El concepto de persona y dignidad humana

AutorReynaldo Bustamante Alarcón
Páginas133-225

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Consideraciones preliminares

La aproximación histórica nos ha permitido apreciar distintos aportes culturales que, por su influencia, representan bastante bien a las principales racionalidades parciales que han contribuido al desarrollo de la idea de persona y dignidad humana, desde sus raíces en la Antigüedad hasta alcanzar sus contornos modernos. Una idea con la que la cultura occidental y moderna —aunque sin limitarse a ella— ha venido organizán-dose para intentar alcanzar una convivencia con cierto sentido de justicia. Tras ordenar esas racionalidades parciales, seleccionando las que consideramos útiles, toca ensayar con ellas, junto con nuevos aportes, una síntesis integradora que suponga dar un paso más en el camino del conocimiento: una reflexión sobre la persona y la dignidad humana que contribuya a construir y fortalecer una sociedad justa, a la altura de nuestro tiempo. Un modelo de convivencia social donde cada persona pueda encontrar las condiciones adecuadas para el desarrollo de todas las dimensiones de su humanidad. Un proyecto difícil, pero posible, que requiere de esfuerzos serios y persistentes para concretarse en la realidad; en especial, de un poder políti-

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co comprometido con su realización y de una sociedad dispuesta a participar activamente para alcanzar esos objetivos. Nos corresponde a todos contribuir con nuestro trabajo diario, desde la posición o situación en la que nos encontremos, a alcanzarlos. La razón y la praxis son herramientas para lograrlo. La razón debe proporcionar criterios para la acción, para la crítica de la realidad y, sobre todo, para su transformación. La práctica debe ser cotidiana y constante para alcanzar esos objetivos, siempre a la luz de la razón.

1.1. Dificultades de la reflexión sobre el ser humano

Somos conscientes de que la empresa propuesta es nada fácil. No solo por los factores de diverso tipo que condicionan su realización (económicos, políticos, culturales, etc.), sino también por las dificultades teóricas que se presentan al reflexionar sobre el ser humano. Dificultades que no se pueden soslayar si queremos tener una visión adecuada acerca de él, más aún si también son datos que nos anuncian quién es. Tales dificultades delimitan la validez de los análisis, propuestas y conclusiones.

Para empezar, no existe una definición única y simple sobre el ser humano. Hay muchas concepciones y variables a su alrededor que lo hacen un concepto controvertido y difícil de abarcar. Si entendemos por concepción a la perspectiva epistemológica o filosófica con la que nos aproximamos metodológicamente a un objeto de estudio, aquella que nos permite estudiarlo, analizarlo, formular propuestas teóricas y, en general, tener una idea de él; y por concepto a la representación mental de ese objeto, la determinación de lo que es, o puede llegar a ser, aquello para lo cual sirve; resultará que, dependiendo de la concepción que se utilice, se tendrá un concepto u otro del objeto de estudio. La concepción que se utilice para reflexionar sobre el ser humano influirá entonces, de manera decisiva, en su concepto. Por ejemplo, si creemos que el ser humano tiene vinculación con Dios o que existe otra vida después de la muerte, seguramente llegaremos a una definición distinta en compara-

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ción de quienes lo reducen a dimensiones materiales o consideran que no es más que otra especie animal producto de la evolución. El conflicto entre verlo como poseedor de ciertos rasgos terrenales que lo diferencian del resto de la naturaleza y verlo como un ser que además posee dimensiones trascendentes, es la versión moderna de un eterno debate entre filósofos.

Esta pluralidad explica la existencia de distintas antropologías. Cada una brinda su respuesta desde el pensamiento fi losófico que la subyace. La racionalista considera que el ser humano es principalmente razón; la materialista niega el espíritu y afirma que es solo una realidad física; la conductista lo reduce a un animal superior, sin alma espiritual; la biológicoevolucionista estima que su naturaleza es cambiante, producto de la evolución; la idealista afirma que, en esencia, es idea, espíritu, confinando a un segundo plano su dimensión material; la religioso-cristiana que además de poseer cuerpo, alma o espíritu, es un ser creado y redimido por Dios, etc.

Además, las ideas acerca del ser humano son, en esencia, filosóficas. No necesariamente el resultado de hechos verificables o científicamente comprobados, sino concepciones generales a las que se llega mediante la reflexión y la argumentación racional. Pueden ser incluso discutibles, o estar circunscritas a una tradición cultural fuera de la cual carezcan de sentido. A pesar de eso, las teorías a las que dan lugar determinan la imagen que se tiene sobre el ser humano, y el solo hecho de que la razón humana sea capaz de hacer reflexiones de ese tipo ya nos dice algo sobre su naturaleza.

Las dificultades no quedan allí. El ser humano posee una rica pluralidad de dimensiones que lo hacen un ser complejo. Si bien se le ha prestado atención desde todos los ángulos en que puede contemplársele, su complejidad ha hecho que sea analizado de manera segmentada. La biología y la medicina observan su salud y desarrollo corporal; la política su calidad de integrante de la sociedad; la psicología su subjetividad, potencialidades y procesos intelectuales; la ética, la sociología y demás disciplinas: las normas que rigen su comportamiento, sus relaciones, tendencias y estados en constante variación, etc.

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Todas ellas arrojan datos y conclusiones que lo explican; sin embargo, ninguna logra agotar la vasta riqueza de la condición humana. Incluso si se incluye una pluralidad de variables, la singularidad y complejidad de los individuos concretos, las diferencias que existen entre sí (no en su naturaleza humana, que es igual, sino en sus modos de actuar, de sentir, de pensar, etc.) hace que sea imposible abarcar todas sus particularidades. Las reflexiones y conclusiones solo pueden ser abiertas y perfectibles, susceptibles de desarrollos mayores.

A pesar de esas dificultades, si no nos esforzamos por comprender al ser humano en toda su complejidad y de manera integral, podemos incurrir en errores que generen serios obstáculos para su realización o, lo que es peor, generar situaciones de dominio y discriminación, entre otras consecuencias lesivas. Se hace necesario partir de una concepción que aborde la totalidad y unidad del ser humano, incluyendo los diversos aspectos para su realización. Es comprensible por ello que autores como Julián Marías inquieran: «¿No será menester volver a plantear el tema de su realidad integral y unitaria? ¿No habrá que reunir en una unidad superior estos saberes fragmentarios acerca del hombre?»216. A lo que Modesto Santos responde: «[…] tenemos que recuperar el real contenido de la noción de persona humana. En otras palabras, tenemos que recuperar la verdad integral del hombre»217.

1.2. Una antropología integral y humanista desde un optimismo realista

El empleo de una herramienta epistemológica u otra, o la definición de un marco metodológico u otro, serán siempre un

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acto de elección, una toma de posición —expresa o tácita— sobre cuál ha de ser el camino y la perspectiva a seguir. Razones pueden haber muchas: la finalidad perseguida, las ventajas comparativas, su utilidad para lograr un conocimiento global del objeto que se estudia, hasta la posición ideológica que subyace al pensamiento del autor. Nuestro caso no es la excepción. Como dice Adela Cortina, «a fin de cuentas, es todo cuestión de perspectiva»: podemos, por ejemplo, «asumir la perspectiva unificadora del mundo nouménico, desde la que aparecemos como iguales y capaces de superar el egoísmo, pero también la perspectiva del mundo fenoménico, en la que son patentes desigualdad y egoísmo». Solo «desde la primera avistamos el mundo como si fuéramos libres e iguales, y entonces cobran sentido la moral autónoma, el Derecho moderno, que restringe la libertad externa para que cada quien pueda ejercer su libertad inter-na, y el Estado de Derecho, encaminado a proteger la libertad de todos». Desde la segunda, el mundo puede ser visto como un escenario de conflictos permanentes, de luchas intestinas bajo la ley del más fuerte, donde la justicia no es más que una quimera y la paz no es más que un espejismo transitorio impuesto bajo estrategias de fuerza y sumisión. ¿Quién negará, entonces, especialmente en las circunstancias actuales, que «todo conocimiento viene movido por un interés»? No obstante, «sin olvidar que...

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