El futuro de las relaciones laborales en tiempos de pandemia.

AutorHyman, Richard

The futures of industrial relations in times of plague (2)

Sumario. 1. ¿Todas las economías de mercado son ahora liberales? 2. La Unión Europea: ¿un aliado ambiguo? 3. La re-mercantilización de las relaciones laborales 4. Covid y la crisis climática. 5. ¿Qué se debe hacer?

  1. ¿Todas las economías de mercado son ahora liberales?

    La tesis de las diferentes "variedades del capitalismo" fue, al menos en su formulación inicial, no solo una taxonomía para el análisis comparativo transnacional, sino también una afirmación de la resistencia institucional. Las economías coordinadas de mercado y las economías liberales de mercado poseían un sistema de instituciones que tendían a consolidarse y agruparse a lo largo del tiempo, de acuerdo con una lógica estructural subyacente. Como Hollingsworth y Boyer (1997: 2-3) señalan, "el sistema de relaciones laborales; el sistema de formación; la estructura interna de las empresas; las relaciones estructuradas entre empresas; los mercados financieros de una sociedad; las concepciones de equidad y justicia sostenidas por el capital y el trabajo; la estructura del Estado y sus políticas; y las costumbres y tradiciones idiosincráticas de una sociedad, así como normas, principios morales, reglas, las leyes y las fórmulas para la acción tienden a estar 'estrechamente acoplados entre sí y, por lo tanto, se unen en una configuración social compleja". Cada elemento en la configuración se apoya en los demás, dificultando el cambio de cualquier pieza.

    Este supuesto de integración funcional ha sido cada vez más cuestionado (Crouch, 2005; Streeck, 2008; Streeck y Helen, 2005). Es tan probable que los regímenes institucionales sean internamente contradictorios como complementarios, lo que da margen a los emprendedores institucionales para transformar sus actuaciones. Su funcionamiento puede ser horadado mediante ajustes incrementales, aunque cada uno de ellos sea de menor importancia. En efecto, el significado de las normas que regulan el poder y el estatus de los actores del mercado laboral se reconstruye y renegocia constantemente. Como demuestra la experiencia reciente, a menudo es más fácil para quienes desean debilitar los derechos de los trabajadores erosionar su efecto práctico que atacarlos frontalmente. Por ejemplo, Baccaro y Howell (2011, 2017), que se centran en particular en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Suecia, argumentan que Europa Occidental ha visto un proceso sostenido de "convergencia institucional". Insisten (2017: 15) en que "la resistencia y la continuidad de la forma institucional son perfectamente compatibles con la convergencia en el funcionamiento institucional", de modo que "las instituciones pueden parecer en gran medida inalteradas pero, de hecho, llegan a funcionar de manera muy diferente a la anterior".

    Esto es de crucial importancia para los sindicatos, ya que en la mayor parte de Europa occidental han disfrutado durante mucho tiempo de amplios recursos de poder institucional que los han eximido de la necesidad de una alta tasa de afiliación y de una alta capacidad efectiva de movilización. Esto puede convertirse en lo que Hassel (2007) denomina "la maldición de la seguridad institucional": si los apoyos institucionales pierden sus efectos, los sindicatos puede que no sean capaces de desplegar recursos de poder alternativos. Este sería el caso, en particular, cuando los apoyos institucionales se ven erosionados, por así decirlo, sigilosamente. Hace algunos años, en una investigación para nuestro libro sobre el sindicalismo europeo (Gumbrell-McCormick y Hyman, 2018), entrevistamos a un destacado sindicalista sueco que explicó con cierta consternación que los sindicatos habían estado preparados durante mucho tiempo para movilizarse contra los ataques a los fundamentos jurídicos e institucionales del sistema sueco de relaciones laborales, pero que no estaban preparados para los cambios más sutiles en el mercado de trabajo y en los cimientos de la seguridad social del propio sistema. En los 15 años transcurridos desde esa entrevista, la afiliación sindical en Suecia ha disminuido aproximadamente del 80% al 65%. Así que una pregunta crucial para los sindicatos es qué nuevos recursos de poder pueden crear (o qué viejos recursos pueden redescubrir) para sobrevivir y prosperar en tiempos difíciles.

  2. La Unión Europea: ¿un aliado ambiguo?

    Durante la mayor parte de su historia, los sindicatos fueron los principales actores en los sistemas de relaciones laborales nacionales. En muchos aspectos, su condición de interlocutores nacionales (o interlocutores sociales) se vio reforzada por los compromisos sociopolíticos de posguerra alcanzados en la mayoría de los países de Europa occidental. Los empresarios eran principalmente nacionales en cuanto a la propiedad de las empresas y las estrategias de producción, y en la mayoría de los países estaban dispuestos a actuar colectivamente. Los gobiernos eran en gran medida autónomos en materia de política social y económica y fomentaban el surgimiento del estado de bienestar keynesiano. Incluso los regímenes conservadores tendían a apoyar la institucionalización del diálogo social.

    Por supuesto, el mundo ha cambiado. La globalización--un concepto que a menudo se utiliza a la ligera, pero que ciertamente designa una transformación real en las estructuras de propiedad, las estrategias de producción y las cadenas de valor transnacionales --ha sustraído a los conglomerados capitalistas dominantes del control nacional. La liberalización de los mercados financieros ha subordinado cada vez más lo que solía denominarse como la "economía real" a las prioridades del capitalismo de casino. Ahora es posible, y de hecho más eficaz, generar un excedente sin producir valor: el dinero puede expandirse sin la producción de mercancías asociadas, como se entendía tradicionalmente. Las organizaciones que crean empleo se han convertido ellas mismas en mercancías, cada vez más compradas y vendidas, creando nuevos modos de inseguridad: para un número creciente de trabajadores (y sus sindicatos), ya ni siquiera está claro quién es el empleador. Los gobiernos con un margen de maniobra reducido en la configuración de las políticas económicas y sociales afirman ahora a menudo que no hay alternativa a un régimen neoliberal. Esta dinámica, ha argumentado Peters (2011), es la razón clave del declive sindical en todo el mundo.

    Se ha asumido comúnmente, sobre todo dentro de los sindicatos europeos, que la UE podría proporcionar una defensa contra la globalización neoliberal. De hecho, muchos autores detallan los casos en los que los trabajadores y sus sindicatos se han beneficiado de "la Europa Social". El discurso del "modelo social europeo" se puede ver, en primer lugar, como una celebración de las características de las Economías Coordinadas de Mercado, en las que se asignan a los trabajadores derechos y estatus tanto individuales como colectivos. En segundo lugar, el término implica el objetivo de generalizar y ampliar estos derechos y protecciones mediante la armonización y la normalización ascendente de los resultados a toda la UE.

    Sin embargo, la noción de modelo social europeo es intrínsecamente ambigua. En su versión más fuerte, puede significar una equivalencia de los derechos del trabajo y del capital: en efecto, un sistema de doble poder. Más modestamente, puede significar lo que se conoce en Alemania como soziale Marktwirtschaft o economía social de mercado. Aquí, la pregunta clave es si el énfasis se hace en lo social o en el mercado. Cuando el término fue popularizado por los demócratas cristianos de la posguerra, fue una consigna para los mercados libres con regulación social limitada; posteriormente, se le dio más peso a la regulación social de los mercados, y en particular a los mercados de trabajo. En su versión más débil, la idea de un modelo social se aproxima a un sistema en el que la solidaridad social está subordinada a la competencia del mercado. Habida cuenta de estos significados incompatibles de la Europa social, el concepto es esencialmente controvertido: posee un estatus icónico como abstracción, pero no hay consenso sobre su contenido. Es posible respaldar la etiqueta sin comprometerse con ningún resultado de política específico.

    Esto significa que su función es a menudo cosmética: en los últimos años, la retórica de la Europa social a menudo ha servido como acompañamiento de las propuestas de desarme social del Euro-liberalismo. En la ardua lucha por una Europa social significativa, los sindicatos se enfrentan no solo a la fuerza de gravedad del marco constitucional existente, sino también a la fuerza de los oponentes de peso. Existe el conocido desequilibrio dentro de las instituciones de la propia UE: el Parlamento, el elemento más popular (elegido directamente) de la arquitectura de la toma de decisiones, y el defensor más fiable de una dimensión social efectiva de la integración europea, es también el más limitado en sus poderes. La Comisión, aunque dependiente en su propio estatus del alcance de la capacidad reguladora de la UE, es en el mejor de los casos un aliado ambiguo. Aunque la Dirección General de Empleo y Asuntos Sociales (DG EMPL) puede simpatizar con muchas aspiraciones sindicales de regulación social, su influencia está subordinada a la de muchas otras Direcciones Generales con la misión principal de creación de mercado. Cabe señalar que en los últimos años, la DG EMPL siempre ha sido asignada a un Comisario de un país pequeño o periférico, después de que las tareas más influyentes se hayan repartido entre los pesos pesados.

    A estos sesgos se añade, por supuesto, el desequilibrio de influencia entre el trabajo y el capital. No se trata simplemente de una cuestión de recursos organizativos. En muchos aspectos, la CES es más sólida desde el punto de vista organizativo que BusinessEurope, aunque no debemos olvidar el número de lobistas o grupos de presión, así como los representantes que las empresas...

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