La posición del diputado en el parlamento español. Los estatutos de los grupos parlamentarios

AutorJosé Tudela Aranda
Páginas163-188
VII
LA POSICIÓN DEL DIPUTADO EN EL PARLAMENTO
ESPAÑOL. LOS ESTATUTOS DE LOS GRUPOS
PARLAMENTARIOS
1. UNA EXPLICACIÓN PARA UN DEBATE MÁS AMPLIO
1.1. Una explicación
Cualquier reflexión que se realice sobre la situación de la institución par-
lamentaria y sobre su posible devenir inevitablemente finaliza en un lamento
nostálgico por un diputado que fue y que no es, con él, por un Parlamento que
a lo mejor tampoco fue, pero que seguro se aleja de las imágenes conocidas
(Astarloa, 2017: 39-55). Es preciso afrontar esta situación desde el pensamien-
to y desde la tensión inherente al deber ser. También desde el realismo. Rea-
lismo que surge tanto en las fuentes de lo posible como de lo deseable. Pero
hay que ser consciente de que los acontecimientos que se han ido comentando
no dejan inmune a la política institucional. Nuevas formas de hacer política
y cambios profundos en las conocidas están irrumpiendo y lo harán con más
fuerza en los próximos años. El Parlamento ha permanecido secularmente
ajeno a muchos de los cambios sociales más significativos. Ello no ha sido gra-
tuito. Una lenta erosión ha dañado progresivamente su posición en el sistema
institucional. No parece que la salida al proceso actual pueda ser tan solo una
muesca más en el viejo caudal de su prestigio.
El análisis de todas las cuestiones que se plantean alrededor de estas re-
flexiones solo sería posible en el marco de una amplia investigación. No se
trata, desde luego, a pesar de lo que puede sugerir algunas percepciones más
inmediatas, de ningún debate novedoso. Por el contrario, es un debate tan
antiguo como el propio Parlamento y, en concreto, tan antiguo como la pri-
mera reflexión sobre las crisis de los Parlamentos. Sus raíces jurídico-consti-
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tucionales y sociales son muy profundas y llegan al nervio de nuestro modelo
político.
El modelo vigente de estado de partidos tiene una deuda no satisfecha con
la institución parlamentaria (Rubio, 2014: 137). En particular, con el Parlamen-
to en la forma de gobierno parlamentaria. Consecuencia inevitable de la fuerza
creciente de los partidos ha sido, con matices según países, la deriva a una ins-
titución sin personalidad propia. Paradójicamente, la institución cabeza de la
soberanía y de la autonomía como capacidad de autodecisión se ha convertido
en una prisionera de decisiones adoptadas casi siempre fuera de sus muros.
En una primera etapa, el protagonismo creciente de los medios de comunica-
ción social o el fortalecimiento del Estado social, coadyuvaron decisivamen-
te a ello. En los últimos años, el descrédito de la democracia representativa
o el creciente entusiasmo por liderazgos fuertes, entre otras circunstancias,
han agravado esta situación. Se trata de algo asumido y que forma parte del
engranaje institucional. El sometimiento de los grupos parlamentarios a los
partidos políticos, formalmente introducido en la totalidad de los estatutos de
los partidos, es un reflejo expresivo de lo dicho. Nuestro Parlamento, es, sí, un
Parlamento de partidos (Sáenz, 2008: 151-153). Y seguramente no puede ser
de otra manera. Pero de esa afirmación no se extrae necesariamente el modelo
que hoy puede describir cualquier observador de la realidad parlamentaria
española en toda y cada una de las cámaras que existen en nuestro país. Esa
realidad podría ser matizada. Podría y debería ser matizada desde la necesaria
conjunción el deber de funcionamiento democrático que la Constitución exige
a los partidos (Pérez-Serrano, 1996: 446; García Roca, 2000: 43-45).
Inevitablemente, en esa deriva ha habido un sujeto perdido. Es el parla-
mentario. El diputado (Saiz Arnaiz, 1989). Perdido hasta el extremo de que se
asume con normalidad su marginalidad en el proceso político. Marginalidad
que no solo se refleja en el trato que los diputados tienen dentro de su organi-
zación política (se entiende que en su condición estricta de diputados), sino
que alcanza también a la doctrina que tiende a aceptar su situación como una
premisa inamovible desde la que explicar el funcionamiento del Parlamento
y de sus disfunciones. Todos aquellos que conocen la interioridad del trabajo
político en el Parlamento son sabedores de que la posición del diputado como
diputado es de suma cero. Su peso político y capacidad de influencia muy rara
vez vienen dadas por el desempeño de su trabajo parlamentario. Son agentes
externos al Parlamento los que determinen su posición interna. Y también
son agentes externos los que determinen su presencia en la Cámara. Rara vez
los méritos contraídos en sede parlamentaria serán determinantes. Las excep-
ciones vienen normalmente de la mano de aquellos que realizan un trabajo
interno de perfil técnico valorado y de no sencilla sustitución. El diputado es
en demasiadas ocasiones un sujeto pasivo al que le corresponde de vez en vez
expresar la opinión de su grupo sobre un tema determinado y presionar el
sentido de voto predeterminado.
Pero si es común coincidir en esta descripción también lo suele ser aludir
a que la revitalización del Parlamento pasa por otorgar a los diputados un

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