Seguridad ciudadana. Un análisis desde el miedo

AutorManuel Castillo Moro
CargoTeniente de la Guardia Civil, profesor en la Academia de Guardias y Suboficiales de la Guardia Civil de Úbeda-Baeza (Jaén)
Páginas195-236

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I Introducción

El miedo es un elemento consustancial a la humanidad que ha acompañado al ser humano a lo largo de su historia. Con un componente a la vez biológico, psicológico y sociológico, ha propiciado el origen de muchos de los sustratos que forman nuestro acervo cultural y la manera de regular la convivencia en sociedad. En este sentido Zygmunt Bauman nos muestra cómo el miedo alcanza al hombre1:

“El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto. –Miedo- es el nombre que damos a nuestra incertidumbre; a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza…”

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Muestra de ello son las costumbres y celebraciones, donde el miedo, es un componente ineludible de nuestras historias de vida2que se transmiten de generación en generación, pasando por los devastadores periodos de guerras y postguerras, hasta las vigentes democracias donde deja su huella en la normativa a través de la pena y el castigo, en forma de sanciones administrativas o penales.

El miedo que aquí trataré de una forma específica será el miedo al delito3, con un origen criminal y delincuencial, que creemos se desarrolla en nuestras sociedades, condicionando el sentimiento de seguridad y por ende el libre desarrollo de derechos y libertades. Un miedo, en definitiva, difundido por medios de comunicación que dan una interpretación a los hechos no siempre ajustada a la realidad4. Un miedo distorsionado y canalizado por diversos intereses, ya sean de ámbito político o financiero.

Recuerden como muchas de las guerras de este planeta, comenzaron tratando de justificar las intervenciones militares y sus consecuencias en un mal mayor que se trataba de evitar. En muchos casos se basaron en argumentos carentes de fundamento y tuvieron como consecuencia el sufrimiento de millones de seres humanos5.

El miedo es una emoción en íntima relación con los fenómenos de conservación, una respuesta biológica al mismo tiempo que una respuesta psicológica, con trascendencia social. Un reflejo primario necesario para la supervivencia que nos permite prever el riesgo de antemano y buscar las medidas necesarias para protegernos. Estos tres ámbitos el biológico, el psicológico y el sociológico, interactúan entre ellos en un proceso continuo que discurre a la par de la historia de la humanidad en general y de nuestras vidas en particular.

Ya desde el nacimiento, el niño, desde su absoluta dependencia, vivencia el miedo como inseguridad ante la ausencia de la madre6. Una madre que reúne la figura que estructura nuestra base afectiva y emocional desde nuestros primeros días. Un nexo de unión que se mantendrá en nuestro ser más íntimo y que buscará en esta base, una seguridad prísti-

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na, ante situaciones de alto riesgo o peligro mortal. Durante la Primera Guerra Mundial y ante las muertes masivas que se desarrollaban por los avances de las líneas de las trincheras en el frente, aún queda el eco de los últimos gritos desgarradores de muchos de los soldados que evocaban en el recuerdo la palabra “madre” llamándolas en un último estertor ante la inminencia de la muerte.

Es el propio hombre, en el proceso de socialización, en su propio avatar y experiencia vital, quien se va enriqueciendo conceptualmente y de forma progresiva en su desarrollo cultural. Llega, de esta manera, un momento que es capaz de aislar el hecho actual y concreto generador del miedo y abstraerlo, remplazándolo por un nuevo origen del mismo en una interpretación personal y creadora de una realidad que solo le pertenece a él y al grupo que lo comparte. De esta manera quedan difuminadas las fronteras entre lo real y lo imaginario, con unas consecuencias imprevisibles que, materializadas en el orden social, pueden justificar medidas que de otra forma serían impensables7.

Los fascismos y los horrores que desencadenaron pueden llegar a comprenderse desde esta perspectiva. Solo una sociedad que crea un imaginario común, desarrollando sus miedos y buscando las causas de los mismos en construcciones ideológicas compartidas, puede llevar a justificar la crueldad y el desprecio por el ser humano. Esto pudo constatarse en los campos de exterminio8, con la eliminación de aquellos que no entraban dentro de los cánones de una supuesta raza superior o por el mero hecho de discrepar de la ideología dominante.

Ante estos hechos parto de la hipótesis inicial de que el miedo es un factor determinante de la convivencia en sociedad y de equilibrio a nivel individual. Trataré de fijar algunos de los factores que inciden en la construcción de nuestros miedos, en concreto aquellos procedentes de la criminalidad y del delito y que guardan una relación directa con nuestra sensación de seguridad. Un elemento, este último, necesario para poder llevar a cabo un desarrollo pleno de derechos y libertades.

La convivencia, en definitiva, es lo que está en juego, una convivencia en paz, seguridad y desarrollo de libertades. Quien aún dude que es el miedo un factor desencadenante decisivo de los prolegómenos de la convivencia, le sugiero que analice la historia que le ha precedido9y la inter-

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prete a la luz de los hechos, no de sus deseos o ideologías, para acometer la lectura de este artículo.

No cabe duda de que un elemento tan trascendental no nos puede pasar desapercibido. Piensen en los desmanes históricos sufridos por los seres humanos y las consecuencias que provocaba el miedo sobre el resto de los mismos en su devenir diario, es lo que se ha venido denominando en el mundo académico como prevención general10, atrás quedan cadalsos donde se exponía para escarnio público las trágicas consecuencias de la comisión del delito. El miedo era el componente fundamental que actuaba no ya sobre el reo que con la muerte dejaba el sufrimiento, sino con su nuevo receptor, el observador externo, que lo introducía en su interior condicionando su vida y relaciones sociales.

Un desprecio por derechos fundamentales que se exponía públicamente, donde a lo sumo se permitía en un acto de magnanimidad por el arrepentimiento, de nuevo público, que la leña donde se quemaban vivos los sentenciados fuera húmeda, pues el humo mataba con más presteza y menos dolor, por asfixia. A aquellos que defendían su posición de inocencia en una acto de dignidad, les esperaba la leña seca que a una distancia adecuada permitía dilatar el sufrimiento antes de la muerte.

Incluso instrumentos que nos parecen símbolos del terror como la guillotina son un avance para su época en las formas de quitar la vida, se trata de una muerte limpia y rápida en comparación con otros métodos anteriores, donde el sadismo y ensañamiento eran la característica común, desmembramiento de partes del cuerpo, ácidos, muerte lenta por medio de dolor. Hoy día el legislador en los Códigos determina distintas tipologías penales, estableciendo una diferencia en la pena para el sujeto que arrebata la vida ya esté incurso en la figura típica del homicidio o el asesinato. En este sentido David Garlan11:

“Un ejemplo claro de esta característica que muestra la inversión constante en la violencia penal como las limitaciones de la sensibilidad pública es la historia de los intentos modernos por encontrar un método “aceptable” de pena capital. La historia comienza con la Revolución francesa y la introducción de la guillotina como método para realizar la ejecución, pues la guillotina fue una máquina conforme a normas humanitarias (y –democráticas-) diseñada para terminar con la vida sin infligir dolor innecesario en el trasgresor. A partir de entonces, gobiernos y naciones han intentado descubrir

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nuevos métodos que permitan realizar este acto último de violencia ocultando sus aspectos brutales y dolorosos. Al principio la preocupación se centró en el desarrollo de un medio para asegurar una muerte instantánea, que no dependiera de la habilidad de un verdugo; lo anterior explica las puertas trampa en el cadalso, el pelotón
de fusilamiento y la propia guillotina. Más tarde, a fines del siglo
XIX y durante el XX, el movimiento se encaminó hacia dispositivos técnicos elaborados –como la silla eléctrica y la cámara de gases–,
que lograran distanciar y deshumanizar el acto fatal.”

Y es que la historia nos muestra el camino, ahora los miedos se buscan en un exceso expansivo del Derecho penal12. Una prevención general dirigida por políticas criminales que no atiende a la ciencia y sus representantes, sino que buscan contentar masas insatisfechas que quieren cadalsos, donde ver castigos ejemplares para aminorar sus miedos.

No se dan cuenta que ese espacio es ocupado por miedos nuevos, más institucionalizados eso sí, pero que a la postre dirigen nuestras vidas, cercenando nuestros derechos, mutilando nuestras libertades. Todo bajo el auspicio salvador de los miedos anteriores, que fueron proyectados, engrandecidos y manipulados por unos medios de comunicación de masas y nuevas tecnologías de la comunicación que permiten, de nuevo, llevar el cadalso a cada uno de nuestros hogares.

Video vigilancia, controles, masiva presencia policial, expansión del Derecho penal, sistemas de seguridad férreos e intrusivos, blindan nuestras casas pero también el espacio donde vivimos. El diseño de nuestros espacios públicos como parques y jardines, delimitados por sistemas de seguridad que nos recuerdan recintos carcelarios. Edificios con vistas a paisajes notorios donde se interponen rejas...

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