Debate sobre el proyecto de nueva regulación del aborto

AutorManuel Atienza - Manuel González-Meneses
CargoCatedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Alicante. - Notario.
Páginas2-25

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1. Presentación

Como es sobradamente conocido, en el momento presente el Gobierno de la Nación está preparando un proyecto legislativo para reformar la normativa vigente sobre la penalización del aborto voluntario. Según se ha dado a conocer a la opinión pública, el cambio fundamental que se pretende introducir consiste en el establecimiento de un plazo -al parecer, las catorce semanas siguientes al comienzo de la gestación- durante el cual el aborto sería libre.

Con ocasión de esta iniciativa, en el número de enerofebrero de 2009 de la revista de actualidad jurídica del Colegio Notarial de Madrid, "El Notario del siglo XXI" -una revista que, frente a lo que cabría esperar de una publicación corporativa de esta naturaleza, no huye de temas comprometidos y controvertidos-, se publicaron dos artículos sobre el asunto. Del primero de ellos era autor Manuel Atienza, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Alicante; y del segundo, Manuel GonzálezMeneses, notario de Madrid y miembro del consejo de redacción y colaborador habitual de la indicada publicación. En realidad, el orden de aparición de los dos textos no se correspondía con la génesis de los mismos. La iniciativa correspondió a González-Meneses, cuyo texto comenzaba precisamente denunciando la falta de un debate de profundidad sobre las -para él- graves cuestiones morales y jurídicas implicadas en la reforma proyectada. Siguiendo una sugerencia del mismo y con la idea de que la revista no reflejase sólo una de las posiciones en conflicto, se decidió encargar otro artículo a un partidario de la reforma. El elegido para ello fue el profesor Atienza, del cual ya se habían publicado con anterioridad en la misma revista algunos otros artículos sobre cuestiones ético-jurídicas, y que se prestó a aportar su colaboración.

Una vez publicados los dos artículos, los autores convinieron en que el resultado, siendo interesante, no les dejaba del todo satisfechos, por las propias limitaciones del formato. González-Meneses no había podido conocer la posición de Atienza al escribir su artículo ni replicar al mismo, y Atienza, que sí tuvo a la vista el texto del primero, no pudo entrar a rebatir directamente sus argumentos por el respeto a la regla que le fue impuesta y aceptó de no citar el otro artículo, para que la idea del encargo no se hiciese demasiado patente. Y es que, por el propio carácter institucional de la revista, se quiso en lo posible evitar herir susceptibilidades en un tema de suyo tan delicado.

De lo que se trataba, entonces, era de conseguir unas condiciones de debate más próximas a la habermasiana "situación ideal de habla", sin interferencias de terceros ni condicionamientos institucionales; un diálogo en el que cada una de las partes pudiera exponer con tranquilidad sus argumentos y rebatir los del contrario, pero con todas las cartas sobre la mesa.

El resultado completo de este debate es lo que ofrecemos ahora a los lectores: los dos primeros artículos, en el orden en que fueron confeccionados (se trata de dos textos independientes y autosuficientes, sin perjuicio de que el segundo de ellos tiene en parte como trasfondo los argumentos empleados en el primero), seguidos de los tres turnos de réplica de que han hecho uso los autores para considerar e intentar rebatir los argumentos de la otra parte y terminar de precisar sus respectivas posiciones. El carácter dialéctico -de réplica, contrarréplica y nueva réplica- de esos otros textos hace que su pleno sentido sólo se alcance en una lectura conjunta de los mismos. Y es eso mismo lo que pueda dar un interés especial a su publicación. Así, en temas tan sensibles como el que es objeto de este debate, en los que parece que lo que chocan son posiciones completas ante el mundo y la existencia, "cosmovisiones", lo más habitual es encontrar verdaderos diálogos de sordos, en los que las partes intervinientes se arrojan mutuamente invectivas y, sobre todo, no se escuchan en ningún momento. En el diálogo que presentamos, es cierto que en algunos momentos saltan chispas y se percibe la tensión de fondo que el tema genera; pero, en cualquier caso, se trata de un verdadero diálogo, en el que cada uno de los participantes ha puesto su máximo empeño en escuchar a la contraparte, en entender, respetar y no tergiversar su posición, de manera que el enfrentamiento no fuera entre personas sino entre los propios argumentos.

No hace falta decir que el riesgo intelectual que implica un debate de este tipo no es frecuente verlo asumir.

En cualquier caso, los autores eran perfectamente conscientes desde el principio de que ninguno de ellos iba a dar su brazo a torcer, ninguno iba a ser convencido por el otro. Pero aun así, consideraron interesante el reto, y a la conclusión del ejercicio su valoración fue coincidente: la ganancia obtenida en el entendimiento no sólo de la posición y razones del contrario sino de la propia posición había valido bien el esfuerzo realizado.

En cuanto a los lectores, probablemente ninguno de los ya convencidos de una u otra postura se moverá un ápice de su posición, sino que más bien podrá sentirse reforzado en la misma. Para los indecisos o los que no se han para-

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do todavía a pensar sobre el asunto, es posible que aquí lleguen a encontrar un criterio o por lo menos se encuentren más ilustrados a la hora de formar su opinión. A ellos corresponde en definitiva el veredicto final sobre el resultado del debate.

Pero sea éste cual sea, un rendimiento ya positivo de este debate es el que resulta de su misma posibilidad y existencia: el ejemplo de convivencia que en un tema tan vidrioso han dado los autores, lo que en un país tan iracundo como el nuestro nunca está de más.

2. Sobre el aborto

(Artículo de Manuel González-Meneses publicado en el número 23, de enero-febrero de la revista "El Notario del siglo XXI").

El aborto es un tema incómodo por excelencia. Estoy seguro de que muchos lectores de esta revista habrán fruncido el ceño al ver el título de este artículo. Incluso bastantes de ellos habrán pasado estas páginas en busca de una lectura más confortable. Y es que el aborto es algo de lo que, salvo unos pocos, nadie quiere hablar ni oír hablar. Para la mayor parte de la sociedad española, especialmente para ese sector de la misma que se considera razonable, ilustrado y moderado, el aborto es algo así como un no-tema.

En el plano político esto que digo se pone claramente de manifiesto. Era bastante conocido que, si el partido socialista volvía a ganar las elecciones, en esta legislatura tocaba revisión de la normativa sobre el aborto. No obstante, dicho partido no tuvo el coraje de incluir más de tres líneas muy poco comprometidas de referencia al asunto en su último programa electoral. En cuanto al principal partido de la oposición, la incomodidad que le produce este tema es aún más evidente: en el siempre inacabado viaje hacia el centro, el asunto del aborto viene siendo un inoportuno lastre. No creo que el lector necesite que se le recuerde que en los años ochenta el partido antecesor del actual PP impugnó por inconstitucionalidad el proyecto de la primera ley socialista de despenalización parcial del aborto, para, después, una vez alcanzado el poder incluso con mayoría absoluta en el Parlamento, no proponer por su parte la más mínima medida legislativa para reformar aquella ley ni emplear ningún especial celo en conseguir que la aplicación de la norma se ajustase a lo que en teoría era el espíritu de la misma. En el momento presente, la posición oficial de los populares ante el tratamiento legal del aborto se mueve entre la aséptica afirmación de que, mientras haya una determinada ley, ésta ha de cumplirse y la alegación de que no existe una verdadera demanda social de flexibilización de la normativa vigente, de manera que, si el ejecutivo promueve ahora una iniciativa sobre la materia, lo hace con el propósito de distraer la atención de la opinión pública, de tender una nueva cortina de humo que aparte la vista del problema real que ahora acucia a la sociedad española, que no es otro que la crisis económica.

En semejante contexto, es evidente que a un verdadero debate de fondo, por lo menos en sede parlamentaria, no vamos a asistir. Como tampoco lo hay en esas comisiones de expertos designados por el Gobierno para asesorar sobre la iniciativa legislativa, de carácter absolutamente monocolor, donde no se ha debatido el an sino sólo el cómo y en particular el cuándo. Y no hay debate porque el posible debate está predecidido por el carácter "progresista" de la causa. Promover una mayor liberalización de las prácticas abortivas es algo progresista, propugnar un mayor rigor legal es algo reaccionario, autoritario y antipático, con lo cual, en un país donde no se confrontan argumentos sino etiquetas, ya está todo dicho.

En el ámbito jurídico, en el mundo de los juristas, no es muy diferente lo que sucede. En definitiva, se trata de un tema de derecho penal, algo que pertenece a una rama bastante especializada del derecho público. Para el grueso de los juristas, tanto teóricos como prácticos, que nos ocupamos de las extensas materias del derecho privado o de aquella parte del derecho público y administrativo que tiene sustancia económica, el aborto no es un tema que suscite un particular interés profesional y, sean cuales sean las convicciones personales de cada uno, la postura más extendida es la de no significarse en una cuestión que tiene un importante coste de imagen. Y ya se sabe que el positivismo o formalismo jurídico imperante -es ley lo que el...

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