De Montaigne a Arciniegas, la escritura y la construcción del ser americano

AutorConsuelo Triviño Anzola
Páginas86-94

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Una de las características del intelectual hispanoamericano ha sido su activa participación en la construcción del continente, no sólo desde el ejercicio de las letras, sino desde lo que podría llamarse el ejercicio de las armas, su papel combativo y polémico en momentos cruciales de la historia. El creador, en América, como señala Graciela Maturo, «es a menudo un agudo teórico que no sólo analiza y comprende su propia creación: avanza haciendo de ella un espejo del mundo y de sí mismo, hacia más amplios niveles de comprensión en interpretación» (Maturo, 1991: 10). En ese proceso creador ha sido de vital importancia la comprensión del otro, circunstancia que surge desde el momento del descubrimiento y que empuja a ensayar caminos para de definir una identidad cuestionadora y conflictiva, siempre en relación con ese otro que es también es parte de uno mismo. Por sus características el ensayo se ha adecuado más que ningún otro género a las necesidades expresivas del intelectual hispanoamericano que ha encontrado en la escritura una posibilidad de ser.

Recordemos la clásica definición del ensayo de Alfonso Reyes: «Este centauro de los géneros donde hay de todo y cabe de todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede responder ya al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera... cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía» (Reyes, 1959: 403).

Las características que subrayo sirven también para explicar la función del ensayo en la configuración de lo americano entendido como proyecto, como forma híbrida inconclusa y en proceso de gestación, siempre en busca de su expresión. El colombiano Germán Arciniegas en Nuestra América es un ensayo (1963) ya señalaba los orígenes del género en el momento del descubrimiento, con Vespucci y Colón, quienes discuten los temas que ocuparán gran parte de la ensayística hispanoamericana a lo largo de su historia: los seres humanos y el medio geográfico en el que se desarrollan.

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Arciniegas plantea que el ensayo no nace con Montaigne, sino mucho antes, con el Almirante y con cronistas como López de Gomara en cuyos textos se inspira el autor francés para criticar, entre otras cosas, la política colonialista española. Lo que el colombiano pretende demostrarnos es que América proporciona la materia de un género en el que tan cómodamente se instala la mentalidad renacentista. Tales afirmaciones nos re-sultan enormemente sugestivas porque afianzan la idea de que América es ante todo sustancia, materia genésica y, a la vez, origen del pensamiento moderno, de ciencias tan nuevas como la sociología que, según el autor, no surge con Compte, sino con los cronistas cuyas observaciones dan lugar a perturbadoras comparaciones.

Con esta teoría Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999) imprime una tonalidad distinta a ese diálogo entre lo europeo y lo americano que dinamiza gran parte de la producción literaria en Hispanoamérica. Desde El estudiante de la mesa redonda (1932) este colombiano ha polemizado con los europeos, como Hegel y Papini, cuestionando sus teorías sobre América y los americanos, enfrentando a sus razonamientos la magia y la poesía de un continente que rechaza todas las clasificaciones, defendiendo la diferencia frente a las tesis sobre la inferioridad de estos pueblos, proclamando la pluralidad cuando el mundo estaba dividido en dos bloques ideológicos y desdramatizando los hechos de la conquista con altas dosis de humorismo.

Cabe destacar, que Arciniegas pertenecía al grupo generacional colombiano designado como Los Nuevos, que se propuso transformar la realidad, del país superando el legado de la generación anterior, la de los centenaristas que había sentado las bases del poder sobre los antiguos privilegios coloniales. La generación de los Nuevos constituye el vínculo con las vanguardias europeas, en el caso de Arciniegas con corrientes como el realismo mágico que tanta fortuna hizo en América. A los nuevos pertenecían, poetas como León de Greiff, Luis Vidales y Rafael Maya, políticos, como el líder asesinado Jorge Eliécer Gaitán y hombres de Estado como Alberto Lleras Camargo que fue por dos períodos presidente del país. Arciniegas colaboró con distintos gobiernos y estuvo muy comprometido con las reformas emprendidas entre los años treinta y cuarenta, igual que su compañero de generación Jorge Zalamea. Para muchos de estos intelectuales, la palabra debía sostenerse en las acciones, por lo que se esforzaron por restituirle el sentido, aunque, finalmente, las realidades prácticas de la vida impusieran, el vacío discurso del poder y el silencio, lo que denunciaría Jorge Zalamea en El gran Burundú Burundá ha muerto, esperpéntico testimonio de la impostura de las dictaduras que amordazaron a muchos de estos entusiastas intelectuales.

Como teórico y maestro del género, Arciniegas fija los rasgos de lo americano en una extensa obra que abarca más de cincuenta títulos en los que cabe de todo: la historia, los seres humanos, la naturaleza, la poesía, las costumbres, la magia, etc. En ensayos como América tierra firme es evidente su apropiación del modelo de Montaigne tanto en la estructura del texto como en los recursos que utiliza para persuadir al lector. «De la edad del bejuco a la edad del cerrojo», un capítulo del libro arriba mencionado, evoca textos como «Los coches» en el tercer tomo de los Essais donde Montaigne utiliza como disculpa la reflexión sobre la función social de los coches para manifestar su rechazo por el lujo de ciertos imperios, a la vez que lamenta el sometimiento de las tribus americanas por los españoles a quienes encuentra codiciosos y brutales.

Veamos el orden de exposición de las ideas de Arciniegas en el ensayo mencionado y los trucos utiliza para capturar a los lectores. En la introducción el autor expone la tesis del dominico francés M.J. Lagrange sobre el origen de las puertas: «El primer golpe de genio y el primer rasgo de audacia no fue la conquista y la invención del silex de Thenay, sino con toda seguridad la invención de las puertas, la colocación de una

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piedra gigantesca en medio de la entrada, por cuyos lados pudiera pasar el hombre y ninguno de sus grandes y voluminosos enemigos» (Arciniegas, 1937: 51).

A continuación refuta la teoría, poniendo en duda su universalidad, cuestionando no sólo lo que se dice, sino desde dónde se dice. Las generalizaciones europeas son para el colombiano un problema de perspectiva. «El francés -sugiere Arciniegas- tiene un sentido que le es peculiar: el del ahorro, el de la economía». Tal característica, afirma de manera arriesgada, degenera en el defecto de la avaricia que se filtra en los juicios del autor: «El ilustre señor Lagrange, al querer hacer una filosofía universal apoyándose en el invento de las puertas...

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