Evolución del concepto de partido en el tránsito del siglo XVIII al XIX. El caso de España (1780-1814)

AutorLuis Fernández Torres
Páginas433-475

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I Introducción

Con este artículo se pretende rastrear el desarrollo de la voz partido durante las décadas en que este término comenzó a adquirir su contorno semántico moderno. Para ello se ha utilizado fundamentalmente una aproximación histórico conceptual, que da cuenta de la acumulación diacrónica de rasgos semánticos y de las interrelaciones que se establecen entre los distintos estratos de significado que conviven en el concepto. Los cambios operados en el término analizado están conectados con la convulsa historia política que caracteriza buena parte del siglo XIX español. Ambos niveles, el meramente conceptual y los acontecimientos políticos, están íntimamente vinculados, formando parte de una misma realidad en la que los cambios que se producen en uno de los planos tienen simultáneamente la doble relación de causa y efecto con el otro. Es decir, las modificaciones léxicas son simultáneamente índice y factor de cambios en la realidad política y social y viceversa1. En este sentido, resulta imposible concebir un régimen parlamentario con partidos sin la existencia de un lenguaje capaz de referirse a esa realidad. La creciente presencia de agrupaciones políticamente motivadas impulsó el surgimiento de un lenguaje específico al tiempo que la creación de ese lenguaje catalizó la formación de las agrupaciones políticas mediante la delimitación lingüística de su margen de acción. La relación entre ambos niveles no se reduce, por tanto, a una simple concatenación unidireccional en la que el lenguaje sería un trasunto de modificaciones operadas en una realidad más esencial. La complejidad de los matices en juego hace necesario un análisis específico de los contextos concretos en que se formula el concepto en y a través del tiempo.

La voz partido no es en absoluto uno de los términos de nueva acuñación de los que tan pródiga es la topografía léxica del siglo XVIII2. Su existencia se remonta a la forma latina pars de la que procede la variante vernácula hispana y buena parte de las expresiones utilizadas al efecto en las lenguas occidentales. Concretamente entró a formar parte del vocabulario alemán, francés e italiano en la Alta Edad Media. Nada hace pensar que este no haya sido también el caso del español3. La sencilla constatación de la presencia del vocablo a lo largo de un lapso temporal tan amplio no debe llevar en cambio al error de atribuirle una inmutabibilidad semántica. La tentación de asignarle un núcleo de significado invariable choca contra los usos presentes en las fuentes, que lejos de mostrar una continuidad semántica reflejan una acelerada transformación del significado del concepto de partido, que en el ámbito español se inicia en el último tercio del siglo ilustrado, prolongándose con especial intensidad hasta el último tercio del XIX. Durante estos cien años

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tuvo lugar una crucial y prolongada fase de resemantización, lo que no implica, como se ha demostrado, que posteriormente el concepto haya dejado de tener historia4. La transformación operada, caracterizada por la sustracción, adición y recombinación de rasgos semánticos, modeló y fue modelada por la veloz concatenación de cambios económicos, sociales y políticos que se arremolinan a ambos lados del umbral que en la periodización latina separa la Edad Moderna de la Contemporánea5.

No me ocuparé aquí de analizar el conjunto de ese proceso, aunque haré un breve esbozo del posterior desarrollo semántico del concepto en los siguientes párrafos. Circunscribiré mi atención a la primera de las fases en que se puede subdividir ese periodo de su historia conceptual: la que arranca en vísperas de la Revolución francesa y llega hasta la reunión de las Cortes en Cádiz, teniendo con la promulgación de la primera Constitución española su momento álgido.

Al igual que sucede en otros países europeos, en España se observa a lo largo de la mayor parte del siglo XIX, con especial énfasis en su primera mitad, la convivencia en el concepto de partido de distintos estratos de significado operando simultáneamente, lo que se tradujo en una aplicación del término que aparenta ser vaga y confusa. Ambivalencia apreciable en muchas ocasiones en un mismo individuo. Una traslación anacrónica del significado actual a los usos del pasado, que ignora la complejidad semántica de un concepto en estado embrionario, conduce a malinterpretar el sentido de su uso en los textos y contextos en que aparecen las referencias. Este error en la apreciación del significado de la voz partido se da incluso en los casos en los que el concepto, tal y como se utiliza en las fuentes, parece coincidir en sus líneas fundamentales con su interpretación más moderna. Tan importante como el sentido que se expresa son las líneas de significado a las que no se apela, pero que implícitamente están presentes para emisores y receptores del concepto, líneas que desde nuestra perspectiva temporal se han oscurecido en gran medida. Todo uso, desde una óptica conceptual, tiene lugar en definitiva en una nube de significados que es necesario contemplar en su conjunto para aquilatar la profundidad de significado de un concepto.

La voz partido adquirió así en la modernidad, junto a un sentido heredado, que de forma laxa hacia referencia a una división en el seno de una comunidad, dos perfiles mutuamente excluyentes nacidos al calor de la nueva época que principiaba con la Revolución francesa. El primero de ellos remite a una división política irreconciliable en torno a los modelos de Estado. Las relaciones entre los partidos se conciben en esta línea de significado en términos de guerra civil y de anulación o exterminio del otro, concebido como enemigo. En el segundo caso, por el contrario, los partidos se hallan insertos en un marco institucional compartido que regula sus relaciones y pone límites a

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su libertad de acción. El lugar privilegiado en el que estas relaciones se llevan a cabo son las cámaras legislativas. Ambas líneas semánticas adquieren rasgos identificables ya a finales del siglo XVIII, aunque será durante el Trienio liberal cuando empiecen a tener contornos más nítidos. Ahora bien, el periodo más decisivo conceptualmente se inicia a partir de la muerte de Fernando VII y del subsiguiente nombramiento de Isabel II como Reina bajo la Regencia de su madre María Cristina El arco temporal que comienza en 1834 y se prolonga hasta 1868 es testigo, por tanto, de la condensación máxima del concepto en sus distintas variantes. Es entonces cuando su segundo sentido se integra en una red conceptual de la que forman parte conceptos como opinión pública, libertad, parlamento, ley, elecciones y Estado entre otros. Muchas de estas asociaciones ya habían sido hechas previamente, pero una articulación relativamente coherente de todos ellos sólo se produjo durante el segundo tercio del siglo XIX.

Hay tres componentes semánticos fundamentales en el concepto de partido que se fueron agregando al concepto en distintos periodos históricos: los principios, la organización de los partidos y su disponibilidad, es decir, la capacidad de fundarlos voluntariamente. Esta tríada es la base del concepto ya que estructura el marco en el que se desenvuelven los procesos de adición y matización semántica para ambas líneas de significado. Líneas que continúan vivas en la actualidad, si bien el consenso básico en torno al régimen parlamentario de gobierno ha desdibujado la presencia de la primera de ellas hasta hacer inaplicable el término de partido para denominarla. Su presencia, no obstante, sigue latente en la amenaza percibida y, en ocasiones, verbalizada, de exclusión del contrario. Hay una suerte de pulsión antropológica que dificulta la asunción del irreductible pluralismo de la realidad política, que se plasma en el rechazo de la legitimidad de las alternativas.

La arqueología del concepto desentierra en el último estrato de éste, es decir, el primero cronológicamente, el rasgo semántico de los principios. Organización y disponibilidad harán su aparición posteriormente. Por tanto, el marco temporal que pone límites a este trabajo verá aparecer, junto con otras, los principios como una de las cuestiones clave.

Este primer rasgo estructural es el principal elemento compartido durante las primeras décadas del siglo XIX por ambas líneas semánticas. Funciona, en cierto sentido, a modo de puente entre ambos racimos de rasgos semánticos. Esa característica es la que hizo que gran parte de las operaciones de resemantización del concepto de partido se centrasen en matizar el alcance de los principios, en distinguir un sentido fuerte de otro débil con el fin de lograr enmarcar el concepto de partido en un contexto de convivencia institucional pacífica. En su formulación débil, los principios no debían aludir a modelos de legitimidad alternativos y, por tanto, excluyentes, sino que referirse a cuestiones de carácter secundario, como, por ejemplo, el desarrollo de las leyes y su velocidad de aplicación.

¿Quiénes impulsaron el desarrollo semántico del concepto trabajando sobre este nexo de unión? Publicistas y políticos que pueden encuadrarse en el liberalismo templado, que opone el pragmatismo a las máximas abstractas. Concretamente, dentro de este grupo, individuos que ocuparon una posición

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relativamente marginal en el panorama político: Blanco White, apologista del pragmatismo inglés, que vio en la interrelación entre los partidos en España una de las cuestiones decisivas para el devenir del régimen constitucional; exjosefinos como Javier de Burgos; puritanos como Joaquín Francisco Pacheco y Nicomedes Pastor Díaz; y, por último, Andrés Borrego, liberal de difícil clasificación. Las respectivas estrategias que aplicaron perseguían, como se acaba de anticipar, distanciar la segunda...

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