Hermenéutica y educación

AutorMaría García Amilburu
  1. ¿PODEMOS CONOCER DE LA REALIDAD?

    Nadie niega en la práctica la capacidad humana de conocer, es decir, de adquirir algún tipo de información tanto sobre el mundo externo como acerca de uno mismo. Pero lo que resulta problemático –y ha constituido un tema recurrente de la discusión filosófica desde sus orígenes– es saber si podemos aprehender la naturaleza de las cosas tal como son en sí mismas. Es decir, si podemos conocer la realidad en sí, o solamente tenemos acceso a nuestras propias mediaciones cognoscitivas.

    Como ya hemos señalado, Cassirer, Geertz y otros muchos autores, sostienen que no existen experiencias puras porque éstas se constituyen como tales a través del filtro del mundo cultural y dentro de ese ámbito. Incluso las mismas nociones de realidad o de evidencia presentan contenidos diferentes según la época histórica y el medio sociocultural en el que se elaboran, porque tanto el sentido común como el lenguaje son constructos culturales1.

    Esto ha llevado a algunos pensadores a adoptar posiciones relativistas – porque si todo son productos culturales, no parece posible encontrar un criterio que permita discernir si alguno de ellos es más adecuado que los demás–; al escepticismo –cuestionándose si podemos conocer algo más que las mediaciones que nosotros mismos hemos elaborado– o incluso al nihilismo –a sostener que no existe una realidad más allá de nuestras representaciones–.

    En este apartado se trataremos de responder a la cuestión acerca de si es posible conocer la realidad más allá de los límites establecidos por nuestra situación cultural. De un modo inmediato e intuitivo ya es posible responder que sí, porque el simple hecho de preguntarse por la posibilidad de trascender los propios parámetros culturales manifiesta, de algún modo, que ya se ha hecho. Pues para formular esa pregunta hay que situarse en un marco de referencia más amplio, y sólo desde ahí se puede plantear la cuestión acerca de la naturaleza de las representaciones y las mediaciones en cuanto tales.

    En la Historia de la Filosofía –de modo particular a partir de la reinstauración del dualismo por obra de Descartes– las posturas adoptadas en relación con la posibilidad de conocer la realidad se han agrupado alrededor de dos ejes que podemos caracterizar, genéricamente, como la disyuntiva entre objetivismo y subjetivismo, o la oposición entre los paradigmas cientifista y constructivista.

    El dualismo establece una dicotomía excluyente entre el mundo objetivo, integrado por realidades físicas y el mundo subjetivo, resultado de las intención humana; el ámbito público de lo observable y el mundo privado de los eventos mentales; el cuerpo y la mente; los hechos y los significados; la metodología cuantitativa y la cualitativa; los modelos explicativos y los interpretativos, etc. Este tipo de planteamientos sólo puede conducir a errores, pues el mundo real, concreto, donde se desarrolla la vida humana es un universo complejo, cuya comprensión no puede lograrse atendiendo sólo a uno de los extremos de la disyuntiva, sino más bien intentando una integración de ambos.

    Las premisas ontológicas que subyacen, al menos implícitamente, en el paradigma objetivista del conocimiento son las siguientes2:

    1. Hay un mundo que existe con independencia del sujeto que conoce, formado por objetos que interactúan causalmente entre sí.

    2. Las ciencias que estudian este mundo se distinguen unas de otras por su objeto: algunas se ocupan del análisis de los cuerpos físicos, otras de los comportamientos humanos o de los acontecimientos sociales, etc.

    3. Una vez que se delimita el objeto de una ciencia –por ejemplo, un tipo de realidad física o de conducta– hay que proceder a su observación, descubrir sus regularidades, buscar y contrastar las explicaciones causales y, en la medida de lo posible, cuantificar los resultados.

    4. Como consecuencia de lo anterior, otros observadores pueden comprobar las conclusiones a las que se ha llegado, repitiendo el experimento en condiciones similares.

    5. Así, a través de cuidadosas observaciones y experimentos y, tras una labor crítica de contraste, se puede construir un cuerpo de conocimientos con base científica.

    6. Como consecuencia de lo anterior, la ciencia refleja el mundo tal cual es; y sus afirmaciones son verdaderas o falsas dependiendo de su correspondencia o falta de correspondencia con el mundo tal como es en sí mismo.

      En resumen, el paradigma de la objetividad sostiene que es posible conocer una realidad que es independiente de quien conoce, y que no se ve afectada por el hecho de ser conocida. Defiende una noción de verdad como correspondencia especular entre las afirmaciones que se hacen y lo que las cosas son en sí mismas con independencia del sujeto que conoce.

      Por el contrario, los supuestos filosóficos que están en la base del paradigma constructivista del conocimiento son los siguientes3:

    7. Cada persona vive en un mundo de ideas, y este mundo –tanto el universo físico como el social– se construye cognoscitivamente a través de ellas.

    8. Es imposible que el sujeto pueda salir de ese mundo interior para comprobar si sus ideas representan adecuadamente o no, una realidad que pudiera existir con independencia de ellas. La noción de verdad como correspondencia entre nuestras concepciones y la realidad en sí misma debe ser, por tanto, reformulada.

    9. La comunicación entre las personas se hace posible mediante una negociación de los significados de sus respectivos mundos subjetivos. Por razones prácticas –es necesario vivir y trabajar juntos– se comparten ciertos sistemas de ideas y se llega a consensos básicos con relativa facilidad.

    10. Como van surgiendo situaciones nuevas y otras personas se incorporan continuamente al discurso social, la negociación de significados no termina nunca y hay que intentar llegar siempre a nuevos consensos.

    11. La distinción entre lo objetivo y lo subjetivo necesita también ser reformulada, porque no hay nada objetivo, en el sentido de que exista independientemente del mundo de ideas que –bien de forma privada, o consensuadamente– hemos construido los humanos.

    12. Como no tiene sentido hablar de la Realidad con independencia de la manera como nosotros la concebimos, hay tantas realidades como concepciones de ella.

      En resumen, el paradigma constructivista niega la posibilidad de conocer la realidad sin que ésta se vea afectada por el modo de conocimiento, y sostiene que la Realidad es una construcción social de la mente. Los hechos no existen al margen del modo en que el sujeto los percibe y configura, por lo que sólo pueden comprenderse en función y dentro del contexto en que han sido elaborados. Por lo tanto, el criterio para afirmar que algo es verdadero no puede ser la correspondencia con la realidad sino el consenso entre los sujetos cognoscentes.

      Pring considera que la oposición entre estos paradigmas constituye un "Falso Dualismo", porque la confrontación entre objetivismo y subjetivismo está presuponiendo que si rechazamos un paradigma, tenemos necesariamente que abrazar el otro; y él sostiene que es posible rechazar el lastre de ingenuidad del paradigma objetivista sin tener que abandonar su cariz realista – tanto en lo que respecta al mundo físico como al social–, y sin tener que admitir tampoco que la realidad que conocemos es solamente una construcción social.

      Sin duda, nuestra concepción del mundo depende de las ideas que hemos heredado de nuestra tradición cultural, y diferentes sociedades y grupos humanos ven la realidad de formas muy diversas en aspectos importantes. Pero ésta no es razón suficiente para negar que haya algunas características del mundo cuya existencia es independiente de nosotros que permiten que podamos establecer distinciones entre unos modos de percibir y otros.

      Para clarificar este asunto puede ser conveniente recordar la diferencia que se establece entre las propiedades intrínsecas de un ser y aquellas extrínsecas, que son relacionales4. Las propiedades intrínsecas son las que tiene los entes en virtud de lo que son –se corresponderían grosso modo con las de su esencia o naturaleza; mientras que las extrínsecas o relacionales dependen total o parcialmente de su referencia a otras personas o acontecimientos –por ejemplo, ser anterior o posterior; moderno o antiguo; predecesor o seguidor, etc.–.

      Un objeto físico, una persona o circunstancia puede sufrir cambios importantes con el transcurso del tiempo, bien porque adquiera nuevas propiedades extrínsecas, o por las consecuencias que se deriven de su existencia. Esos cambios –que pueden propiciar la elaboración de nuevas descripciones del objeto– no son meras variaciones en la esfera epistémica o en la actividad descriptiva del intérprete. Las propiedades intrínsecas permanentes de los seres constituyen la fuente central de los requisitos racionales para la validez de las interpretaciones, pero las propiedades relacionales, aunque dependen de las condiciones específicas bajo las que se presenta el objeto, no son fruto del capricho del intérprete, sino que pueden verificarse intersubjetivamente. Estas propiedades relacionales no son exclusivamente rasgos de nuestras descripciones o preferencias, sino características de los objetos mismos y, por tanto, deben considerarse como reales desde el punto de vista ontológico. Estas propiedades explican la evolución de las diversas interpretaciones de un objeto y, al mismo tiempo, señalan los criterios de validez y no arbitrariedad de esas interpretaciones.

      Así, aunque haya de hecho un número indefinido de modos según los cuales podamos describir y clasificar la realidad, no se concluye que cualquier tipo de categorización sea posible. Por lo tanto, no es acertado sostener que existen múltiples realidades, como afirma el paradigma subjetivista, sino más bien que hay diversos modos de concebir la realidad, de acuerdo con los distintos intereses prácticos de las personas o tradiciones culturales. Sin duda, los modos de clasificación son, todos ellos...

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