La parálisis de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle

AutorDimitris Kyriakou
CargoIPTS

Las reuniones de la OMC en Seattle constituyeron un fracaso sin precedentes en negociaciones comerciales anteriores. En rondas pasadas, los problemas sin solución se referían generalmente a cuestiones técnicas/legales, que los especialistas podían reconsiderar ( y lo hicieron), para tratar de obtener un documento cuidadosamente redactado capaz de lograr el consenso.

Estos problemas no cuestionaban la continuidad fundamental del proceso. En Seattle, sin embargo, hubo serias divisiones políticas, apareciendo anormalmente unidos los países menos desarrollados (LDC).

Se denunciaron los procedimientos y no sólo los textos. Hubo poca preparación científica y técnica (C/T), tanto sobre temas generales como sobre cuestiones específicas, (por ejemplo, productos alimenticios), para ayudar a clarificar los términos del debate, las propuestas, las repercusiones de las alternativas consideradas. Ciencia y gobierno no se unieron para lograr opciones políticas, que basaran su legitimidad en un proceso científico-tecnológico y fueran algo más que una selección arbitraria resultante de luchas por el poder, no dominadas por un análisis frío de los hechos. La escasa legitimidad facilitó los ataques a la propia organización, e incluso la protesta pública en las calles por grupos que llegaron hasta la ciudad, y cayeron sobre la OMC como un enjambre de abejas.

El problema no era en absoluto inesperado. A diferencia de las rondas anteriores, el trabajo preparatorio de ésta encontró poca base común. Las personas próximas al proceso advertían que la complejidad de la agenda no presagiaba nada bueno para su desarrollo. El fracaso de las negociaciones multilaterales sobre inversiones en 1998 fue una portentosa premonición. El Grupo77 de los 130 LDC había afirmado en septiembre de 1999 que no aceptaría nuevos impulsos de liberalización antes de que se resolvieran las cuestiones aún pendientes de la ronda Uruguay (UR)- por lo que insistían en la necesidad de revisar y reformar la OMC. Esto iba en contra de los deseos de los grandes actores. Los LDC consideraron que habían sido víctimas del mecanismo de resolución de disputas de la OMC, y de su poder sin precedentes, durante un período de tiempo penoso para ellos, debido a la crisis de Asia y sus consecuencias. Así, estaban poco dispuestos a aceptar lo que percibían como una actitud arrogante por parte de EE.UU. y la UE, con respecto al cumplimiento de las reglas de la OMC (por ejemplo, protección de impuestos para los beneficios por exportación en EE.UU., o los casos de los plátanos y la carne de vaca para la UE). La insistencia de EE.UU. en incluir cuestiones como las normas laborales (la UE propuso más diplomáticamente un estudio conjunto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de la OMC) en la agenda, reforzó aún más el frente de los LDC. La referencia pública del Presidente de EE.UU. al uso de sanciones comerciales contra los que incumplieran las normas laborales confirmaron los temores de los LDC.

La torpeza con que los representantes comerciales de EE.UU. aunaron los papeles de anfitrión, presidente y jefe de la delegación de EE.UU., no ayudó tampoco. El golpe de gracia vino dado por el uso continuo del método de "sala verde". Esto supuso que los grandes actores se reunieran en grupos restringidos para redactar textos sobre cuestiones específicas, grupos a los que fueron invitados ciertos delegados de los LDC, elegidos ad hoc, mientras que los demás quedaron deambulando por los pasillos. Además de enfurecer a los delegados de los LDC, estos métodos destacaron otra causa del fracaso: procedimientos inadecuados para una OMC con 135 miembros. Dado el poder ejercido por la OMC, todos los miembros quieren tener la posibilidad de vetar decisiones/documentos que puedan afectar a su bienestar/soberanía.

La feroz batalla para la elección del Director-General de la OMC en septiembre pasado no sólo dejó un sabor amargo entre los LDC, sino que también hizo que la nueva dirección de la OMC dispusiera de poco tiempo para la preparación. Además, el compromiso alcanzado en septiembre incluía nombrar al favorito de los LDC para dirigir la OMC en el año 2002, haciendo el lento proceso quizás menos costoso para los LDC.

Más allá de las reacciones y de las tensiones del procedimiento, las diferencias EE.UU.-UE desempeñaron también un papel clave. Los EE.UU. reclaman la eliminación de los subsidios agrícolas; la UE es partidaria de la reducción gradual de subsidios, y de la consideración de los aspectos sociales, culturales y medioambientales de la agricultura. La disputa sobre el comercio de productos modificados genéticamente volvió a levantar cabeza. Las propuestas de EE.UU. para que un equipo de la OMC estudiara esta cuestión no fueron finalmente aceptadas cuando los ministros de medio ambiente de la UE reaccionaron violentamente contra todo lo que pudiera antagonizar las discusiones sobre bioseguridad, bajo los auspicios de la ONU. En otro frente bilateral, la objeción japonesa sobre uso frívolo y arbitrario (según Japón) de medidas antidumping, por parte de EE.UU., también exacerbó las tensiones.

Las acciones de EE.UU. motivadas por consideraciones domésticas fueron también cruciales para los resultados. La insistencia en celebrar una "ronda Clinton" preliminar, incluía consideraciones de herencia política, así como los comentarios/posiciones que alejaron a los LDC y la resistencia a discutir temas sensibles como los textiles, asociados a grupos influyentes de intereses de EE.UU., sindicatos, defensores del medio ambiente, y agricultores en un año de elecciones.

No debería olvidarse el papel de la protesta política organizada, de una intensidad nunca vista en EE.UU. en toda una generación, la irrupción de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y la asistencia técnica/legal que ofrecieron a los delegados, frecuentemente asediados, de los LDC. El uso eficaz de tecnología para la coordinación, la aparición de coaliciones repentinas entre improbables compañeros de cama, tales como los defensores del medio ambiente y los sindicatos, aumentaron el coste político de la reunión. La protesta estaba atrapando la atención de demasiados circunstantes. Si estos espectadores, además en un año electoral en EE.UU., empezaban a considerar los mensajes absolutamente justos de los que protestaban contra el apoyo a una misteriosa burocracia internacional, y el coste de la desagradable violencia callejera, la OMC y las conversaciones podrían no parecer muy atractivas después de todo.

Este escaso atractivo revela un problema más profundo: las rondas anteriores fueron más fáciles porque los objetivos eran numéricos y difícilmente algún argumento en contra de ellos podría reunir un amplio apoyo. La reducción de tarifas del 20 al 10% no afecta a lo que defiende cualquier país; las normas laborales, la seguridad de los alimentos, el tratamiento del medio ambiente se acercan mucho más al núcleo duro de la soberanía de los valores por los que vive una sociedad. Las rondas anteriores (especialmente la última) pospusieron los asuntos espinosos para futuras reuniones. Cuando alcanzamos el núcleo duro de la resistencia a hacer que cualquier cosa sea secundaria frente a la expansión del comercio, el coste de llegar a este hito extra de la liberalización aumenta muy abruptamente.

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