En el silencio profundo de las raíces: el iberismo como remedio

AutorModesto Barcia Lago
Páginas449-466

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Fue así, otra vez, que el acervo de su convivencia secular se considerara por las corrientes liberal-democráticas como manantial en el que calmar la sed de la sequía del espíritu peninsular, para imaginar otro tiempo posible en el que los viejos laureles de la grandeza ibérica pudieran reverdecer, dejando atrás el tiempo de las divisiones causantes de la subordinación hispano-lusa sobre la que las potencias tutoras construían su fortuna; en suma, hacer que ese espíritu diese vueltas arredor de sí, expandiendo ibéricamente el concepto de la novela autobiográfica de la gallega Xeneración Nós, de Ramón OTERO PEDRAYO1083, en vez de hacerlo satelizado en la rueda ajena. Aprender de los errores del pasado para construir el futuro:

Prossegue o pesadelo.

Feliz o tempo, que nâo tem memória! É só dos homens esta outra vida

Da recordaçâo.

E tâo inúteis certas agonias

Que o passado destila no presente!

Tâo inúteis os dias

Que o espíritu refaz e o corpo já nâo sente!

Continua a lembrança dolorosa

Nas cicatrices.

Troncos cortados que nâo brotam mais

E permanecem verdes, vegetais,

No silêncio profundo das raizes1084.

¿Y si brotasen de nuevo? Como dice OLIVEIRA MARTINS, refiriéndose a los tiempos anteriores de la Unión Peninsular, "á maneira, porém, que com o tempo se obliterava a lembrança das crises sucessivas, renascía, com as Page 450 complicaçôes dinásticas, o pensamento natural da uniâo"1085. La esperanza de un tiempo de promesas la recogió inicialmente un "iberismo" de confraternización en los cenáculos clandestinos liberales del atormentado siglo XIX peninsular.

La idea iberista resurgía al calor del Romanticismo de la primera mitad del siglo acuñada por el movimento liberal español y portugués, y pasaría a los programas y dogmas-base de progresistas y republicanos. Tiene razón MARTÍN MARTÍN cuando destaca que, contrariamente a la desvaloración del movimiento iberista por autores como Joel Serrano en el Diccionario de História de Portugal, o H.V. Livermore en A new History of Portugal, "el desarrollo y repercusiones de la idea tuvo amplia resonancia en ambos países, como nos lo muestra la abundante historiografía que apareció a favor o en contra de la unión", computando ciento sesenta y una publicaciones sobre el tema hasta 1881, y resaltando la calidad intelectual y la relevancia pública de autores como Almeida Garret, Latino Coelho, Antero de Quental, o Teófilo Braga, entre los lusitanos, o de Cánovas Del Castillo, Juan Valera, Ángel Fernández De Los Ríos, Sixto Cámara, o Andrés Borrego, por parte hispana, junto con otros muchos, lo que, en su opinión, "expresa de qué manera el fenómeno cuajó firmemente en el talante de la época"; que reflejaría una prensa sensibilizada, con cabeceras, entre otras, como La Discusión y La Iberia, en Madrid, y periódicos portugueses como A Revoluçâo de Septembro, O Progreso, o el Jornal do Comércio1086, aparte otras revistas. El mismo autor da cuenta del estado de la cuestión con una "catalogación muestral" de la abundante nómina de autores españoles y portugueses insertados en la corriente del iberismo, sin perjuicio, claro, de la pluralidad de matices e intensidades.

Un entusiasmo que fue impregnando capas sociales más extensas, superando, incluso, la secreta complacencia con que la España reaccionaria asumió el encargo del miguelismo de colaborar con los ingleses en la tarea de de acabar con la revolución patuleia de Oporto. Un acuciante deseo de regeneración del cuerpo peninsular, un apremiante anhelo de revivirlo de su postración secular, sobre todo en la segunda mitad de aquella edad positivista, servía de savia nutricia para la acción de los hombres más determinados, a ambos lados de la frontera, a romper el fado que angustiaba a TORGA:

Nâo dou paz nem a teño.

Os outros vâo, e eu veño

Das ilusôes...

No meu adeus mais puro transparece

O logro e o tédio do caminho andado... Page 451

E o sol dos coraçôes

Arrefece

A cada encontro

Desencontrado.1087

Ah! Pero cuando las ilusiones por acompasar el paso ibérico se encendían, velaba Inglaterra, con la colaboración de Francia en su propia perspectiva interesada, que ello no prendiese en el cuerpo peninsular. En un discurso pronunciado el 1º de marzo de 1848, el Primer Ministro británico Lord Palmerston, apóstol de la moderna doctrina del "interés nacional" como pauta conductora de la política exterior, había dejado claro cuáles eran los límites de la amistad inglesa, considerando "política estrecha suponer que éste o aquel país debemos señalarlo como nuestro eterno aliado o perpetuo enemigo"; y continuaba, "nuestros intereses son eternos y perpetuos, y esos intereses es nuestro deber perseguir"1088, por eso no se recataba de expresar el profundo desprecio que sentía por Portugal, aduciendo que "la pura verdad es que los portugueses son de todas las naciones europeas (a excepción de los irlandeses) los que ocupan un lugar más bajo en la escala moral" del racismo imperial británico1089.

De esta manera, si de Canning es, como señala Mª de F. BONIFÁCIO, el "famoso dictum" de que Portugal must always be English, "coube a Palmerston lavrar a exposiçâo clássica dos reais e innegociáveis interesses ingleses en Portugal: Only think for a moment of Portugal forming part of Spain, and Spain led away by France into war with England, and what would be our naval condition with all the ports from Calais to Marseilles hostile to us -St. Malo, Cherburg, Brest, Rochefort, Coruña, Vigo, the Tagus, Carthagena, Port Mahan, Toulon- and with nothing between us and Malta but Gibraltar?"1090. No es difícil ver en el temor palmerstoniano anclada una constante diplomática y geoestratégica británica, que explica contundentemente la función ancilar, instrumento de la logística naval inglesa, conferida históricamente a Portugal, y la necesidad de su alejamiento de un proyecto ibérico que hincara su perspectiva en el espacio geopolítico propio. Page 452

El Iberismo monárquico-liberal

En este contexto, las gestión que figuras destacadas, como Álvaro Flórez Estrada, F. Díaz Morales, J. Rumí y Andrés Borrego, emprendieron en los años de hierro de la "década ominosa" -que en España siguió al efímero "Trienio liberal" fi niquitado en 1823 por el ejército de los "cien mil hijos de San Luis" enviados por la reacción europea agrupada en la Santa Alianza para reponer el neoabsolutismo de Fernando VII, como en Portugal daría ocasión a la vilafrancada animada por la Reina Doña Carlota-Joaquina, hermana de Fernado VII, y por el Infante Don Miguel, para poner fi n a la experiencia del vintismo del Sinédrio- cerca de Don Pedro IV de Portugal, proponiéndolo como cabezalero ibérico de una alternativa monárquica liberal, toparían el non placet británico, y tampoco conseguirían éxito los intentos del propio Mendizábal -el autor de la "desamortización" de los bienes eclesiásticos-, por parte española, y de Monsinho de Alburquerque, por la portuguesa, después de que, en 1830, en el Trono francés se había sentado Luis Felipe, el Rey burgués. También el General Mina, Saldanha, o Palmela, apoyaban infructuosamente la idea de una Unión Dinástica Ibérica de signo liberal moderado.

Como era opinión que en el lejano territorio de Macau, el Cónsul Don Sinibaldo De Mas, autor de un libro iberista que un joven Latino Coelho había traducido y prefaciara, infundiera en el Obispo portugués; la previsión de los beneficios económicos que generaría el camino de hierro que debería construirse para comunicar los dos países -que los cálculos estadísticos de Joaquín Costa evaluaban- era la prenda de un enlace dinástico de altas miras, que pondría la capital común en Santarém y flamearía una bandera cuatricolor; "era un iberismo positivo, práctico, regenerador", escribe OLIVEIRA1091, y que, desde luego, en algunos de sus fi guras venía marcado por la componente de la frivolidad y diletantismo que en los ámbitos del protagonismo liberal de los espadones defi nía las actitudes políticas.

Pero, en el juego de la rivalidad franco-británica, ambas Potencias coincidían en vetar, como en 1854 hicieron los isleños, cualquier posibilidad de unión, o concertación, de los dos Estados Ibéricos, incluso mediatizando Londres quien debería ser el marido de la Infanta Doña Luisa, hermana del Rey español; Guizot, atento a mantener la subalternidad hispana, conseguiría asimismo frustrar la posibilidad de un matrimonio Real entre Isabel II y el heredero portugués. En la Corte madrileña se sabía bien que el proyecto iberista era incompatible con la Monarquía borbónica, e incluso no habían faltado en los círculos cortesanos portugueses, cálculos interesados de relación con el reaccionarismo carlista, que desangraría en tres guerras civiles el solar celtíbero del XIX -y sobreviviría en parte, bajo la forma de irredentismo nacionalista apoyado en prácticas de vio- Page 453 lencia terrorista, después hasta nuestros días-; no resultaba extraño, entonces, que el establishment isabelino coincidiera, no solo implícitamente, con los sectores reaccionarios portugueses en fomentar provocadoramente las diferencias y atavismos que obstaculizaban o impedían el acercamiento. Tanto más, cuanto que, superado el moderantismo liberal de ese primer iberismo, por parte española y portuguesa, una juventud cosmopolita, republicana y federalista, acentuaba el radicalismo liberal.

El Iberismo republicano-federalista

Henriques Nogueira publica en 1851 sus Estudos sobre a Reforma em Portugal; el año siguiente, Amorím Viana escribía en la revista portuense A Península que "preferimos una unión ibérica a la transfusión de la raza británica", y J. Casal Ribeiro defendía la idea federal en la polémica que sostiene la revista Ibéria con los partidarios de la unión monárquica; en diciembre de 1853, el periódico progresista A Revoluçâo de Setembro daba a la luz un...

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