La vulnerabilidad del INERME

AutorRosario Morejón Sabio
CargoDoctora en Psicología Universidad de Deusto
Páginas189-204

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0. - Prefacio

La invitación del doctor Don Francisco Lledó Yagüe a participar en la inauguración de un nuevo ámbito de reflexión interdisciplinar, la revista “Derecho, Empresa y Sociedad”, me ha movido a poner en orden algunas inquietudes acerca de los especiales zarpazos que la violencia ha venido dando en el final del siglo XX y en las primeras décadas del XXI. La caída de las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York, no es un atentado más. Entendemos que este acontecimiento redibuja la configuración de los escenarios de guerra y no son pocas las implicaciones legales derivadas de tal ataque terrorista. Las consecuencias psicológicas tampoco son menores: cabe pensar en un nuevo desencadenante de los cuadros de estrés postraumático. “Somos todos neoyorkinos” se repite machaconamente en aquella fatídica fecha y en los días subsiguientes. Se trata de compartir el duelo y de repartir la conmoción pero también, y como singularidad, de situar el trágico desconcierto mundial de una masacre insensata y desmedida que en nombre de un horror desorbitante, inauguraba el nuevo siglo. En Madrid, sobre las paredes de vidrio de la Torre de Atocha, una frase: “Todos íbamos en el tren”. Un 11 de Marzo de 2004, esta vez. De nuevo el luto ante la desfiguración de los cuerpos y la casualidad como circunstancia definitoria del estatuto de víctima en el marco de la violencia contemporánea. Las páginas que siguen son una aproximación a los actuales contextos de la violencia tratando, por una parte, de aislar aquellos marcadores que la distinguen ya como “violencia global” y, en segundo término, son un intento de reenfocar las vivencias de las víctimas potenciales desde una transacción nueva como es la “Guerra Global”. Situarnos en la perspectiva del ciudadano inerme contribuye a todo ello.

1. -Introducción

“¿Qué es mejor, tener reglas y estar todos de acuerdo o cazar y matar? (…) ¿Qué es mejor, la ley y el rescate o cazar y destrozarlo todo? (…) La tormenta de ruido les alcanzó como un conjuro de odio. Roger, en lo alto, apoyó todo su peso sobre la palanca, con delirante abandono. La roca dió de pleno sobre el cuerpo de Piggy, desde el mentón a las rodillas; la caracola estalló en un millar de blancos fragmentos y dejó de existir. Piggy, sin una palabra, sin tiempo ni para un lamento, saltó por los aires, al costado de la roca, girando al mismo tiempo. (…) El cráneo se partió y de él salió una materia que enrojeció en seguida. Los brazos y las piernas de Piggy temblaron un poco, como las patas de un cerdo después de ser degollado. (…) El silencio aquella vez fue total. Los labios de Ralph esbozaron una palabra, pero no surgió sonido alguno”1 (Golding W., 1954).

La lectura de la novela “El Señor de las Moscas” con un adolescente es una sacudida dialéctica sobre lo absurdo del comportamiento humano. En una isla paradisíaca, donde nada falta, ¿por qué un grupo de amigos hacen de la vida una carnicería? Con esta alegoría sobre la sinrazón del Hombre, Sir William Golding (1911-1993) descarga la crueldad, el horror, el mal sabor del alma soportados como combatiente durante la segunda contienda mundial. La persecución del acorazado alemán Bismarck, el desembarco de Normandía y tantas otras escenas desengañan al comandante de la bondad del género humano. Sin mencionarla, la guerra es la protagonista de “Lord of the Flies”. La impiedad y el espanto sustituyen, del modo más inverosímil, la ilusión de los muchachos por sobrevivir. Desencadenada la excitación de la sangre y el juego de la muerte nada es comparable a la destrucción del adversario, esto es, del amigo hecho enemigo para gozar con su humillación y su sufrimiento. Las barbaridades de la violencia humana encuentran difícil explicación.

El desarrollo de la pulsión de muerte en Freud tiene como trasfondo la Primera Guerra Mundial; en la obra de Arendt pesa sobremanera la Segunda Guerra Mundial; sobre nuestros días, surge la que hemos dado en llamar la Guerra Global (Galli, 2002). Repasamos a continuación el sentido de este concepto.

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2. -Antecedentes históricos

Una leve mirada hacia atrás nos recuerda que la historia de la humanidad está plagada de acciones violentas perpetradas voluntariamente por parte de unos sujetos contra los otros. De estas turbulencias humanas se sigue un sufrimiento intenso, muy prolongado, a veces silencioso, que trastoca la existencia de millones de personas.

La Ilíada constituye en este sentido, un texto ejemplar. En Homero, la protagonista de la guerra es la muerte, más aún, la muerte violenta que trunca la vida de los jóvenes guerreros anticipando su fin. Los seres humanos somos presentados como oi brotoi, los mortales. Ésta es nuestra condición. La diferencia fundamental entre las circunstancias de la existencia cotidiana y las de la guerra está en la alta probabilidad de una muerte imprevista, anticipada que surge del ser matados y no de la edad, la enfermedad, la casualidad o el accidente. Con la precisión de Carl Schmitt, la guerra y sus conceptos ?amigo, enemigo, lucha? “adquieren su significado real por el hecho de que se refieren de modo específico a la posibilidad cierta de la eliminación física”.2 Abrazándolos con su intensa violencia, la guerra alimenta tanto el terror como el horror.

En Homero, la guerra es un homicidio recíproco, un duelo a gran escala. Los guerreros homéricos son duelistas, asesinos de corto alcance, especialistas del homicidio cercano y a sangre caliente. Llevan espadas y acaban con hombres así armados. Si bien los textos homéricos refieren el horror del saqueo, la toma de Troya, la indefensión de las víctimas caídas bajo el hierro de los aqueos, el perfil del guerrero homérico es un mortal que prevé una violencia recíproca, simétrica, no unilateral que se descarga sobre quién está indefenso. La reciprocidad, que hace de cada uno un cuerpo abierto a la herida del otro, es un principio fundamental de la guerra entendida en el sentido heroico de lucha entre guerreros. Esta regla ciertamente no justifica la masacre ni la confina a la “lealtad” de la batalla pero el terror y el horror se observan en la escena ejemplar de una guerra.

La Primera Guerra Mundial no es una guerra más a ensangrentar el planeta. Esta contienda inaugura el modelo de “guerra total”. El concepto tradicional, e incluso heroico, de duelo a gran escala o de enfrentamiento leal entre soldados uniformados, queda definitivamente descartado. El escenario cambia radicalmente: los soldados son enviados en masa a la carnicería. El terror y el horror en cuanto formas esenciales de la fenomenología de la guerra, los concierne desde entonces mucho más.

Con el segundo conflicto mundial, el cambio afecta especialmente a los civiles por su equiparación a los militares y por la propensión a exterminarlos sin ningún miramiento (Flores, M. 2005). El cómputo global de las víctimas, los civiles aumentan hasta llegar a ser una amplísima mayoría. Potenciada por la aparición de las armas modernas, la destrucción organizada del siglo XX se traslada al inerme. El escenario es un genuino marco horrorista.

El historiador Eric Hobsbawn (2008) nos hace presente la crudeza de los disturbios: durante el último siglo aproximadamente 187 millones de personas han muerto como resultado de conflictos violentos. Estas cifras incluyen las víctimas de las dos Guerras Mundiales así como diversas contiendas coloniales, guerras civiles, genocidios políticos y enfrentamientos religiosos repartidos por muy variados puntos del planeta. En el momento en que escribimos este artículo siguen abiertos los frentes en Iraq, Afganistán, Sudán, Mali, Colombia, la Franja de Gaza y sobre todo la terrible sangría civil de Siria. Las razones de estas disputas son cuestiones ideológicas, territoriales, económicas, identitarias, religiosas muy diversas. Los mencionados son conflictos declarados, manifiestos cuya naturaleza parece situarles unos, en el concepto de guerra regular en alguna de sus modalidades, otros, en los subtipos de guerra irregular. Sin embargo, falta citar otra guerra, sin límite territorial, soterrada pero cierta, el terrorismo. Ésta es la novedad de nuestra época: la guerra ambigua unida a su secuela, la posibilidad de la guerra global.

Las ramificaciones de algunas de las contiendas clásicas, los proyectos de redención religiosa por parte de los grupos islamistas extremos y las estrategias de actuación desarrolladas ?guerra

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teledirigida por los ricos, seres bomba por los pobres? dibujan un panorama nada alentador. El escenario del siglo XXI se aleja del descrito por Homero: ¿Quien es el enemigo? ¿Dónde y cuándo surgirá el caos? ¿Esta masacre, por qué a mí …? El desconcierto.

De acuerdo con los datos del National Counterterrorism Center (NCTC) de los Estados Unidos de América, en el período comprendido entre 2005 y 2008 se produjo en el mundo una media anual de
12.933 atentados terroristas. Los resultados directos de estos ataques representaron 18.406 muertos,
35.338 heridos y 15.141 secuestrados cada año como media. Si bien los atentados se distribuyen de forma irregular en el globo ?en el intervalo referido: Oriente Próximo, 46 %, Sudeste Asiático, 30%, Iraq, Afganistán, Paquistán, India, 22%? la realidad terrorista se ha vuelto una preocupante lacra para la ciudadanía universal.

3. -...

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