Consideraciones en torno a la condición humana

AutorReynaldo Bustamante Alarcón
Páginas227-302

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La razón con sentido ético

Luego de haber examinado el concepto de persona y dignidad humana, reflexionado sobre sus fundamentos e implicancias para una sociedad justa, especialmente para la moral, la política y el Derecho, conviene abordar algunas cuestiones específicas relacionadas con la condición humana: la situación del concebido, la libertad de elección, la diversidad, el bien común, la ciudadanía, entre otros aspectos relacionados con el desarrollo humano y la edificación de ese tipo de sociedad. Con ese propósito continuaremos haciendo uso de la razón con sentido ético, no sin antes explicar el porqué de esta precisión.

La racionalidad es una de las dimensiones que caracteriza al género humano. Su uso ha posibilitado un desarrollo científico y tecnológico sin precedentes, influyendo en diversos aspectos de la vida social, desde incrementar la capacidad de los países para generar desarrollo económico hasta mejorar la calidad de vida de las personas, especialmente en aspectos tan importantes como la salud, educación, vivienda, transportes y comunicaciones. Paradójicamente, ha intervenido también en la generación de graves obstáculos para nuestra convivencia

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justa y pacífica. La aplicación de tecnologías de guerra para incrementar el poder militar de los países, la desigualdad estructural, la explotación del hombre por el hombre y la grave crisis ecológica en la que nos encontramos son ejemplos de ello. En todos estos casos se han utilizado herramientas racionales para alcanzar un modelo de desarrollo que ha terminado suscitándolos. ¿Cómo llegamos a esta paradoja?

Una explicación se encuentra en aquella visión del conocimiento, especialmente técnico y científico, que considera que el uso de la razón debe ser neutral, libre de valores y por encima de influencias ajenas a la objetividad de los hechos (como los valores personales, las influencias ideológicas, sociales y culturales, etc.). Esto produjo que importantes sectores sociales, políticos, técnicos y científicos alejaran la razón de todo referente ético. Se pasó así a una «razón instrumental» que, como explica Adela Cortina, está acostumbrada a descubrir qué medios son adecuados para alcanzar los fines que se persiguen, incluso llega a analizar las consecuencias de realizar ciertas acciones, pero no quiere valorar los fines propiamente dichos porque no sabría desde dónde hacerlo. Según sus defen-sores, los fines o valores últimos «se aceptan o se rechazan, pero es imposible argumentar a favor de unos u otros, pretendiendo que son racionalmente superiores, porque no hay otros fines o valores desde los que calibrarlos»302. Su uso ha permitido el pragmatismo deshumanizante, la corruptela, la discriminación, entre otras formas de dominación, con consecuencias lesivas para las personas.

Desde hace varios lustros, sin embargo, los estudios epistemológicos, históricos y sociológicos sobre la ciencia y la tecnología han puesto de manifiesto el error de esa visión neutral sobre el conocimiento. Desde la obra de Thomas Kuhn, se reconoce que en la solución de las controversias científicas, donde se discute qué conocimiento se acepta y cuál no, intervienen

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también factores sicológicos y sociales de manera relevante303.

La sociología ha ido más allá. Numerosos estudios han mostrado que incluso el conocimiento técnico y científico no puede explicarse adecuadamente sin recurrir a factores sociales y culturales, es decir, que no existe un conocimiento vinculado exclusivamente a razones objetivas y cognitivas. Han verificado que también la ciencia y la técnica, como cualquiera de las actividades humanas, están sometidas a las influencias sociales y culturales, de la misma manera que la ciencia y la técnica influyen en la sociedad y la cultura, como consecuencia de la interacción que es propia de todo grupo humano304.

Por supuesto que es necesario que la razón sea objetiva y evite empañarse por elementos que perturben la verdad de las cosas; pero también es importante reconocer que no es posible, ni recomendable, que la razón —incluyendo la ciencia y la técnica— prescinda de un marco axiológico, de un referente ético, si aspira a contribuir al progreso y ser realmente liberadora y vivificadora. Como lo han mostrado los estudios antes referidos, la neutralidad es imposible, sobre todo cuando se abordan los problemas humanos. Si somos coherentes con la dignidad de la persona, la razón debe ser un medio para alcanzar el desarrollo humano, nunca un fin en sí mismo. Debe tener siempre una orientación moral: estar al servicio del ser humano, de todos los seres humanos, promoviendo su progreso en las distintas esferas de la vida, sin olvidar el cuidado de la naturaleza. La historia nos muestra que cuando la persona es relegada para alcanzar cualquier otro objetivo, al que se le ha cubierto con el manto del conocimiento o la razón, tarde o temprano ve dificultado su propio desarrollo, si es que no se le somete y

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domina. El problema no se encuentra entonces en la razón, sino en el uso que se haga de ella. La razón, digámoslo una vez más, no debe estar desprovista de un horizonte ético.

Tal uso de la razón resulta valioso y especialmente útil para organizar la sociedad y abordar los distintos problemas humanos, con dosis suficientes de racionalidad y justicia en la que todos nos sintamos identificados. Con ese enfoque, las líneas que siguen se ocupan de algunos problemas humanos.

El inicio de la vida humana y el estatus ontológico del concebido

El inicio de la vida es un dato de la realidad, un hecho concreto y no una invención de nuestra razón. La determinación de cuándo inicia la vida humana es, por ese motivo, una cues-tión que corresponde ser definida por la ciencia y, dentro de ella, por su especialidad en la materia, por la embriología médica. Si no fuera así, si se prescindiera de la ciencia para efectuar esa determinación, no solo se correría el riesgo de incurrir en razonamientos desacertados, sino —lo que es peor— se podrían generar consecuencias peligrosas para las personas (por ejemplo, omitir una tutela jurídica oportuna, errar en el reconocimiento o regulación de derechos, etc.).

La embriología médica nos muestra que «cuando el espermatozoide se encuentra con el óvulo» se produce un hecho, el de la fecundación o concepción, que «representa el punto inicial en la historia de la vida u ontogenia del individuo», es decir, el inicio de la formación y desarrollo individual de un nuevo organismo vivo en su periodo embrionario305. Esta ontogenia se inicia cuando el gameto masculino (el espermatozoide) entra en contacto con la membrana plasmática del gameto femenino (óvulo) y finaliza con la fusión de los cromosomas, que ambos

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gametos proporcionan, en el estadio de la metafase, previo a la primera segmentación del cigoto (el óvulo fecundado por el espermatozoide)306. La fusión de los gametos masculino y femenino da origen a una nueva vida humana: produce inmediatamente específicas proteínas y enzimas humanas y dirige genéticamente su propio crecimiento y desarrollo, genéticamente único, recién existente, diferente y diferenciable del cuerpo en el que se encuentra; no se convierte en algo de otra clase, sino simplemente se divide y crece, desarrollándose a través de varias etapas307. De este modo, antes de la implantación o anidación no existe un cúmulo de células, sino un organismo embrionario humano en crecimiento, resultante de la reacomodación cromosómica de ambos progenitores. Desde el momento mismo de la fecundación se inicia un proceso continuo, único e ininterrumpido, que solo terminará con la muerte, pues con el encuentro y estrecha interrelación de los gametos humanos (masculino y femenino), se constituye la identidad biogenética del ser humano, radicalmente nueva, única e irrepetible. Toda ulterior modificación genética, en el proceso continuo, será de tipo cuantitativo, esto es, de progresiva, gradual y coordinada complejidad308.

Mónica López Barahona, con otros términos, lo explica muy bien: «El cigoto es una célula que posee una dotación cro-

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mosómica diploide (2n), dotación que proviene de la fusión de dos células haploides (n) denominadas células gaméticas y concretamente óvulo (gameto femenino) y espermatozoide (game-to masculino)». Si no se produce una patología que altere el número de cromosomas (por ejemplo trisomía), «el cigoto posee su dotación génica repartida de 23 pares de cromosomas». En cualquier caso, «en esos genes está toda la información necesaria para que el cigoto se divida y vaya generando los tejidos, los órganos y las estructuras del cuerpo humano. El cigoto, en cuanto es célula, es unidad de vida. Por poseer un ADN específicamente humano (reconocido por sus secuencias Alu, es vida humana»309. Ahora bien, podría alegarse que cualquier otra célula del cuerpo humano es también una unidad de vida, porque es una célula y de vida humana, ya que, al igual que el cigoto, su ADN presenta también secuencias Alu y es también...

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