El principio y el final de la vida humana

AutorVíctor Méndez Baiges/Héctor Claudio Silveira Gorski
Páginas103-152
Capítulo 3
El principio y el final de la vida humana
Víctor Méndez Baiges y Héctor Claudio Silveira Gorski
Introducción
El estudio de las cuestiones éticas y jurídicas que surgen de la práctica de la bio-
medicina se vuelve especialmente problemático cuando se acerca a los momen-
tos del inicio y del final de la vida humana. Ello es así porque, en la discusión de
tales asuntos, cuestiones esenciales acerca de quién es una persona, cuándo se
comienza a serlo, o bien cuándo se deja de serlo, reciben respuestas muy diferen-
tes por parte de los que intervienen en el debate.
En este capítulo comenzaremos por lo que se refiere al final de la vida huma-
na. Haremos en primer lugar referencia a los cambios sociales que han permiti-
do que aparezca un nuevo modo de experimentar la muerte, propio de los países
industrializados, y veremos la manera en la que su difusión conforma el telón de
fondo en el cual se plantean hoy una serie de problemas relacionados con el pro-
ceso de morir. Prestaremos atención a continuación a la reacción que el derecho
y la legislación presentaron ante esa nueva forma de experimentar la muerte.
Nos centraremos después en la cuestión de la eutanasia. Es innegable que en
torno a ésta ha cristalizado el núcleo de la discusión actual acerca del final de la
vida, y que las posiciones al respecto se encuentran en nuestra sociedad polémi-
camente enfrentadas. Aquí atenderemos a las definiciones, a las clasificaciones
y a las principales razones que se han cruzado en ese debate, intentando compren-
der sus características fundamentales. No olvidaremos la traducción jurídica que
la cuestión de la eutanasia ha encontrado en diferentes países, entre ellos España.
En lo que se refiere a los problemas relativos al comienzo de la vida humana,
vamos a prestar atención a las técnicas de reproducción asistida, al diagnóstico
preimplantacional, a los problemas éticos y jurídicos derivados de los usos del
embrión y, por último, a la cuestión del aborto y al diagnóstico prenatal. Como
veremos, gran parte de la discusión y de la legislación sobre estos temas están rela-
cionados con las distintas posturas existentes en torno al estatuto ético y onto-
lógico del embrión humano. Al no existir un criterio científico fiable para deter-
minar el inicio de la vida, la discusión queda situada necesariamente en el plano
moral, donde se encuentran posturas diversas, muchas veces incompatibles, aun-
que sin que ninguna pueda considerarse más verdadera que otra. El debate sobre
el estatuto del embrión es fundamental porque de él depende asimismo el desarro-
llo de la clonación terapéutica, de importancia relevante para la medicina del futu-
ro. Veremos asimismo la forma en la que este debate afecta también a las posibi-
lidades de que el día de mañana los ordenamientos jurídicos acepten la eugenesia
positiva en el momento del diagnóstico prenatal y, en consecuencia, que en nues-
tra sociedad se genere un nuevo grupo de personas caracterizadas por ser «niños
a medida».
1. El final de la vida humana
1.1. El modo tradicional y el modo tecnológico de morir
El origen de los problemas éticos y jurídicos que aparecen hoy conectados con
la muerte puede ser trazado, con cierta plausibilidad, en la aparición de determi-
nados avances técnicos que alteraron la experiencia del proceso de morir. Resulta
importante notar que los avances de la técnica no se producen nunca en el vacío
social. Por el contrario, tales avances son fenómenos sociales que interrelacionan
con el resto de los fenómenos sociales. Como se verá, atender a la forma en la que
la muerte fue vinculándose a unos problemas específicos constituye una buena
manera de comprobar esto respecto de una cuestión importante para la bioética.
Para hacerse cargo de los problemas que el asunto de la muerte genera en la
actualidad, lo primero que hay que comprender es que el proceso que lleva de la
vida a la muerte a un ser humano no es un proceso meramente biológico. Posee
también, y es esencial en él, un aspecto social. Pues el encuentro del hombre
con la muerte involucra a varias personas. Al que muere, del que se dice que
parte, que se va, y a los que se quedan, los cuales pueden tener que ayudar al pri-
mero a lo largo de ese tránsito. Todos ellos deben además dotar de sentido al
acontecimiento en el cual alguien abandona su lugar en la red de relaciones
sociales. Ligado a este abandono radical se encuentra toda una tradición que lo
relaciona con las ideas de alma, Dios e inmortalidad. Pero también asociado a ese
trance se encuentra una forma de organizar socialmente el proceso de morir, el
encuentro directo del hombre con la muerte, que es a lo que denominamos aquí
un modo de morir.
© Editorial UOC 104 Bioética y derecho
El modo de morir es producto de un orden social y, en tanto que tal, puede
evolucionar en el tiempo y adecuarse a los cambios. En la larga historia de los modos
de morir, y a grandes rasgos, dos tipos fundamentales pueden ser distinguidos entre
sí: el modo tradicional de morir, el cual tiene raíces muy antiguas, al que encon-
tramos vigente ya en la Antigüedad clásica y que perduró largamente en el tiem-
po; y un modo nuevo de morir, al que cabe llamar modo tecnológico de morir,
que ha aparecido en Occidente durante el siglo XX.
El modo tradicional de morir permaneció relativamente estable durante mile-
nios. Se corresponde con una actitud social ante la muerte a la cual el historia-
dor Philippe Ariès otorgó el nombre de «la muerte domada» en sus escritos sobre
la evolución social de la relación del hombre con la muerte. Este modo de morir
se caracterizaba porque en él convivían un modelo de muerte natural y una serie
de rituales que permitían la integración del proceso de morir de una persona
dentro del sistema social y cultural.
Claramente diferenciada de la muerte repentina o violenta –la que sucede por
accidente o a causa de terceros–, la llamada muerte natural, que es la que sucede
en el lecho y que sobreviene como consecuencia de una enfermedad que condu-
ce a ella, se considera en el modo tradicional la muerte deseada y la común. Es,
además, la que permite dotar plenamente de sentido al acontecimiento.
En el modo tradicional de morir se consideraba que esta muerte natural avi-
saba de su presencia a quien iba a morir. De acuerdo con esa indicación, el mori-
bundo comprendía que su final había llegado. Y ello era el anuncio del inicio de
la representación de una ceremonia que él presidía, que se iniciaba con un indi-
viduo acostado en su lecho frente a sus conocidos, y que no se daba una prisa par-
ticular en finalizar. A lo largo de esa ceremonia, el moribundo arreglaba cuentas
con los asistentes. Y perdonaba y bendecía, o testaba y aconsejaba, todo depen-
diendo de su posición social, en un acto que se quería público, que se prolonga-
ba a través del duelo hasta después del entierro, y que permitía de este modo toda
la comunidad establecer una cierta familiaridad con el fenómeno de la muerte.
Toda esa ceremonia servía para reafirmar cierto dominio humano sobre un acon-
tecimiento desde siempre temido, ya que trae a escena la indefensión de los hom-
bres ante la naturaleza. La ritualización que suponía dotaba de sentido a un
hecho que golpea tanto al grupo como al individuo y que, en consecuencia, asus-
ta a todos. Lo que esa ceremonia ofrecía, pues, como su resultado más claro era
una integración más o menos lograda de la muerte de un individuo en el orden
social y natural.
© Editorial UOC 105 El principio y el final de la vida humana

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