La guerra-mundo
Autor | Roberto Bergalli/Iñaki Rivera Beiras |
Páginas | 19-54 |
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Pocas actividades humanas son tan intensamente sociales como la guerra moderna. […] En todo el mundo, después de 1914, todos los estados mayores han reconocido que el valor individual de los soldados es tan poco esencial como su belleza.1El carácter social de la guerra
La tesis central de este ensayo es simple: la guerra es un hecho social y, por tanto, sus transformaciones tienden a reflejarse en el orden de la sociedad y en las formas de la vida social. A primera vista se trata de una de esas obviedades que suscitan la ironía de quienes no se ocupan de las ciencias sociales. No obstante, a una mirada más atenta esta tesis adquiere mayor complejidad, porque implica la interacción entre dos dimensiones usualmente consideradas contrapuestas: la «sociedad» o conjunto de relaciones que mantienen unidos a los seres humanos, y la «gue-
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rra» que es la situación extrema en la que aquéllos se enfrentan hasta el punto de matarse.2En realidad, como trataré de mostrar aquí detenidamente, guerra y sociedad no son incompatibles. Al contrario, precisamente su implicación mutua pone de manifiesto que entre interior y exterior de la sociedad occidental, entre nuestra existencia aparentemente protegida o normal y la conflictividad del resto del mundo, no hay solución de continuidad. Esto es tanto más cierto cuanto más tienden a vincularse los conflictos existentes en las diversas partes del mundo, a sobreponerse y a influir unos sobre los otros.3Hay que decir que las relaciones entre guerra y sociedad se encuentran bastante a la sombra en el ámbito de las ciencias sociales. En el siglo XX (época de máximo desarrollo de la sociología y de la antropología), pocos autores destacados se han ocupado de ello, como si la guerra fuese una excepción, una anomalía que puede ser ignorada.4Es cierto que existe una importante tradición de sociología de
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las profesiones y de las organizaciones militares, pero la guerra, como dinámica casi siempre imprevisible y factor de cambio, no encuentra más que un lugar marginal en el saber normal de la sociedad.5Se trata de una laguna o, si se prefiere, de una eliminación que se extiende a otros saberes como la filosofía política o la politología. En suma, cuando las palabras se refieren a las armas, el conocimiento parece detenerse. Se podrá observar que durante siglos la historia ha sido historia de guerras, si no de batallas, pero esto cambia poco el cuadro de reticencia al que aludimos. Sólo recientemente el discurso histórico ha afrontado la descripción sistemática de la guerra (o mejor dicho del combate) como situación social límite en la que están implicados seres humanos de carne y hueso.6
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La definición de la guerra como hecho social remite a dos perspectivas diversas. La primera es que la guerra, al igual que cualquier otra actividad humana, como la ciencia o el arte, sólo puede ser comprendida en el marco de modelos específicos de sociedad. Cada forma de hacer la guerra refleja en sentido lato un tipo de sistema social y político. Por limitarnos a la época moderna, cualquier persona comprende la diferencia entre las interminables guerras dinásticas del siglo XVIII, combatidas mediante ejércitos formados en buena parte por mercenarios, y aquellas guerras totales del siglo XX, en las que los Estados nacionales, democracias o dictaduras, han recurrido a fuerzas armadas de millones de hombres para reducir a la impotencia a los adversarios. La segunda perspectiva es menos evidente, porque se refiere al carácter específicamente social de toda actividad bélica. Pese a que raramente los manuales de sociología traten de la guerra, ésta es un hecho social por excelencia. Ya sea porque mediante la situación de muertes masivas (y lo que de ellas se deriva, luto y destrucción) pone a prueba la cohesión de las sociedades,7ya sea porque consiste en un conjunto de procesos socialmente complejos: movilización económica, innovación científica y tecnológica, disciplina y adiestramiento de vastas formaciones armadas, complejas prestaciones intelectuales (la estrategia y la planificación de las campañas militares), actividades de gestión articuladas (la guía y el control de ingentes maquinarias burocráticas que por definición deben afrontar la posibilidad de ser destruidas o dañadas).8
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Pero nuestra tesis no se limita a poner de manifiesto la complejidad social de la guerra. También subraya que la guerra transforma la sociedad. La razón principal de esta capacidad reside en una función propulsora autónoma de los conflictos. Nunca ha habido una guerra que se haya adecuado a los planes de los estrategas. Y ello por un conjunto de motivos: en primer lugar, resulta difícil que los planes de una de las partes, elaborados a puerta cerrada por los estados mayores, puedan tener en cuenta las reacciones de los adversarios. En segundo lugar, toda guerra incorpora, sea al nivel de la estrategia, sea al de la táctica, los factores de inercia y aleatorios que Clausewitz llamaba fricción y que hoy son definidos como «niebla de la guerra» o «carácter no-lineal de los conflictos».9En otros términos, toda guerra es un juego del que se pueden prever como mucho las jugadas iniciales, pero muy difícilmente sus líneas de evolución. Sobre todo, la falta de previsión se traduce en una movilización de fuerzas que tienden a arrastrar a las partes en lucha hacia un proceso acumulativo de destrucción recíproca. La experiencia militar del siglo XX se puede resumir en esencia como el tránsito de conflictos teóricamente limitados a conflictos ilimitados. Cuantos más medios invierte una parte con el objeto de batir al enemigo, tanto más éste adoptará formas de lucha nuevas y totales. Esto significa involucrar fuerzas cada vez mayores y, llevado hasta el extremo, todas las energías económicas y sociales en la guerra. El ejemplo más conocido de este carácter acumulativo e innovador de los conflictos armados lo constituye sin duda la Prmera Guerra Mundial.10
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En 1914 los estados mayores de las potencias que iban a enfrentarse en los campos de batalla pensaban en campañas de pocos meses, porque aún estaban vinculados a la guerra de maniobras y movimientos típica del siglo XIX.11La ofensiva alemana en Occidente, basada en un grandioso proyecto de cerco de las fuerzas anglo-france-sas (el plan Schlieffen), en un primer momento pareció lograr su objetivo, la conquista de París que debería haber puesto fin al conflicto.12En cambio fracasó, sea por la incapacidad alemana de dominar un teatro tan vasto y por el agotamiento de las fuerzas durante el ataque, sea por la tenaz resistencia francesa. Lo que las potencias beligerantes no habían previsto era que la guerra, a causa de la movilización de millones de hombres y del desarrollo de armas cada vez más potentes, no iba a enfrentar ejércitos, sino sociedades enteras. En consecuencia, los Estados europeos se vieron involucrados en una guerra de trincheras que duró cinco años y modificó profundamente el equilibrio político del continente, poniendo las bases para un conflicto aún más devastador. La memoria de la terrible carnicería, entrelazada con la gran depresión económica, condicionó por décadas la política exterior de las potencias grandes y pequeñas. En Ale-mania, Italia y Japón generó un sentimiento de frustración y revancha que alimentó el nacionalismo extremo, el militarismo y finalmente el rearme de la década de 1930. En Inglaterra y Francia provocó una depresión social y política que impidió valorar exactamente el signi-
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ficado del expansionismo nazi y fascista y de la agresividad japonesa.13Pero el modo en que las guerras transforman la sociedad no se limita a las relaciones de fuerza entre las potencias. Las guerras modifican profundamente las formas de la vida social. En algunos países, y no sólo en los derrotados, la Prmera Guerra Mundial desencadenó nuevas formas de conflicto político que se tradujeron en revoluciones y en el ascenso de regímenes totalitarios. En otros, no fue ajena a cambios como el desarrollo industrial, la expansión del consumo para reactivar una economía empobrecida, la difusión a partir de 1920 del automóvil y de la aviación civil, los precedentes de la economía social y sistemas de gestión autoritaria del trabajo, procesos que influyeron profundamente en la vida cotidiana, familiar y laboral de cientos de millones de personas.14A su vez estos cambios profundos jugaron un papel decisivo en la trasformación de los aparatos militares y en el modo de hacer la guerra. En la fase de subterránea combustión internacional que caracteriza el intervalo aparentemente pacífico del entre deux guerres (1918-1939), la doctrina militar conoció una transformación espectacular. Obsesionados por el estallido de la guerra de trincheras, los estados mayores elaboraron estrategias basadas en las nuevas armas móviles, las fuerzas acorazadas y la aviación, capaces de atacar al enemigo a la distancia y en amplios espacios abiertos.15Por consiguiente, la tecnología aplicada a la guerra protagonizó un nuevo impulso.
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Ante la inminencia del segundo conflicto mundial, el conjunto del cuerpo social de las potencias grandes y pequeñas fue llamado a contribuir a un esfuerzo económico e industrial sin precedentes.16Esto llevó, a partir de 1939, a experimentar formas de guerra aún más totalizantes.17La adopción del bombardeo estratégico (con el objetivo de destruir los recursos económicos e industriales del enemigo) tuvo el efecto de implicar masivamente las poblaciones civiles de los países beligerantes (con la excepción de los Estados Unidos) y de provocar un número incalculable de víctimas. Finalmente, con el lanzamiento de las bombas
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atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la guerra convencional pareció llegar a un punto...
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