El poder en el teatro clásico español

AutorAquilino Duque
Páginas53-104
COLECCIÓN HUMANISMO, DERECHO Y CRIMINOLOGÍA
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El poder en el teatro clásico español
El drama
Detrás de la vida de cada pueblo existe un drama la-
tente. Un drama que, para mayor grandeza, da altura a su
historia y profundidad a su pensamiento; un drama que, de
la intensidad y de la magnitud como sea vivido, hace de-
pender la importancia y la trascendencia del papel que a ese
pueblo le toca representar en el Gran Teatro de la Historia.
España también tiene su drama; un drama perdura-
ble que aunque en cada época haya tenido una forma y una
denominación, tiene en el tiempo verdadera condición de
categoría humana. Comparándolo con los de otros pueblos,
frente al drama errante de Israel, el nuestro es drama se-
dentario y condicionado por la geografía; frente al drama
horizontal y místico de los eslavos, el nuestro es vertical y
ascético, abrumado por la tremenda pesadumbre de haber
tenido que administrar justicia a las cinco partes del mundo.
De esta misión histórica, «por suerte reservada» a los
monarcas españoles, nace la española preocupación de hacer
de la Justicia y del Derecho de Gentes bandera a enarbolar
bajo un sol que jamás se pone.
Aquilino Duque
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AQUILINO DUQUE GIMENO
Allí estaban Domingo de Soto y Francisco de Vitoria,
y Molina y Suárez y Las Casas, para decir a los Campeones
de la Cristiandad cómo portarse para ser dignos acreedores
de dicha ejecutoria.
Allí estaba Trento y allí estaba Loyola. Allí, en n,
estaba la dramática ansiedad de un pueblo que se sabía res-
ponsable de la rectitud y buen gobierno de los dos tercios
del mundo y que se creía por designio providencial, siéndolo
por interactivo imperativo de la Historia, propagador y de-
positario de las esencias del Cristianismo.
Esta hora política de España, que es hora de siglos,
conoce y tiene su aurora, que es de Occidente y se llama
América, su esplendor y su plenitud, imposibles de localizar
en un punto cardinal determinado, y su crepúsculo, largo y
dorado como un atardecer del norte de Europa o un cuadro
de Velázquez.
Todo parece que cae; todo parece que concluye, pero
no es así. Se extingue lo exterior, lo que excedía a nuestras
fuerzas, las ajadas ores de papel y los fuegos de colores al
concluir la esta de nuestro poderío, pero lo interior, el recio
armazón ibérico de nuestro drama permanente sigue en pie
y se levanta como una torre todavía coronada de orgullo.
La época
España no se resigna a la pérdida de sus esferas de
inuencia; necesitará siglos y catástrofes para darse cuenta
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AQUILINO DUQUE GIMENO
de que ya no es suyo el cetro de los mares ni la llave de la
hegemonía. España no se resigna, y por eso es en la época
de los últimos Austrias cuando conoce un segundo esplen-
dor, el cultural y artístico, que viene a sustituir al decaído
y decadente esplendor político, y esto se debe a que, como
señala Marañón al enjuiciar la época en que se mueve Oli-
vares, «ya no podía ser la (Monarquía) de Carlos V, en la
que soñaba Guzmán, sino otra más humilde, menos im-
perial, fuerte por su fuero moral más que por su material
poderío».
Sólo hay ya cabida para una hegemonía interior que
acalle las conciencias imperialistas con armaciones póstu-
mas de todo lo que en España hubo de grande; para una
sustitución gallarda de la espada y la lanza por el pincel y
la pluma en la esgrima que España sostiene con el mundo;
para una reducción al ámbito popular de los corrales ma-
drileños de los anchos campos de honor de Flandes o el
Milanesado.
Tras el Siglo de Oro de las armas, el Siglo de Oro de
las Letras. Y es el teatro el que viene a recoger el bagaje de
sentimientos y modos de ver las cosas que quedaba como
único resto de las batallas.
Los ideales
Toda postguerra tiene su losofía. Toda guerra ha de-
jado una desolación en la constante búsqueda del Hombre y
una nostalgia de aquello por lo que se luchó.

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