La racionalidad de la moral. Respuesta a los comentarios de José Luis Pérez Triviño y Victoria Roca

AutorSilvina Álvarez
CargoUniversidad Autónoma de Madrid
Páginas303-316

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La preocupación por fundamentar nuestras evaluaciones morales, nuestros juicios más arriesgados y comprometidos sobre lo que consideramos acertado o equivocado, nos lleva a un terreno en el que fácilmente podemos perdernos entre categorías no siempre bien delimitadas. Dada la complejidad de la argumentación metaética, la primera parte de La racionalidad de la moral (2002a) se centra precisamente en una reconstrucción de los argumentos de fundamentación moral que sirven de coordenadas para encuadrar las propuestas comunitaristas que en el libro se estudian. Con este análisis en el punto de partida, la exposición avanza desde los fundamentos de la teoría moral, pasando por las nociones de identidad y autonomía, hasta llegar al ámbito de la teoría política, en el que propongo analizar la trayectoria y el significado de dos conceptos contrapuestos de ciudadanía.

Sin duda, el análisis de los presupuestos metaéticos y la noción de autonomía como concepto básico de la teoría moral son dos partes centrales de mi propuesta. Por esta razón, agradezco a J. L. Pérez Triviño y V Roca sus comentarios a estos dos capítulos del libro, y la oportunidad que me dan para volver sobre ellos y repensar algunas de las tesis que allí se sostienen.

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La base metaética del comunitarismo

Quisiera comenzar retomando la observación final de, en el sentido de que las propuestas comunitaristas que encontramos en autores como Charles Taylos y Alasdair MacIntyre son sin duda contribuciones filosóficas genuinas, en el sentido de que aportan al debate una perspectiva propia para entender problemas morales y políticos. Aunque algunos autores (Nino, 1988; Holmes, 1993; Vitale, 1997) se han ocupado del comunitarismo como antiliberalismo, señalando que el comunitarismo toma gran parte de su inspiración del propio liberalismo y se presenta fundamentalmente como una crítica a este, creo en cambio que existe una tradición comunitarista bien marcada en la historia de la filosofía. Tal trayectoria se puede trazar siguiendo distintos caminos, pero seguramente podríamos remontarnos a Aristóteles, Tomás de Aquino, Hegel o el romanticismo alemán, como algunos de los puntos de referencia. La extensa obra de Taylor y MacIntyre pone en evidencia la autonomía de esta corriente filosófica. Es cierto que a menudo sus tesis comienzan por la crítica, una crítica que abarca tanto el empirismo como la tradición racional kantiana, y que algunos de sus libros -como podría ser Tras la virtud (MacIntyre, 1985), que se ocupa especialmente de la Ilustración-, se detienen sobre todo en el enfrentamiento con el liberalismo, lo cual ha contribuido a la centralidad que este debate ha adquirido en los últimos años. Sin embargo, obras como A Short History of Ethics (1966) y Against the self-images of the age. Essays on ideology and philosophy (1971), de MacIntyre, o Hegel (1975), de Taylor, dan cuenta del contenido sustantivo de la trayectoria filosófica en la que estos autores se enmarcan.

Es entonces a partir de identificar los elementos propios de esta corriente que se puede emprender la tarea de rastrear cuál es su ubicación en el terreno de las teorías metaéticas. A estos efectos, he propuesto una clasificación de las teorías de fundamentación moral (Álvarez, 2002 a:39-110), que permita distinguir las distintas perspectivas en análisis. Esta tarea clasificatoria se revela especialmente compleja cuando se observa en la bibliografía la gran diversidad terminológica que existe, la multiplicación de concepciones con diferencias más o menos relevantes, y la superposición de términos distintos que con frecuencia denotan lo mismo. A estas dificultades de clasificación hay que añadir que los esfuerzos por demarcar hasta dónde llega el terreno normativo y cuándo pasamos al plano metaético no siempre logran plenamente su objetivo. Es más, muchas teorías metaéticas -tal vez todas- no sólo se ocupan de la fundamentación de la moral normativa, sino de los contenidos de esta última.

En el capítulo comentado señalo tres planos de análisis metaético: ontológico, epistemológico y semántico. En el primer plano se debate fundamentalmente el realismo y el antirrealismo, aunque también Page 305 algunos aspectos del externalismo, el internalismo y el proyectivismo, así como del objetivismo y el subjetivismo. En el segundo plano la distinción clásica es entre cognocitivismo y no-cognoscitivismo, aunque estas son también categorías semánticas que a su vez se cruzan con el objetivismo y el subjetivismo. Estas conexiones se ponen de manifiesto en la reconstrucción que realiza V. Roca, retomando los tres planos ya señalados. Para evitar la profusión de categorías que se pone de manifiesto en dicha reconstrucción y que me hubiera alejado del propósito inicial, identifico tres ejes de discusión, el subjetivismo, el objetivismo y el constructivismo.

Teniendo en cuenta estas precisiones, me ocupo en el resto del capítulo de dos autores comunitaristas: Charles Taylor y Alasdair MacIntyre. El análisis de los elementos centrales de las propuestas de fundamentación moral de Taylor (distinciones cualitativas, argumentación ad hominem y función articuladora de la razón, Álvarez 2002a: 112-126) y MacIntyre (virtud, tradición e historicismo falibilista, Álvarez 2002a: 127-144), me llevan a sostener que el comunitarismo -tal como aparece expresado en la obra de estos dos autores- se mueve entre el objetivismo y el subjetivismo moral o, en términos más precisos, entre el realismo y el convencionalismo. En ambos autores encontramos una fuerte apelación a posturas realistas, en el sentido de defender que los enunciados morales hacen referencia a hechos morales verdaderos susceptibles de ser conocidos. Sin embargo, dicha pretensión realista se ve cuestionada por otros elementos presentes en su teoría, que apuntarían en la dirección de posturas subjetivistas colectivistas, convencionalistas o contextualistas.

En el caso de Taylor, su propuesta se presenta como una tesis realista en el plano ontológico, combinada con un importante énfasis en el recurso a la interioridad -de origen agustiniano- como vía de conocimiento moral. La aplicación que hace de esta epistemología subjetivista lo lleva lejos de la pretensión realista: los enunciados morales son conocidos o aprehendidos a través del conocimiento de las motivaciones -razones internas- que cada agente articula para sí, y dichas motivaciones tienen su origen en el marco u horizonte de sentido moral que provee la comunidad. Los valores, por tanto, se hacen colectivamente, y en consecuencia no están predefinidos como pretendería el realismo. Esta interpretación de Taylor sería coherente con el énfasis que el autor pone en las nociones de cultura y comunidad, que se pone de manifiesto especialmente cuando analiza cuestiones institucionales y de filosofía política en relación con el multiculturalismo. Sólo una interpretación subjetivista-convencionalista de la moral hace posible sostener de manera coherente una propuesta de identidad moral basada en el reconocimiento cultural o nacional.

En cuanto a MacIntyre, su propuesta se articula en torno a la idea de tradición moral. Distintas culturas gestan distintas tradiciones morales. Estas representan universos de valor distintos unos de otros, pese a lo cual existiría un puente o vía de contacto entre ellas a través Page 306 de lo que el autor llama traducción moral. Las tradiciones son permeables y cambiantes, lo cual permite que distintas tradiciones puedan intercambiar conocimientos morales. Esta posibilidad de traducción e intercambio entre concepciones rivales negaría al menos parcialmente el relativismo moral, en la medida en que afirma que las teorías no tienen perspectivas radicalmente contrapuestas, cerradas y aisladas, y que en situaciones de crisis epistemológica una tradición podría revelarse mejor que otra. ¿Pero cuáles son los criterios que la hacen mejor? La respuesta parece volver sobre consideraciones ligadas a las prácticas morales de la comunidad (ver Álvarez 2002a: 136-145).

Las posibilidades de cambio de una tradición en conflicto a través de la "función articuladora de la razón" o de las "distinciones cualitativas" que surgen de la "argumentación ad hominem" que postula Taylor, o de ese proceso de "traducción moral" de que habla MacIntyre, parecen difíciles de lograr, como reconoce el propio MacIntyre, si es que la cultura y la tradición tienen el lugar central y definitorio que ambos autores les conceden. Da la impresión de que, dados los presupuestos de que parten ambos autores, tal cambio responderá siempre más a la fuerza de los hechos que marcan una evolución histórica o cultural que a otro...

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