Las innovaciones democráticas como punto de partida

AutorJone Martínez-Palacios
Páginas109-118

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1. Crisis de la democracia representativa e innovaciones democráticas

La teoría política feminista, como teoría política crítica1, proporciona análisis radicales de las relaciones sociales y políticas de y entre hombres y mujeres. Más concretamente, la teoría política feminista dedicada al análisis de las relaciones entre feminismo y los modelos de democracia, propone una visión crítica respecto a la democracia representativa tal y como la conocemos en su práctica. Entre otros trabajos realizados en el ámbito anglosajón desde distintos ángulos de este cuerpo teórico-crítico, pueden destacarse, sin ánimo de exhaustividad, los siguientes: Mansbridge (1983, 1994), Pateman (1989, 1995), Phillips (1991), Young (1996) o Fraser (2001), Mendus (1995). Estas autoras vienen a señalar, de una u otra manera, una idea que Mendus rescató de Young sobre la pérdida de la fe por parte de las feministas en que la democracia incluyera en su ideal de igualdad y fraternidad a las mujeres (Mendus 1995).

Asimismo, las teorías que nacen del maximalismo democrático sin una perspectiva explícitamente feminista2, y más concretamente, las que nacen de la tradición democrático-participativa de la década de 1960, también plantean críticamente una profundización de los principios y métodos democráticos representativos.

Ambas críticas, la feminista y la de la democracia participativa, comparten inquietudes, afinidades y actitud crítica hacia el modelo de democracia liberal que impera en el marco de los Estados contemporáneos. Estas afinidades se deben, en gran medida, al hecho de que son coetáneas. La expansión de las teorías participativas surge en el mismo momento, e impulsada, entre otros elementos, por la que se ha denominado segunda ola del feminismo3. Pero, en la actualidad, aunque ambas teorías críticas hablan de crisis al referirse a la

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democracia, sus análisis socio-políticos difieren en sus diagnósticos sobre ésta. De alguna manera puede decirse que ambas han seguido caminos paralelos, aunque diferenciados.

El feminismo como movimiento viene interrogando a la democracia desde su primera ola. En la práctica, diferentes experiencias como la del movimiento sufragista han puesto en jaque la supuesta práctica democrática de las primeras formas de democracia moderna. Algunas autoras que han trabajado sobre las relaciones entre feminismo y democracia desde diferentes ideologías políticas, han subrayado el hecho de que la crisis de la democracia no es nueva. Ésta nació en crisis ya que desde sus inicios no contó con la mitad de la población humana, ni en su teoría, ni en su práctica. Así, el feminismo ilustrado cuestiona desde sus orígenes la legitimidad de la democracia y critica, por una parte, que ésta no se expande a todos los rincones de la sociedad4; y por otra parte, que deje a la mitad de la población al margen, en algunas sociedades, incluso legalmente5.

Por su parte, quienes abordan el debate de la calidad de la democracia a partir de propuestas participativas aducen la existencia de una crisis de múltiples vértices en su seno, que requiere de fórmulas específicas que permitan a la ciudadanía ser protagonista en el proceso de toma de decisiones (decision making process). Salvo algunas excepciones, quienes reivindican mayores cauces para la participación ciudadana como una de las soluciones para hacer frente a la crisis de legitimidad de la democracia, parten de un diagnóstico de apatía ciudadana que se refleja, en los elevados datos de abstención de la ciudadanía en las elecciones –en las elecciones europeas, la media global de los países miembros ha descendido notablemente: 61,99% en 1979, 56,67% en 1994 y 43% en 2009– y en una desconfianza hacia las instituciones democráticas (organismos de justicia) –el barómetro de enero de 2015 del Centro de Investigaciones Sociológicas, en su estudio nº 3050, indica que el 45,9% de las/los españolas/es consideran muy mala la situación política del Estado español, subrayando su desconfianza hacia la justicia y los partidos políticos–, así como hacia los actores políticos tradicionales (como partidos políticos o sindicatos) –el mismo barómetro ahora mencionado clasifica a la clase política como la tercera preocupación de las/os españolas/es–. Es a partir de estas observaciones sobre las “promesas incumplidas de la democracia” (Bobbio 1985) cuando se intensifican las propuestas que tratan de hacer frente a la apatía, la desconfianza y la falta de legitimidad del modelo representativo basado en el “método democrático”.

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El mapa de estas propuestas es muy amplio, y la complejidad de presentar las diferencias entre unas y otras es elevada. No es el objeto de este libro hacer un análisis exhaustivo de ellas, por lo que nos permitimos agrupar las respuestas a la crisis en dos grupos principales: las propuestas deliberativas y las participativas, con el fin de contextualizar para la lectora/el lector la propuesta de las innovaciones democráticas que se aborda más adelante.

La democracia deliberativa, término acuñado por Joseph Bessette (1980), agrupa distintas posiciones que tienen en común la voluntad de mejorar la calidad de la democracia. La describe muy bien Held (2007, p. 332-333), cuando dice que “los demócratas deliberativos suelen describir la democracia contemporánea como un descenso de los choques de personalidades, la política de los famosos, de debates de titulares y la búsqueda exclusiva del beneficio y la ambición personales”. Estos apuntarían a la falta de espacios para el diálogo racional e informado en los dispositivos dispuestos a tal efecto en el modelo de democracia que conocemos hoy. Abogan por generar espacios para la discusión informada que pueden tener forma de dispositivo consultivo y que ayude a la toma de decisión final. Por ejemplo, encontraríamos aquí los consejos asesores sectoriales que buscan informar y crear un debate sobre las cuestiones que afectan a un grupo social concreto o en torno a un tema concreto (el medio ambiente en el consejo de medio ambiente), las encuestas deliberativas propuestas por Fishkin (1997) o las conferencias de consenso.

Por su parte, la democracia participativa es un modelo de organizar las relaciones socio-políticas que se encuentra entre la directa y la representativa. Ibarra y Ahedo escribían que:

La democracia participativa lo que cuestiona es el poder y su ejercicio. La democracia participativa lo que plantea y exige es que el poder sea ejercido por otros y otras. Que sean otros y otras las que decidan sobre los asuntos públicos. Estos otros, conjuntos de ciudadanos o de organizaciones ciudadanas, pueden compartir su poder con los representantes elegidos de las instituciones políticas, pero ya no son sólo estos últimos los que ejercen en exclusividad el poder. También están en él, pero ya no son los mismos. Se han transformado, junto a los otros, en otros (Ibarra y Ahedo 2007, p. 10).

Se aprecia que esta propuesta comparte con la deliberativa la preocupación sobre la calidad de la democracia. Pero, en este caso, “los participativos” no se van a centrar tanto en la calidad de los argumentos y el debate dentro del cuarto poder, sino en los canales y la intensidad de la posibilidad para que ese cuarto poder pueda intervenir en el inicio mismo de la definición del problema que dé lugar a una policy (política pública). El...

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