Precarizaciones salariales y resistencias sociales: ¿hacia una renovación de la mirada sociológica desde el caso francés?

AutorBeroud, Sophie

Precariousness and social conflict: To a renewal of the sociological perspective?

SUMARIO: Introducción. 1. ¿Quién controla la movilidad o la estabilidad? Una vieja historia. 2. La precariedad moderna divide ... ¡y une! 3. La forma sindical a prueba. Bibliografía.

Introducción

Antes incluso de la actual crisis económica, el sector privado experimentó en Francia cierta renovación de las formas de conflictividad social, incluso dentro de algunos de los sectores más aquejados por la precariedad profesional. De la gran distribución a la comida rápida, pasando por los trabajadores indocumentados de la construcción o del sector de la hostelería/restauración, estos conflictos demuestran que el "precariado" no está condenado a la insumisión y la invisibilidad social. Sin embargo, esto no impide que hasta la fecha perdure la profunda desestabilización de la forma sindical heredada del siglo pasado. Hoy por hoy, los sindicatos franceses sólo agrupan a un 8% aproximadamente de la población activa, principalmente en las grandes empresas del sector público y del sector privado (Pernot, Pignoni, 2008). Dicho en otros términos, la inmensa mayoría de los asalariados situada al margen de los sindicatos es aquella parte que sufre las formas de empleo precarias y trabaja en las pequeñas y medianas empresas--en la mayoría de los casos, empresas subcontratistas o de trabajo temporal--, es decir, que representa las fracciones más importantes del proletariado contemporáneo.

Así, el proceso de desestabilización de los trabajadores asalariados es indisociable del movimiento sindical y obrero. No sólo constituye una de sus principales fuentes y componentes, puesto que la atomización y la cada vez mayor fragilidad de la situación de los trabajadores agudizan el debilitamiento y las divisiones del sindicalismo, sino que al mismo tiempo constituye una de sus principales consecuencias: debilitado, el movimiento de los asalariados no logra contener la desestabilización de las normas salariales.

En la mayoría de los casos, la precarización del mundo laboral sigue interpretándose como un proceso ampliamente unilateral de descomposición de la norma salarial propio del periodo de crecimiento llamado "fordista", que llevaría consigo un ineluctable debilitamiento, no sólo del movimiento sindical, sino también de las resistencias colectivas. Basándonos en una serie de investigaciones empíricas reunidas en una obra colectiva (Béroud, Bouffartigue, 2009), en el presente artículo consideramos importante discutir semejante enfoque desde una perspectiva más global, con el objeto de pensar este proceso de precarización en su dimensión contradictoria, es decir, dialéctica. Sin negar los efectos nefastos de la precarización del trabajo asalariado, nos interesaremos en las resistencias sociales que ésta suscita, así como en las fuentes, tanto antiguas como contemporáneas, que las alimentan. Contrariamente a lo que sostiene un punto de vista ampliamente difundido, defenderemos aquí la idea de que el poderío de este proceso de precarización del mundo laboral no significa ni su inevitabilidad, ni la de una marginación definitiva del sindicalismo. Si bien la extensión y masificación de la inseguridad social generan una mayor fragilidad, división y atomización de los trabajadores asalariados, también propician la renovación de las modalidades y de los objetivos de la acción colectiva y abren potencialidades, tanto de reestructuración de las solidaridades como de redefinición de la base misma de la condición salarial.

El desplazamiento de la mirada sociológica supone, en primera instancia, que la secuencia actual se sitúe de manera más adecuada dentro de la historia a largo plazo de los trabajadores asalariados y de sus modos de insubordinación. De ahí la necesidad de reexaminar la referencia a los "treinta años gloriosos" (1) que marcaron a una parte de las economías occidentales, ante la amplia mitificación de la que ha sido objeto este periodo. Si bien la norma fordista de empleo constituía el referente esencial e impulsaba una dinámica de estabilización salarial más amplia, al mismo tiempo contribuyó a ocultar la persistencia de grupos que habían permanecido al margen de este progreso social (1). En segundo lugar, este desplazamiento supone precisar la noción de precariedad y examinar lo realmente novedoso de sus formas contemporáneas. En la medida en que la incertidumbre salarial tiende a convertirse en una nueva norma, permite enunciar y denunciar los elementos comunes de una condición salarial, por lo demás profundamente diferenciada (2). Finalmente, esta renovación de la mirada requiere de encuestas que detecten las formas de resistencia y de lucha que implican a trabajadores precarios, y que de esta manera contribuyan a precisar las condiciones de una reestructuración del sindicalismo y la acción colectiva a favor del precariado.

  1. ¿Quién controla la movilidad o la estabilidad? Una vieja historia

    La precariedad divide y debilita a los trabajadores asalariados: éste es el fenómeno en el cual suele hacerse hincapié. Cierto es que colocar a los asalariados en situación de inseguridad facilita el despliegue de la arbitrariedad empresarial y jerárquica, así como de todas las formas de dominación y discriminación social. Sin embargo, la precariedad rara vez anula todas las solidaridades entre explotados, las cuales fundamentan la posibilidad de movimientos y organizaciones de tipo colectivo. La escala, más o menos amplia, en la que se despliegan estas solidaridades constituye un factor clave, debido a que las protecciones conquistadas por algunos lo mismo pueden alimentar nuevas divisiones, como servir de puntos de apoyo. En el momento en que la precariedad profesional se vuelve a masificar, ¿no es ésta susceptible de convertirse en factor de enlace dentro del mundo laboral? La historia de los trabajadores asalariados permite alimentar esta reflexión.

    Considerado desde una perspectiva temporal más amplia, el periodo 1945-1975 durante el cual se afirmó la hegemonía de una norma salarial basada en la estabilidad, parece relativamente breve. Además, se trató de una hegemonía relativa, porque nunca eliminó la inestabilidad ni la fragilidad salarial inscritas en el corazón mismo de los viejos países industriales. Sectores enteros de actividad--agricultura, industria agroalimentaria, construcción, comercio, trabajo doméstico--siguieron marcados por la intermitencia del empleo y la mediocridad de los derechos sociales. En los grandes almacenes, por ejemplo, la libertad patronal de contratación y despido fue casi total hasta 1936, en tanto que los salarios eran a la vez bajos y homogéneos; y los posteriores progresos del derecho laboral fueron acompañados de prácticas que permitían eludirlo. Aquí, la inestabilidad de la mano de obra es una constante en la duración (Beau, 2009).

    En cierta medida, este periodo de estabilización constituye la excepción que confirma la regla según la cual la precariedad es la base misma de la condición salarial. ¿Acaso no se define ésta fundamentalmente como una relación de subordinación (de una fuerza de trabajo a un empleador), a la vez que como una relación libre (ambas partes pueden ponerle fin)? La ficción de una igualdad entre las partes, propia de la ideología liberal y del derecho procedente de la Revolución Francesa, conducía a no distinguir el contrato laboral del contrato comercial y a combatir el resurgimiento de toda organización gremial. Fueron necesarios decenios de luchas obreras, combinadas con la influencia de reformadores sociales y de fracciones modernistas del empresariado, para que en el transcurso del siglo XIX emergieran los primeros rudimentos del derecho laboral. Sin embargo, a lo largo de todo este periodo no era prioritaria la reivindicación de estabilidad de la relación salarial; ésta carecía de relevancia, debido a que la seguridad de los medios de existencia pasaba ante todo por la búsqueda de recursos al margen de la relación salarial (Sauze, 2005). Los trabajadores agremiados que constituían el armazón de las primeras organizaciones obreras no reivindicaban la estabilidad, sino el derecho a la movilidad. Por ejemplo, luchaban por la supresión de la "cartilla obrera", instrumento que permitía a los empleadores retener a sus obreros en función de sus necesidades. Pero expresaban una aspiración más fundamental de los obreros a la insubordinación: ¿acaso no constituyen el derecho y la posibilidad efectiva de cambiar de patrón, la primera forma de resistencia a la explotación, cuya verdad se manifiesta a través del incremento de la movilidad voluntaria en toda coyuntura de pleno empleo o de déficit de mano de obra? Posteriormente, de un siglo a otro, todo parece haber ocurrido como si las posiciones del sindicalismo obrero y del empresariado se hubiesen invertido: hoy por hoy es el movimiento sindical el que busca oponerse a la movilidad obligada de los asalariados, tal como la reivindica el capital (Vatin y Pillon, 2003). Como se sabe, esta historia es más compleja. El binomio estabilidad/movilidad siempre debe cuestionarse, pues la pregunta fundamental consiste en determinar quién controla esta estabilidad/movilidad: ¿los empresarios o los trabajadores asalariados (Germe, 1981)? De la misma manera que el surgimiento, luego el desarrollo de un derecho laboral que protege a los trabajadores a cambio del reconocimiento de su subordinación (Ley sobre los accidentes de trabajo, de 1898) no debe ocultar las formas de derecho obrero que le preexistían y a través de las cuales una parte de los obreros calificados lograban controlar sus condiciones de trabajo (Cottereau, 2002).

    Desde el siglo XIX, con el auge de la gran industria, implantada a veces lejos de las reservas de mano de obra, una parte del empresariado buscó disciplinar y fijar a una fracción de esta última. Por su parte, las manufacturas públicas instauraban cierto "patrocinio estatal" (Retiere, 1995), dentro del cual se inscribiría la...

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