Capítulo 1. Democracia en crisis

Páginas29-44
CAPÍTULO 1. DEMOCRACIA EN CRISIS
1. POR QUÉ Y DESDE CUÁNDO SURGE EL CUESTIONAMIENTO
DE NUESTRAS DEMOCRACIAS
La historia nos muestra que han sido muchas y muy diversas las formas de
organización política que han existido y, actualmente, es complicado encon-
trar a alguien en el mundo de la academia que deenda un modelo que no sea
el democrático. Así, ya Winston Churchill se pronunciaba con la célebre frase
“la democracia es la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás
formas que se han ido probando a lo largo de los tiempos1. Con esta arma-
ción, lo que el primer ministro pretendía trasmitir era la mejorable situación
de la democracia.
Y es que de la democracia se pueden decir muchas cosas salvo que sea una
tarea nalizada. La constante impronta de mejora que necesita conlleva una
tarea comunal en la que todos los ciudadanos deben implicarse. Las palabras
de Churchill evocan a un escenario en el que los ciudadanos son los prota-
gonistas que eligen su propio destino, dando así cumplimiento a la noción
etimológica de la democracia. No hay democracia sin poder del pueblo, y no
hay poder sin un sentimiento de responsabilidad, corresponsabilidad en este
caso, en la mejora constante y permanente de nuestra forma de gobernarnos.
Hay otros sistemas, la historia nos los ha mostrado, pero ninguno se aproxi-
ma a la propia concepción democrática en la que la ciudadanía es el elemento
clave sobre el que erigirse. No es un sistema perfecto, pero es un sistema que,
inexorablemente, va orientado a la perfección en la medida en que los ciuda-
danos, generación tras generación, tienen el cometido de profundizar en ella.
Es una tarea inacabada, desde luego, ahí radica su valor.
Precisamente, la tesis de que la democracia se encuentra en peligro, en cri-
sis o cuestionada, no es algo nuevo. Podemos señalar que la propia naturaleza
de la democracia vive en un estado de crisis permanente, porque, tal y como
1 Churchill, W. Cámara de los Comunes, 11 de noviembre de 1947, http://bit.
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María Dolores Montero Caro
arma Gentile, constantemente debe renovarse para adaptarse a las nuevas
situaciones2. Así, situándonos en el origen de la democracia3, es decir, en la
ciudad de Atenas en la Grecia clásica del siglo V a.C, la participación en la vida
2 Gentile, E. La mentira del pueblo soberano en la democracia (trad. Carlo A. Ca-
ranci), Alianza editorial, Madrid, 2018, pág. 13.
3 Respecto a la pregunta sobre cuándo nace la democracia la pregunta se contesta
en general que debemos tales conquistas a la Revolución Francesa. Algunos recuerdan que
hubo ya un sistema democrático en el gobierno de las antiguas ciudades griegas, pero no se
suele ir más allá de Grecia. Ahora bien, existen algunas investigaciones en las que trata de
remontarse a alguna referencia anterior. En esos estudios se encuentra lo analizado sobre la
civilización más antigua del mundo, la sumeria, que se nos revela a través de sus testimonios
como la primera democracia que conoce el hombre. Obviamente, se trataría de una demo-
cracia muy diferente de la nuestra en muchos aspectos, pero los estudios refrendan que se la
pueda equiparar a ésta en algunos aspectos. Así, aseguró a cada uno cualesquiera que fuesen
su clase social y su condición económica, iguales derechos civiles y políticos en el Estado. Es
más, hay un breve poema que reeja muy bien la situación y que trata de la pugna entre dos
ciudades: Uruk y Kish. El rey de Uruk fue, al principio vasallo del de Kish, pero después qui-
so hacerse autónomo y, progresivamente, amplió su poderío hasta que suscitó los celos de su
rival; este último le envió entonces una embajada para plantearle un ultimátum: sumisión o
guerra a ultranza. Y aquí viene el punto más interesante del poema. Después de haber escu-
chado a los embajadores, el rey de Uruk convocó al Senado (es la palabra exacta, puesto que el
texto habla de “los ancianos de la ciudad”) y le pidió su parecer acerca de la decisión que con-
viniera tomar. Los senadores titubearon y parecieron inclinados a un gesto de sumisión para
evitar el azote de la guerra. Pero había otra Asamblea que debía ser consultada, la que reunía a
todos los ciudadanos libres y en condiciones de empuñar las armas, y a ella se dirigió después
el rey, con el resultado de que la decisión nal fue la de oponerse al ultimátum y resistir a la
fuerza con la fuerza. El rey, que no esperaba otra cosa, se alegró y marchó sin perder tiempo
al campo de batalla, donde la victoria premió su coraje. La importancia de este relato es nota-
bilísima. Hace unos cinco mil años, más o menos, existía un sistema parlamentario con dos
“Cámaras”, y el rey tenía poderes limitados, o por lo menos condicionados por las Asambleas:
en otro poema, no menos interesante, las Asambleas votan contra él. Además, conviene ob-
servar que el “Parlamento” no estaba compuesto, como entre nosotros, por representantes del
pueblo, sino por todo el pueblo, mientras se tratase de ciudadanos libres y en condición de
portar armas. Esta democracia “integral” era posible porque cada ciudad sumeria constituía
un Estado, más o menos, como los municipios medievales, y su población era mucho más re-
ducida que la de las ciudades modernas.
El sistema político que hemos descrito no duró largo tiempo, pues en todo el oriente no
tardaron en desarrollarse los grandes imperios absolutos, en los que no quedaron trazas de
las antiguas Asambleas, pero sabemos ahora que los precedió una forma de democracia y
que, por consiguiente, la democracia implantada muchos siglos más tarde no fue tanto una
innovación como un retorno, si bien, con numerosas diferencias. Lo que los antiguos sume-
rios no conocieron nunca fue el sistema electoral, es decir, la representación conada por el
pueblo a un número limitado de ciudadanos. Esta es, sin duda, una invención de occidente

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