Innovación democrática en la UE : El debate sobre la soberanía europea pluralista
Autor | Javier Uncetabarrenechea e Igor Filibi |
Cargo del Autor | Universidad del País Vasco (UPV/EHU)/Universidad del País Vasco (UPV/EHU) |
Páginas | 165-184 |
INNOVACIÓN DEMOCRÁTICA EN LA UE:
EL DEBATE SOBRE LA SOBERANÍA EUROPEA PLURALISTA
J U
U P V (UPV/EHU)
J U
I F
U P V (UPV/EHU)
DOI: 10.14679/13538
La innovación política es un factor clave para entender el proceso de integración eu-
ropea, particularmente en una época marcada por la incertidumbre y el desencanto.
Como es bien conocido, la idea de compartir soberanía en una organización suprana-
cional supuso una innovación que hizo la guerra no solo impensable sino materialmente
imposible. Como veremos a lo largo del presente texto, desde la crisis de la Silla Vacía
hasta la actualidad el proceso de construcción europea ha vivido una constante tensión
entre los elementos supranacionales y los intergubernamentales. Este modelo entró en
crisis en esta última década debido sobre todo a las críticas a su gestión de la crisis de
2008 y el Brexit, y en este contexto marcado por la pandemia y las incertidumbres del fu-
turo, se ha puesto de maniesto que Europa es la escala de actuación más ecaz para dar
respuesta a muchos problemas. Ello implica que la escala europea debe ser desarrolla-
da para ser ecaz sin que ello suponga abandonar el debate sobre la democracia. El reto,
por lo tanto, radica en denir cómo puede desarrollarse un marco político europeo, ab-
solutamente necesario, a la vez que simétricamente este proceso también implique un
desarrollo democrático.
Las escalas políticas, cuando van más allá del marco estatal, exigen abordar la cuestión
de la soberanía. Por otro lado, la tensión entre la visión intergubernamental y la supra-
nacional lleva implícito un debate de fondo sobre la democracia. La primera perspectiva
daba por hecho que el único marco posible para una democracia era el Estado-nación,
por lo que la cooperación entre Estados, si bien podía llegar a ser necesaria en diferentes
ámbitos, debía quedar limitada a cuestiones técnicas y funcionales sin cuestionar el mar-
co político estatal y la legitimidad de la nación (el pueblo) como único demos posible. La
segunda visión cuestionaba esto, señalaba la necesidad de construir un nuevo marco po-
lítico, una escala adecuada a los enormes retos del siglo XX y que permitiese alcanzar la
masa crítica suciente para competir con los colosos que habían surgido (EEUU, Unión
Soviética) tras la Segunda Guerra Mundial. Este novedoso marco político debía ser de-
mocrático pero sus innovadores conceptos tenían como referencia modelos ya existentes
como era el caso sobre todo de los Estados Unidos. La federación norteamericana, como
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es sabido, tras unos inicios marcados por el amplio debate de los padres fundadores que
se recogen en e Federalist Papers, pronto adoptó un enfoque hamiltoniano, y aceptó el
modelo del Estado-nación imperante en la sociedad internacional de la época, con una
soberanía en buena medida única.
Así, el federalismo europeo, con pocas excepciones como los jóvenes inconformistas
de los años 20, proponía una Federación europea inspirada en el caso norteamericano.
Con el tiempo, sin embargo, ambas visiones han ido modicando sus presupuestos, evo-
lucionando a la vez que el proceso de integración avanzaba.
Por un lado, gran parte del nacionalismo ha ido aceptando que la integración europea
debe incluir formas fuertes de cooperación entre Estados, incluyendo obligaciones jurí-
dicas que limiten la soberanía, más por consideraciones relacionadas con la ecacia que
por un verdadero convencimiento sobre la necesidad de su limitación. Con todo, espe-
cialmente en la etapa posterior a la crisis de 2008 y ante las dudas sobre la capacidad de
las instituciones para gestionarla, una parte de la ciudadanía quiere volver a un Estado
soberano idealizado. El miedo y la incertidumbre generados por la crisis han alentado
la idea sobre la necesidad de “recuperar el control” y, en nuestro contexto político y cul-
tural, esto “equivale a la recuperación soberana del Estado nación” (Arias Maldonado,
2020: 16).
Por otro lado, el federalismo europeo también ha ido alejándose de modelos más
ideológicos y formales para aceptar que la integración debe basarse en la solución de pro-
blemas concretos, que debe mostrar su utilidad allí donde los Estados, por sí mismos, no
son capaces de actuar ecazmente. De alguna forma, el viejo federalismo europeo ha en-
tendido que los problemas del Estado, que los tiene y son estructurales, no bastan para
justicar la Federación europea, pues ésta debe demostrar su utilidad antes de ser acep-
tada por una mayoría de la población y por los gobiernos.
En el contexto actual, marcado por la sucesión de dos enormes crisis (nanciera y
económica de 2008-2019 y Covid de 2020-21), ha surgido el concepto de soberanía euro-
pea como brújula para profundizar el proyecto de integración como una salida a los retos
de Europa que conjuga ecacia con democracia. A nuestro juicio, dicho debate es ya una
innovación necesaria, pero no suciente, para responder a los desafíos a los que se en-
frenta Europa. Con total seguridad las instituciones europeas deberán aumentar su poder
en algunas áreas en las que los gobiernos de los Estados han mostrado repetidamente su
incapacidad de responder a los desafíos del presente y del futuro. Sin embargo, recalcar
sin más la necesidad del aumento del poder de las instituciones de la UE podría, en nom-
bre de la ecacia, terminar reforzando una Europa tecnocrática que termine copiando las
limitaciones de la concepción monista de la soberanía estatal.
Es por ello que el debate de la soberanía europea no puede limitarse a aspirar que la
actual noción de soberanía monista estatal se aplique ahora a la escala europea. Es preciso
un debate profundo que aborde una concepción pluralista de la soberanía. La soberanía
europea debe ser más ecaz que las nacionales -razón última de la creación de la inte-
gración europea- y además debe suponer una innovación conceptual que permita una
profundización democrática. Este es un punto central de la cuestión, ya que un princi-
pio irrenunciable de la política europea debe ser su carácter democrático. Es importante
armar esto en un contexto en el que se observa una erosión de la calidad de numero-
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