La mujer-madre, un valor que renace

AutorDolores Voltas Baró
CargoVía Augusta, 185 08021 - Barcelona. Tel. 93 2091128 dvoltas@gmail.com
Páginas526-532

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Con esta aportación deseo dirigirme especialmente a cada mujer, para reflexionar con ella sobre las perspectivas de futuro que la condición de ser mujer plantea en nuestro tiempo.

El punto de partida de esta reflexión, el primero, debería ser el agradecimiento: por el misterio de la mujer, y también por cada mujer, y por las «maravillas de Dios» que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella1.

En segundo lugar, debemos dar gracias directamente a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida: gracias, madres, que sois el seno y primer recinto del ser humano en una experiencia única que os convierte en guía y punto de referencia en la vida de vuestros hijos.

La humanidad tiene una deuda de justicia para con la mujer. Se ha apreciado más -aún hoy día- su aspecto físico que su profesionalidad, su capacidad intelectual, su competencia. Esta deuda se debe, sobre todo, a la dignidad misma de su ser, y a la que le confiere precisamente el don específico que posee, al que la humanidad debe su supervivencia.

A menudo el don de la maternidad es penalizado, más que gratificado. Queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Cuanto se haga en este sentido -en el campo de la legislación, de la educación, de la cultura- no será solamente un acto de justicia, sino también una necesidad. La mujer-madre tiene el derecho y el deber de hallarse en todos los ámbitos de decisión y actuación social.

Es preciso que la mujer esté cada vez más comprometida en el ámbito de la política y la sociedad civil. Existen graves problemas que obligan a replantear los sistemas de una sociedad organizada solamente sobre criterios de eficiencia y productividad: los movimientos migratorios y la consecuente necesidad del reagrupamiento familiar, la extensión y optimización de los servicios sociales, la sanidad y la asistencia a la gente mayor, la calidad de vida como valor máximo frente a la dignidad de la vida, la eutanasia como propuesta negativa a la falta de dicha calidad de vida, etc. Para proponer y exigir soluciones verdaderamente humanas en todos estos campos se precisa una mayor presencia social de la mujer. Codo con codo con el hombre, no para sustituirlo en cuotas, sino trabajando complementariamente, según su valía y preparación.

Sin embargo, no fue esto precisamente lo que pretendía el equipo de mujeres organizador oficial del Foro de ONGs que se celebró en Beijing en septiembre de 1995, paralelamente a la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la mujer. En la preparación previa, el 13 de marzo de 1995, en la sede de la ONU en Nueva York, Irene M. Santiago inauguró la Sesión de representantes de ONGs de todo el mundo (unas 1.400 mujeres) con estas palabras: «¿Por qué este foro público tan importante? Para proteger a las generaciones futuras, crear mejores niveles de vida, los que tenemos distintas religiones y credos... En todas Page 527 las conferencias regionales hemos duplicado la asistencia de las veces anteriores. ¿Cómo se explica? Las mujeres han decidido tomar las riendas. Hay que decir a estas personas de trajes grises que han decidido por nosotras: ¡Déjennos paso!». La acidez de este comentario no permite pensar en una tarea compartida, en un deseo de progreso conjunto: No es eso, pensé, no es eso.

Gertrude Mongella, secretaria general de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, se dirigió a nosotras con estas palabras: «Ésta es la última sesión de consultas, la más importante, antes de Beijing. La determinación definitiva está en las ONGs, elementos-clave que trabajan en niveles regionales y nacionales. Lo que se decida en Pekín habrá de traducirse en medidas de acción. No sólo estamos solicitando igualdad, desarrollo y paz, sino que se corrijan los errores del pasado. Hay que hacer esfuerzos que complementen lo logrado en las pasadas conferencias (Nairobi, Copenhague, El Cairo). Esto exige participación de Gobiernos, sector privado, hombres, mujeres, jóvenes... Hay que lograr que las ONGs trabajen conjuntamente con los Gobiernos. La Plataforma de Acción que saldrá en Beijing tiene que ser el manifiesto del siglo XXI. Tenemos la responsabilidad de tomar decisiones para todas sobre Pobreza, Salud, Poder, Empleo, Educación, Trabajo, Medios de Comunicación... Lograr un consenso entre todas. Tenemos que encontrar similitudes, no hacer una cosa u otra, sino una sola entre todas, para todas las mujeres de todas las edades. El próximo paso será encontrar la forma de que nuestros aspectos diversos se unan para mirar juntas el mundo desde la óptica femenina».

Otra intervención que me llamó poderosamente la atención, no sólo por su contenido, sino por la personalidad de quien hablaba, fue la siguiente: «Es el momento de continuar creando la solidaridad de fines y propósitos. Que la mujer sea el punto focal. Estamos aquí para decir a la Comisión (se refería a la Comisión sobre el Estatuto Social y Jurídico de la mujer), que vea el mundo a través de la mujer. México, Copenhague, Río, Viena, El Cairo... Estas victorias han transformado el lenguaje. Nadie puede dudar de la relación entre esto y el trabajo de la mujer. No permitamos que los ojos del mundo se aparten de nosotras. Cada pulgada alcanzada, todo fue logrado renglón por renglón». (Me pregunté entonces, y sigo preguntándome, qué es lo que se logra...

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