Planteamiento te

AutorNebreda Roca, Mar
CargoPRESENTACI
  1. De la sociogénesis del trabajo social a la institucionalización de los servicios sociales

    En los diferentes regímenes de bienestar existentes en los países occidentales los servicios sociales constituyen una estructura institucional de provisión de servicios y prestaciones que complementan y/o suplen las carencias y fallos de los sistemas de educación, sanidad y protección social. Sus funciones alcanzan desde la prevención, a la rehabilitación y la intervención social. Se orientan a la personalización de la satisfacción de las necesidades en el territorio o espacio social donde se originan. Debido a sus raíces históricas y la propia complejidad de sus objetivos, su actividad suele desarrollarse a través de la acción estatal, sobre todo local, en conjunción con la sociedad civil organizada (3), es decir, como un sistema mixto.

    Este sistema, que en España, dado su nivel de tardía estructuración, suele calificarse como de "rama" (Casado, 2007) es fruto de una larga y compleja construcción histórica (4) donde ha sido necesario combinar la institucionalización de los servicios sociales junto con el reto de definir y actualizar de modo permanente el núcleo duro de su actividad: el trabajo social, Dicho de otra manera, los servicios sociales han buscado ser visibles y tener un sólido lugar institucional y organizativo y, por su parte, el trabajo social ha buscado la efectividad de su actividad: acompañamiento personalizado de personas con diferentes necesidades, construyendo a la vez redes y entornos políticos, sociales y físicos favorables.

    Este doble objetivo nos obliga a mirar a la historia, a las raíces de la interrelación entre los servicios sociales y el trabajo social. En muchos sentidos, forman una unidad, en las que se entreveran de manera complementaria a la vez que relativamente conflictiva. Un análisis de este objetivo en profundidad desborda este texto, que aquí abordamos de manera tentativa. Lo que pretendemos, con el apoyo de los trabajos, entre otros, de Casado, Aguilar Hendrickson (2014), Casado, Vilá y Fantova (2019), García Dauder (2010), Laparra et al (1990) y Nebreda Roca (2019), es destacar tentativamente, los ejes en que debe apoyarse el análisis de las raíces sociohistóricas del trabajo social, en el que fueron protagonistas las mujeres que lideraron el proceso de construcción socio-científica del trabajo social a través de organizaciones voluntarias y programas públicos.

    Dichos ejes de análisis, que formulamos como preguntas, podrían ser los siguientes: a) Cómo se concibe la reforma social desde el trabajo social; b) cómo tiene lugar la construcción del trabajo social en su doble dimensión de conocimiento científico y de práctica profesional; c) por qué el trabajo social se incardina y subordina en la práctica al imperativo de construir un sistema de servicios sociales equiparable a otros sistemas de bienestar; d) cuál es la razón del protagonismo que en dicho desarrollo han tenido las mujeres pioneras, voluntarias y profesionales, casi todas de procedencia social de clase media y clase media-alta; cuál ha sido su papel en el desarrollo del trabajo social y en el crecimiento de los servicios sociales, lo que ha estado, hasta casi recientemente, condicionado y velado por las limitaciones ideológicas e institucionales de los sistemas públicos de producción de conocimiento social y de gestión de servicios sociales. Consideramos a continuación estos cuatro ejes, cuyo objetivo es destacar la importancia de la historia social para la comprensión de la naturaleza del trabajo social y de los servicios sociales

    --¿Cómo se concibe la reforma social desde el trabajo social?. El trabajo social y los servicios sociales son un modo de respuesta, en sus orígenes, y entre otros intervenciones públicas y privadas, a las consecuencias sociales más negativas de la revolución industrial, una vez que las sociedades civiles liberales cuestionan la existencia de las organizaciones tradicionales de ayuda mutua y solidaridad y, al mismo tiempo, el Estado se posiciona como actor en apariencia neutral ante la cuestión social. El Estado liberal, activamente intervencionista en lo económico (Polanyi, 1944), será residual en lo tocante a la satisfacción de las necesidades sociales, particularmente las de los colectivos situados al margen de los mercados de trabajo o en situación de exclusión. La respuesta vendrá, creativamente, desde la sociedad civil, a pesar de los obstáculos al desarrollo de las organizaciones sociales por parte de los Estados liberales. Al Estado corresponderá, con apoyo de los municipios, la función de control y excepcionalmente, en sus arranques, de la protección de colectivos muy específicos siguiendo la lógica de las leyes de pobres inglesas (la protección del pobre digno o éticamente intachable). La combinación de control y beneficiencia define la naturaleza de la asistencia social emergente en las sociedades liberales del siglo XIX.

    Cada país occidental ha seguido su propia vía para dar respuesta a la cuestión social en función del grado de desarrollo económico y social, y de la configuración nacional de los actores sociales e institucionales que son protagonistas en este asunto. Pero el común denominador, dicho de manera tentativa, de todas las vías nacionales, en el período que discurre entre el final de la primera revolución industrial y la primera fase de la segunda (aproximadamente entre la década de los 80 del siglo XIX y el final de la primera guerra mundial), es el afán reformista de una parte de la sociedad civil (sobre todo, trabajadores de oficio, filántropos y mujeres de clase media-alta), que se traslada progresivamente a los diferentes sectores públicos liberales que bloquean o resisten el avance de la reforma social. La asistencia social y los servicios asociados a la misma son una de las respuestas, de orientación pública y privada no siempre convergentes, a la cuestión social ante los problemas del miserabilismo y exclusión de la primera revolución industrial.

    Los servicios sociales, desarrollados en programas o ramas de beneficencia pública y privada, serán insuficientes en su dimensión local, y tendrán que dar respuesta creciente a un nivel ampliado, bien dentro del ámbito de los emergentes sistemas de Seguridad Social, bien en las administraciones centrales, o en ambos niveles al mismo tiempo. Su papel será reforzar la respuesta local y regular la acción social privada, de naturaleza religiosa y laica. La extensión e intensidad de la acción estatal dependerá del tipo de régimen de bienestar. En los de naturaleza liberal, como son los casos de los Estados Unidos y Reino Unido, la iniciativa reformista en el ámbito de los servicios sociales procederá de la sociedad civil organizada liderada por mujeres. En los países continentales, así como en los países del sur de Europa, tal desarrollo vendrá impulsado de manera combinada por el Estado y la iniciativa social, en gran medida, surgida de las iglesias católica, luterana y ortodoxa. En los países nórdicos, los servicios sociales serán, sobre todo, una creación pública municipal.

    --¿Cómo tiene lugar la construcción del trabajo social en su doble dimensión de conocimiento científico y práctica profesional?. El trabajo social es el núcleo fundacional del conocimiento científico y praxis en el ámbito de los servicios sociales. En cierto modo, es un corpus de conocimiento científico, pero también es un conjunto de técnicas o herramientas de intervención social. Pero, igualmente, el trabajo social tiende a concebirse como una intervención de transformación social, como un ideal que desborda los servicios sociales para alcanzar el conjunto de las políticas sociales, de las que, en muchos sentidos depende, puesto que cubre sus déficits y es puerta de entrada al sistema de bienestar para el conjunto de la población, y de manera especial, para los colectivos sociales más vulnerables y excluidos. En discursos y análisis académicos, la tendencia a identificar los servicios sociales y las políticas sociales no es excepcional. Ello se corresponde con la génesis histórica del propio trabajo social que, en el caso norteamericano, pretende ser reformista en sentido ampliado frente a los objetivos más limitados del análisis sociológico, con el que originariamente estaba interrelacionado. Pero también es reformista en el sentido de que el trabajo social suponía, asimismo, implícitamente, la emancipación de las mujeres profesionales que lo concibieron y lideraron. El trabajo social, concebido como una respuesta reformista amplia de la cuestión social, también se traduce en técnicas de intervención y prácticas profesionales que progresivamente se concebirán en términos de lógica científica, lo cual supone destacar a continuación el tercer eje de los que hemos señalado.

    En efecto, el trabajo social buscará desde el primer momento su entronque con el análisis social. Primero, y dentro del ámbito académico, en relación con la sociología, No siempre será posible debido a las restricciones de acceso de la mujer a la universidad, a las propias reticencias de la disciplina sociológica ante un saber orientado directamente a la práctica, y a las características duales del trabajo social (que supone un análisis y una práctica reformistas, pero, a la vez, una crítica de los límites del reformismo social). Al ser el trabajo social fruto de la interrelación entre las necesidades sociales en el margen de la sociedad e, incluso, en sus extramuros, y de la, en muchos sentidos, feminización obligada de los cuidados, la disciplina del trabajo social tendrá que encontrar acomodo en sus inicios al margen de la universidad, pero con la aspiración permanente a que se convierta, como así ha sido finalmente, en una rama del conocimiento social integrada en las instituciones académicas. El trabajo social encontrará su espacio universitario progresivamente, primero, subordinado, en departamentos de otras disciplinas, como la sociología y la psicología...

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