El programa ibérico de Alfonso X y el fecho de imperio

AutorModesto Barcia Lago
Páginas331-350

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Es en este contexto de acendrada conciencia ibérica que debe comprenderse el sostenido empeño de Alfonso X por ceñir en su cabeza la diadema imperial del Sacro Imperio Romano-Germánico. Este empeño constituye una inflexión respecto del planteamiento ibérico que no ha sido bien comprendida por la historiografía. Lo de menos es aquí el relato pormenorizado de esos esfuerzos que, a la postre, resultaron infructuosos y seguramente inconvenientes. Lo relevante es destacar que tal empeño ocupó los veinte años centrales del reinado de Alfonso X, y alrededor de esta aspiración giró la actividad política y diplomática del Rey Sabio, y no pocas de las contradicciones, errores y sinsabores de su reinado; lo que da idea de su signifi cado nuclear en la política alfonsina. Pero no será en una pesquisa psicologista de las aspiraciones, u obsesiones, de las "ideas preconcebidas", como dice SUÁREZ811, del Rey, que podamos desentrañar el signifi cado histórico peculiar del denominado fecho de imperio desatado por la oferta que la embajada de Pisa, República gibelina enfrentada al Papa, hizo al Monarca castellano-leonés de tomar en sus manos el Cetro imperial germánico, que la muerte de Conrado IV, hijo de Federico II Hohenstaufen, había dejado vacante, abriendo lo que se ha denominado "Gran Interregno".

Una tesis, que encontraría apoyo en autores como C. J. SOCARRÁS, o C. ESTEPA, vería en la pretensión teutónica alfonsina, según resume VALDEÓN, "la posibilidad de resucitar la antigua idea imperial hispánica o, lo que es lo mismo, de actuar en el futuro como un emperador-rey de toda España, (lo que le permitiría imponerse, al menos en el plano teórico, sobre los otros núcleos políticos de la España cristiana)", pero el comentarista descarta tal consideración porque desde la desaparición de Alfonso VII, "la mencionada idea imperial se hallaba en franco declive" y se había producido el giro radical de la fragmentación pidaliana en los "cinco Reinos"812, sin advertir, por lo que parece, el hecho decisivo de la Page 332 reunificación y engrandecimiento de Castilla y León bajo Fernando III el Santo; para GONZÁLEZ JIMÉNEZ, aun desechando por tendenciosas las posiciones historiográfi cas, que, como la de R. S. LÓPEZ, "tratan de presentar la obsesión alfonsí por el Imperio como una muestra más de su orgullo y de su falta absoluta de olfato político", no obstante, "sólo desde esta perspectiva puede entenderse la patética contumacia del rey en su demanda del título imperial"813, reduciendo, pues, tan empecinado empeño real a una "patética contumacia" en aras de un deseo de vanidad personal de hegemonía peninsular. Tiene interés, en esta aproximación, destacar, como aduce VALDEÓN, que "la sugerencia de la delegación italiana vino a coincidir con el propósito que alentaba ya por esas fechas en la mente de Alfonso X de construir algo parecido a un imperio mediterráneo" con vistas a una nueva cruzada para recuperar los Santos Lugares, y que, tal vez, ambas ideas, la de la hegemonía hispánica y la proyección mediterránea, "habían funcionado al unísono", recordando la tesis de J. F. OáCALLAGHAN acerca de que Alfonso X "pensaba que, dominando el Mediterráneo occidental, se facilitaría la consecución de su proyecto de recobrar el norte de África como parte del legado visigodo. De esta forma su aspiración a la hegemonía en España, su proyectada cruzada a África y la busca del título imperial estaban mutuamente unidos"; tanto más, cuanto que la oferta de la embajada pisana tendría su razón de ser en la pública estimación del Rey castellano-leonés como el más destacado dirigente cristiano que pudiera encabezar el bando gibelino814.

No obstante, esas especulaciones acerca del íntimo propósito afonsino, si tal vez pueden explicar concretas acciones de conducta, no dan cuenta del sentido histórico cabal de la aspiración al trono imperial germánico, porque no reparan -o, tal vez, descartan demasiado pronto- que el fecho de imperio venía a determinar, como escribe G. BUENO, "el trasiego de la idea tradicional hispana de Imperio en el Imperio Sacro Romano Germánico; como si la voluntad imperial de los reyes astur-leoneses-castellanos hubiese querido encontrar un cauce aún más amplio confl uyendo con la corriente en la que venía desarrollándose el Imperio ofi cial"815; ésto es, el reconocido por el Papado, bien que enfrentados ambos a cuenta de la supremacía pretendida por la plenitudo potestatis de la Cátedra de San Pedro, intensamente combatida por Enrique IV, el penitente de Canosa, y, cuando con la muerte de Enrique V se agotó la dinastía de Franconia, continuada la pugna con la nueva estirpe de los Hohenstaufen, de la Casa de Suabia, cabeza del bando gibelino, a partir de Federico I Barbarroja; éste mantuvo un duro enfrentamiento por el dominium mundi, apoyado en las categorías romanis- Page 333 tas de los juristas bolonienses, y en la especial infl uencia del canciller imperial Reinaldo de Dassel, contra el Papa Inocencio III, coriáceo defensor de la prerrogativa pontifi cia, que, como explica MITRE, más allá de la normativa emanada del Concordato de Worms, el Pactum Calixtinum de 1122, perseguía "toda una supremacía sobre el Occidente cristiano, resumida en la consideración del imperio como simple beneficium otorgado por el Papa"816.

Ecumenismo Ibérico de Alfonso X

Ya sabemos que la dignidad imperial hispana era la expresión político-institucional de un empeño ibérico de hondas raíces históricas que la división de la herencia de Alfonso VII en los "Cinco Reinos" no había conseguido extinguir. La integración de León y Castilla en una sola Corona revitalizaba, como vimos, el ansia estructurante del espacio ibérico que subyacía extendida por debajo de los desencuentros, pero ya no podía reivindicar el viejo título imperial hispano para el Reino integral de Castilla-León contra un Papado reforzado, que tenía en los Reinos enfeudados de Portugal y de Aragón -naturalmente inquietos por la alteración del equilibrio que la reunificación del núcleo básico del Imperio de Alfonso VII suponía- los fulcros de la palanca de la fragmentación y debilitación hispana. Por esta razón, en la consideración alfonsina, el manto púrpura del Imperio germánico podría servir de muro de sostenimiento de aquel ánimo ibérico renovado, recubriéndolo con la dignidad de "Rey de Romanos", al tiempo que abría un espacio de Universitas cristiana del que Iberia sería la cabeza.

No era una pretensión carente de fundamento. A pesar de que la pertenencia dinástica no era por sí misma una condición sufi ciente, ni, en rigor, necesaria, dado que el Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico tenía que ser elegido por los siete Grandes Electores y reconocido por el Papa, no puede minusvalorarse el dato de que en Alfonso X confluían las tres estirpes imperiales del orbe cristiano, porque, además de la tradicional legitimidad imperial hispana derivada de Alfonso VII, era, por su madre, Beatriz de Suabia, bisneto de Federico II Hohenstaufen, último de los Emperadores de esta estirpe, ya que su hijo y sucesor, Conrado IV, abuelo del Rey hispano, no llegó a obtener el aval pontifi cio, y del Emperador bizantino Isaac II Angelos.

Lo relevante es que esa triple legitimidad dinástica de Alfonso X convergía en reforzar la perspectiva ibérica asentada en la historiografía surgida alrededor del concepto ideológico de la "pérdida de España", como vimos supra, del que la Estoria de Espanna y la General Estoria eran culminación intelectual que expresaban un proyecto político maduro. No surgían estas obras, cual la Diosa Atenea nació perfecta de la cabeza de Zeus, como ideología de ocasión al servicio de la ambición Page 334 imperial del Rey hispano, sino que se insertaban en una línea de afirmación del espacio ibérico, en la que el fecho de imperio venía la engarzar de manera natural.

  1. F. FRAKER ha puesto el acento en que la primera estaría relacionada con las aspiraciones de Alfonso X al Sacro Romano Imperio, y a cuyo objeto éste intentaba mostrar que él mismo y España, Iberia, "descendían directamente de la estirpe romana y como la corona imperial había pasado (traslatio imperii) a España tras la victoria de los godos, y que con Alfonso se unifi caría y continuaría la tradición del imperio romano", perdiendo, según dice, interés el Rey en rematar la obra cuando fracasaron defi nitivamente sus aspiraciones817. Es una tesis controvertida en el plano historiográfi co, en el que aquí no podemos entrar, pero cuya crítica se sustenta en una contraposición con la General Estoria, concebida por MENÉNDEZ PIDAL o SOLALINDE como expresión de la "tendencia universalista, ecuménica, de Alfonso y de su escuela", considerada desde un punto de vista exclusivamente culturalista818. Y, no obstante, esa crítica pasa por alto, precisamente, que la tendencia "universalista", ecuménica, de la "Historia" alfonsina se acomoda a la legitimidad universal del Rey Sabio en cuanto que titular en el que confl uían las tres estirpes imperiales cristianas antes referidas.

Pero, a diferencia de lo que ocurrirá con Carlos I tres siglos más tarde, era un ecumenismo proclamadamente ibérico, que irradiaba desde la Península, como había sucedido en el tiempo de San Isidoro, y en este sentido, necesariamente, tenía que chocar frontalmente con los intereses vitales del Papado, de un modo aún más radical del que era característico de la tradición gibelina de la Casa de Suabia; por más que Alfonso X ensayase maniobras diplomáticas de apaciguamento y aproximación a Roma atemperando tal tradición, en contraste con las posiciones exaltadas que su cuñado, futuro Rey Pedro III de Aragón, mantenía, urgido por la...

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