Novedades de jurisprudencia canónica

AutorBernardo Torres Escudero
Páginas209-273
NOVEDADES DE JURISPRUDENCIA CANÓNICA
BERNARDO TORRES ESCUDERO1
Vicario Judicial
Obispado de Ciudad Real
1. DISCURSO DEL ROMANO PONTÍFICE AL TRIBUNAL DE LA ROTA
ROMANA Y COMENTARIO
1.1. Discurso del Santo Padre Francisco con ocasión de la
Inauguración del Año Judicial del Tribunal de la Rota Romana
(Sala Clementina, Viernes, 27 de enero de 2023)2
Queridos prelados auditores:
Doy las gracias al decano por sus corteses palabras y os saludo cordialmente
a vosotros y a todos aquellos que desarrollan funciones en la administración
de la justicia en el Tribunal Apostólico de la Rota Romana. Renuevo mi aprecio
por vuestro trabajo al servicio de la Iglesia y de los fieles, sobre todo en el ámbito
de los procesos sobre el matrimonio. ¡Hacéis mucho bien con esto!
Hoy quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones sobre el matrimo-
nio, porque en la Iglesia y en el mundo hay una fuerte necesidad de redescubrir
el significado y el valor de la unión conyugal entre hombre y mujer sobre el que
se funda la familia. De hecho, un aspecto ciertamente no secundario de la crisis
que golpea a tantas familias es la ignorancia práctica, personal y colectiva,
sobre el matrimonio.
La Iglesia ha recibido de su Señor la misión de anunciar la Buena Noticia
y esta ilumina y sostiene también ese “misterio grande” que es el amor conyu-
gal y familiar. La Iglesia entera puede llamarse una gran familia, y de forma
1 Email:
vicariojudicial@diocesisciudadreal.es
2
https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2023/january/documents/20230127
rotaromana.html
BERNARDO TORRES ESCUDERO
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totalmente particular a través de la vida de aquellos que forman una iglesia
doméstica recibe y transmite la luz de Cristo y de su Evangelio en el ámbito
familiar. «De la misma manera que el Hijo del hombre no “ha venido” a ser
servido sino “a servir” (Mt 20,28), la Iglesia considera el servicio a la familia
uno de sus componentes esenciales. En tal sentido, tanto el hombre como la
familia constituyen “el camino de la Iglesia”» (S. Juan Pablo II, Carta a las
familias, 2 de febrero de 1994, 2).
El evangelio de la familia remite al diseño divino de la creación del hombre
y de la mujer, es decir al “principio”, según la palabra de Jesús: «¿No habéis
leído que el Creador, desde el comienzo, lo hizo varón y hembra, y que dijo: Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos
se harán una sola carne? Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre»
(Mt 19,4-6). Y este ser una sola carne se inserta en el diseño divino de la reden-
ción. Escribe san Pablo: «Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la
Iglesia» (Ef. 5,32). Y san Juan Pablo II comenta: «Cristo renueva el designio
primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y
en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un “corazón nuevo”: de
este modo los cónyuges no sólo pueden superar la “dureza de corazón” (Mt 19,
8), sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y defi-
nitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne» (Exhort.. ap. Familiaris
consortio, 22 noviembre 1981, 20).
El matrimonio según la Revelación cristiana no es una ceremonia o un
evento social, ni una formalidad; no es ni siquiera un ideal abstracto: es una
realidad con su precisa consistencia, no «una mera forma de gratificación
afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo
con la sensibilidad de cada uno» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre
2013, 66).
Nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que suceda una unión tan com-
prometida entre el hombre y la mujer, una unión fiel y para siempre de la cual
nace una nueva familia? ¿Cómo es posible esto, teniendo en cuenta los límites
y la fragilidad de los seres humanos? Conviene que nos planteemos estas pre-
guntas y que nos dejemos asombrar ante la realidad del matrimonio.
Jesús nos da una respuesta sencilla y al mismo tiempo profunda: «Lo que
Dios ha unido no lo separe el hombre» (Mt 19,6). «Es el mismo Dios el autor del
matrimonio», como afirma el Concilio Vaticano II (cfr. Const. past. Gaudium et
spes, 48), y eso se puede entender referido a cada unión conyugal. De hecho, los
esposos dan vida a su unión, con el libre consentimiento, pero solo el Espíritu
Santo tiene el poder de hacer de un hombre y de una mujer una sola existencia.
Además, «el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro
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de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio» (ibid.,
48). Todo esto nos lleva a reconocer que cada matrimonio verdadero, también
el no sacramental, es un don de Dios a los cónyuges. ¡El matrimonio siempre
es un don! La fidelidad conyugal se apoya en la fidelidad divina, la fecundidad
conyugal se fundamenta en la fecundidad divina. El hombre y la mujer están
llamados a acoger este don y corresponder libremente con el recíproco don de sí.
Esta bella visión puede parecer utópica, en cuanto que parece no tener en
cuenta la fragilidad humana, la inconstancia del amor. La indisolubilidad a
menudo es concebida como un ideal, y tiende a prevalecer la mentalidad según
la cual el matrimonio dura hasta que hay amor. ¿Pero de qué amor se trata?
También aquí a menudo hay inconsciencia del verdadero amor conyugal, re-
ducido al plano sentimental o a meras satisfacciones egoístas. Sin embargo,
el amor matrimonial es inseparable del matrimonio mismo, en el que el amor
humano, frágil y limitado, se encuentra con el amor divino, siempre fiel y
misericordioso. Me pregunto: ¿puede haber un amor “debido”? La respuesta
se encuentra en el mandamiento del amor, así como Cristo lo dijo: «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34). Podemos
aplicar este mandamiento al amor conyugal, también este don de Dios. Se puede
cumplir este mandamiento porque Él mismo es quien sostiene a los cónyuges
con su gracia: “como yo os he amado, amaos así”. Se trata de un don confiado a
la libertad de los cónyuges con sus límites y sus caídas, por lo que el amor entre
marido y mujer necesita continuamente purificación y maduración, compren-
sión y perdón recíproco. Esto último quiero subrayarlo: las crisis escondidas
no se resuelven en la ocultación, sino en el perdón recíproco.
El matrimonio no debe ser idealizado, como si este existiera solamente
donde no hay problemas. El diseño de Dios, al ser puesto en nuestras manos,
se realiza siempre de forma imperfecta, y, sin embargo, «la presencia del Señor
habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías
e intentos cotidianos. Cuando se vive en familia, allí es difícil fingir y mentir,
no podemos mostrar una máscara. Si el amor anima esa autenticidad, el Señor
reina allí con su gozo y su paz. La espiritualidad del amor familiar está hecha
de miles de gestos reales y concretos. En esa variedad de dones y de encuentros
que maduran la comunión, Dios tiene su morada. Esa entrega asocia a la vez
“lo humano y lo divino”, porque está llena del amor de Dios. En definitiva, la
espiritualidad matrimonial es una espiritualidad del vínculo habitado por el
amor divino» (Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 19 marzo 2016, 315).
Es necesario redescubrir la realidad permanente del matrimonio como
vínculo. Esta palabra es a veces vista con recelo, como si se tratara de una

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