Cuarto Acto

AutorMercedes Fuertes
Cargo del AutorCatedrática de Universidad y ha publicado numerosas monografías que le han granjeado especial respeto en el ámbito jurídico
Páginas187-240
CUARTO ACTO
I. MUDANZAS DEL TIEMPO
A lo largo de las páginas anteriores he ido mostrando algunas de
las convulsiones desconcertantes a las que nos estamos enfrentando
como consecuencia del maremoto que origina la digitalización. Tam-
bién —y siguiendo con el símil del buque en el que navega la Humani-
dad— cómo los poderes públicos han ido atendiendo las vías de agua
abiertas por los ciberataques que nos anegan con sucesivos parches
normativos y actuaciones especícas; cómo están tratando de contener
el embolsamiento en las velas ante las tormentosas borrascas genera-
das por los nuevos modelos de negocios; cómo están precisando me-
didas dirigidas a garantizar los derechos de los ciudadanos. Vivimos
tiempos en los que la técnica y los cambios nos empujan hacia corrien-
tes en las que se multiplican las amenazas e incertidumbres sin que
podamos corregir el rumbo y, lógicamente, los responsables públicos
y, sobre todo, los juristas, tenemos que conservar la conciencia de la
necesidad de asegurar que la sociedad siga surcando los mares con
libertad y estabilidad, que tal navegación responda a las enseñanzas
y a las conquistas de los siglos pasados. Porque intentar mantener la
dirección de la aguja imantada que señala el respeto a la dignidad hu-
mana y al desarrollo de la comunidad abierta y libre producirá siempre
un equilibrio feliz y benecios relevantes.
Las tensiones y alteraciones que presenciamos son extensas y di-
versas, los efectos que están generando los avances tecnológicos en
el Derecho, elocuentes. Las nuevas tecnologías están incidiendo de
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manera notable en el ejercicio del poder, en la actuación de la Admi-
nistración, en la gestión de servicios públicos, en la automatización de
decisiones, en la política monetaria, en la reducción de empleos, inclu-
so en el ámbito de la Justicia es perceptible el alcance de los cambios...
Las sacudidas son tan contundentes que están incidiendo, incluso, en
el Estado, en la concepción y en los ingredientes que la doctrina clá-
sica nos ha transmitido. De ahí que enfoque en estos momentos mi
objetivo a reexionar sobre sus mutaciones, en medio del torbellino
en el que nos encontramos.
Durante mucho tiempo los Estados han apoyado su fortaleza en
la consentida conanza de los ciudadanos que se incorporaban a una
comunidad organizada que ofrece seguridad y bienestar. Manteniendo
el monopolio de la fuerza legitimada en el Derecho, la organización
estatal ha salvaguardado la estabilidad de la convivencia cívica y, so-
bre todo, nos ha abrigado cuando han arreciado las gélidas situaciones
de crisis. Su actuación, así como su autoridad, se ha fundado en la
consolidación de un conjunto de potestades que permiten imponer,
incluso de manera coactiva, sus decisiones jurídicas. El Estado se ha
presentado como un poder supremo, no feudatario, ni secundario de
ningún otro. Ha presumido de supremacía, de independencia, se ha
calicado altivamente como soberano.
Tales vigas maestras —garantizar la seguridad y mantener un po-
der soberano—, han ido acogiendo nuevas traviesas jurídicas, espe-
cialmente hace más de un siglo y medio. Las relaciones sociales han
incrementado su complejidad, han acelerado sus posibilidades requi-
riendo nuevas respuestas jurídicas. Del mismo modo, la sucesión de
inventos y técnicas industriales, desde el tren al telégrafo, entre otros
muchos, así como avances cientícos, en especial en el ámbito de la
medicina, o nuevas actividades económicas, han impulsado peculiares
cambios sociales y, en consecuencia, el sistema jurídico se ha visto
obligado a perfeccionar sus instituciones, guras, instrumentos y téc-
nicas.
La mejor comprensión de todo el orbe, con la posesión física de
los polos o el viaje novelado en ochenta días de Julio Verne, la ex-
pansión de las relaciones comerciales y nancieras han anudado ma-
yores interdependencias entre los Estados, lo mismo que tensiones,
rivalidades y guerras han impulsado la multiplicación de organismos
internacionales. Conocemos muchas manifestaciones de ese camino
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hacia la mundialización que, lógicamente, inciden en la concepción
del Estado y, sobre todo, en el ejercicio de su poder, en el núcleo vene-
rable de su soberanía. El Estado ha aceptado someterse a sucesivos y
mayores compromisos internacionales y, en nuestro caso, supranacio-
nales como es el Derecho de la Unión Europea cediendo potestades e,
incluso, el diseño de proyectos que han sido ingredientes esenciales de
la clásica concepción política. ¿Es necesario recordar cómo la defensa
depende de la OTAN o cómo se ha cedido el cetro monetario al Siste-
ma Europeo de Bancos Centrales? Lo que conduce a la propuesta de
nuevos calicativos para tratar de explicar cómo afectan tales situacio-
nes a su poder soberano. Así: soberanía diluida, soberanía multinivel,
soberanía mancomunada, soberanía desagregada, soberanía coopera-
tiva... y otros diversos como veremos infra 1.
El tradicional brillo de un poder soberano ha quedado matizado,
además, por la sombra que gigantescas compañías multinacionales
proyectan. La expansión de la negociación nanciera tras el abando-
no del patrón oro como fuerza de gravedad que facilitaba una sólida
referencia de valoración, así como los avances tecnológicos, avivaron
desde la década de los setenta del siglo la celeridad de las transfor-
maciones que, con el nuevo milenio, ha explosionado en la situación
que vivimos. Las empresas han ampliado la visión ante el vasto hori-
zonte de todo el globo terráqueo para hacer negocios. La tecnología
ha agrandado su posición al enredar todo el orbe en una malla. Su
capitalización bursátil multiplica al PIB de grandes Estados, cuentan
con millones y millones de usuarios, eligen el Derecho nacional al que
se someten ante la facilidad de modicar su domicilio scal, se per-
miten descansar en cómodas hamacas de paraísos scales e, incluso,
pretenden atraer a los ciudadanos a universos virtuales sujetos a sus
particulares reglas.
Las nuevas tecnologías han incrementado el poder de las grandes
empresas y también han facilitado actuaciones individuales que en-
gendran mayúsculos cambios. Una sola persona puede programar una
técnica que salva muchas vidas o, por el contrario, paralizar una gran
ciudad. Frente a esas capacidades individuales, el poder estatal parece
replegarse. Hemos presenciado cómo ha de renunciarse a la interven-
1 Entre la multitud de monografías, y los trabajos que iré citando, sirva ahora la
referencia a los estudios publicados en la obra colectiva dirigida por N. W, So-
vereignty in Transition, Oxford, 2006.

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