religión falsada

Quien, sin constringentes partis pris, haya prestado atención a una de las empresas de desmitificación más impresionantes que se hayan llevado a cabo en la cultura occidental -la del análisis crítico de las Escrituras cristianas y de la figura de Jesús de Nazaret, iniciada en el siglo XVIII-, no podrá haber dejado de advertir que muchos de los resultados obtenidos con mayor grado de verosimilitud ponen en jaque la credibilidad del mito cristiano fundamental.

Así, por ejemplo, el bautismo de Jesús -en consonancia con otro material evangélico- implica, en la medida en que el bautismo de Juan era «para el perdón de los pecados», el reconocimiento por parte del galileo de su carácter pecador: antes de ser convertido por sus cultores en un ser impecable, Jesús parece haber sido -como todo ser humano dotado de elemental lucidez, y como buen creyente judío- consciente de su labilidad; la limitación de su misión a Israel (y la probable historicidad de textos como Mc 7, 26-27; Mt 5, 47; Mt 6, 7-8; Mt 15, 22-26) evidencia que creyó en los mitos del judaísmo y que albergó prejuicios antipaganos, que no tuvo un mensaje universalista y que no pretendió crear un grupo separado, menos aún una Iglesia o institución desgajada y diferente de Israel; su carácter de judío piadoso implica que no pudo considerarse, en sentido ontológico y axiológico, nada sino un ser humano (otra cosa le habría parecido blasfema); el carácter integral del Reino que predicó contradice las interpretaciones meramente espiritualizantes de su mensaje; su espera de una irrupción inminente del Reino implica que se equivocó de modo flagrante en sus expectativas; tanto la predicación del juicio como algunas de sus palabras y acciones manifiestan que no fue un mero predicador armonioso del «amor» y la bondad; la inserción escatológica de su ética comporta la ilicitud de todo intento de ofrecerla como una enseñanza válida intemporalmente; en la medida en que su muerte es explicable en clave de Realpolitik, se desvanece como el acontecimiento grandioso del justo perseguido por la perfidia y el odio religiosomoral para perfilarse como un suceso habitual; el carácter exquisitamente judío de su religiosidad y su actitud ante la Torá muestran que no abandonó el marco del judaísmo ni se elevó sobre él en ningún sentido inteligible.

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Tales conclusiones hacen del Jesús reconstruido con mayores visos de probabilidad un ser muy diferente del Cristo que hoy en día sigue siendo presentado por las Iglesias cristianas. Así pues, el problema no radica únicamente en que la figura histórica de Jesús y el Cristo de la fe sean dos magnitudes diversas, sino en que todo indica que son en gran medida incompatibles. La imagen más verosímil de la figura histórica de Jesús no parece resultar congruente, en muchos de sus elementos e implicaciones, con la imagen teológica al uso; de hecho, más bien la refuta.1Esta incongruencia pone en un brete la credibilidad de las pretensiones de verdad del cristianismo y equivale en la práctica, para usar la terminología de Karl R. Popper en su Logik der Forschung, a una falsación del mito cristiano.

Es en este contexto de análisis y desenmascaramiento como hay que comprender el conjunto de las obras de Gonzalo Puente Ojea relativas a Jesús de Nazaret y los orígenes del cristianismo. Estas obras se inscriben honrosamente en la trayectoria crítica que comienza en el s. XVIII con el erudito de Hamburgo Hermann Samuel Reimarus (cuya obra sería publicada solo póstumamente por Lessing), se prosigue con David Friedrich Strauss -el mismo contra el que Nietzsche escribió una de sus Consideraciones intempestivas- y Johannes Weiss, tiene representantes conspicuos en el primer tercio del s. XX en Francia en Alfred Loisy y Charles Guignebert, y se continúa en autores como Samuel G.F. Brandon, así como en diversos estudiosos judíos a partir del s. XIX (Claude G. Montefiore, J. Klausner, Paul Winter, Geza Vermes, etc.): las obras de estos y otros autores, a pesar de sus obvias diferencias, dibujan una imagen de Jesús ya no misteriosa, sino comprensible -aun con su natural idiosincrasia y sus esperables lagunas- en el judaísmo palestino del s. I de la era común. Y escribo «honrosamente», porque esta línea de investigación, a pesar de ser comparativamente minoritaria -ha sido, es y seguirá siendo contrarrestada por legiones de estudiosos confesionales que intentan negar o relativizar sus resultados- es la que ha efectuado una reconstrucción con mucho más plausible de la figura histórica de Jesús y, por ende, de los orígenes del cristianismo.2Por si ello fuera poco, la obra de Gonzalo Puente Ojea no sólo es una de las pocas excepciones en España a la visión idealizada y mistificadora de la figura de Jesús y los orígenes cristianos, sino que resultó francamente pionera en nuestro ámbito cultural, cuando Ideología e historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico3fue publicada a principios de los años setenta. En una época en que todavía se vendía, como le dernier cri de la exégesis, la visión crasamente desjudaizada de Jesús típica de los discípulos de Rudolf Bultmann (representada de manera paradigmática en la obra de Günther Bornkamm), ese libro de Puente Ojea -más tarde acompañado de otros, numerosos- irrumpió en el panorama editorial hispanoamericano como un soplo de aire fresco, y la precisión de su escalpelo mostró la posibilidad de practicar cirugía

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histórica también en este ámbito. En las páginas que siguen es mi intención, simple-mente, señalar algunos de los meritorios rasgos de su aproximación.4Un primer mérito de este enfoque ha sido el de resistir los cantos de sirena de la solución más fácil y engañosa, a saber, la que cree poder cercenar los fundamentos del cristianismo postulando la inexistencia histórica de la figura de Jesús. Esta posición, calificada de «mitismo», tras ser incoada en el siglo XVIII por ilustrados como Volney o Dupuis, fue enarbolada a partir del XIX por estudiosos como Bruno Bauer, Arthur Drews, John Mackinnon Robertson, George A. Wells o Prosper Alfaric, y hoy en día sucumben a ella algunos paladines de un ateísmo que en este aspecto, nos tememos, no resulta lo bastante reflexivo -como es el caso de Michel Onfray.5En lugar de cortar de un tajo el nudo gordiano, Gonzalo Puente Ojea ha tenido el acierto de querer contribuir a deshacerlo.6La razón básica, a su juicio, es un «argumento de evidencia interna», que radica en constatar las considerables dificultades que los Evangelios canónicos afrontan para armonizar las tradiciones sobre...

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