Arte y familia: en busca de una obra maestra

AutorPilar Arregui Zamorano/Inmaculada Alva Rodríguez/Madalena Tavares D'Oliveira
Páginas113-160

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En la Declaración Universal de los Derechos Humanos la «familia» es caracterizada como algo natural, universal, fundamental… Vivir en familia es un derecho que todo ser humano posee de manera inalienable, porque como se afirma en la Declaración: la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado (art. 16. 3). A primera vista, desde una perspectiva estética, estos conceptos parecen altisonantes, mayúsculos, propios de un lenguaje filosófico de un pasado remoto; aquél en el que el hombre soñaba con encontrar el sentido definido de las cosas, del mundo, de sí mismo y hasta de Dios… Esos tiempos en los que el pensar quería ser claro, distinto, contundente, explícito, poco a poco fueron desapareciendo y dieron lugar a otros —en virtud de una cantidad de factores en los que ahora mismo no podemos ni mencionar— en los que las hambrientas estructuras de la razón fueron fagocitando los grandes meta-relatos. El resultado fue que terminó por instaurarse la tiranía de un pensamiento débil, incompleto, parcial, escuálido… Natural, universal, fundamental…suena casi como un mantra balsámico, como uno de esos ensalmos con los que los médicos pitagóricos sanaban a sus enfermos… Estas tres categorías, conjuntamente, pueden aplicarse a no demasiadas cosas que expliquen la naturaleza humana. Pero sí encajan perfectamente cuando pensamos en dos de ellas: la familia, en tanto insti-

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tución humana; y el arte, en cuanto tipo de acción peculiar, muy peculiar, específica del ser humano.

I A propósito de la situación actual del arte y de la familia

Varias son las notas que podrían caracterizar nuestra percepción del arte y de la familia en la actualidad… Muchas de ellas tienen que ver con el desconcierto, la incomprensión, el agotamiento, la desmembración, la secularización… A pesar de lo dicho, no quisiera comenzar esta reflexión transmitiendo una visión pesimista del tema que nos ocupa, pero la realidad es que parece urgente que, ante realidades tan relevantes para la vida humana, para la vida buena —como son el arte y la familia—, nos paremos a pensar, con cierto detenimiento, sobre ellas, y procuremos afrontar esa reflexión sin abdicar de una ambición de verdad, pues la gran tarea pendiente de la ética consiste en alcanzar un posible horizonte de conjugación de libertad y buena vida1.

Al hablar de desconcierto con respecto a la institución familiar viene a nuestra mente la preocupante situación que, hasta desde un punto de vista estrictamente legal, estamos viviendo en nuestras sociedades, especialmente las occidentales, en las que asistimos a una vorágine de confusión de conceptos e indefiniciones que han ido tomando cuerpo en los códigos de derecho civil de diversos países de nuestro entorno. Una configuración normativa en la que se entremezclan comportamientos y deseos que son antinaturales, particulares y que no fundamentan nada en absoluto. Cuando una norma se inspira en un deseo, en un comportamiento veleidoso y no en un valor, corre siempre el riesgo de satisfacer no una necesidad de la sociedad a la que debe servir como parte del ordenamiento jurídico, sino simplemente se convierte en el triunfo «legal» de una ideología

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Georg Baselitz, Der Brückechor, 1983

particular, sectaria, en ocasiones alejada de una auténtica visión de la naturaleza humana. La familia ha evolucionado mucho, pero eso no supone que haya evolucionado «para bien»2.

Paralelamente, el desconcierto es algo que acompaña a la recepción de las manifestaciones artísticas de, al menos, los últimos ciento cincuenta años. Los cambios formales que los espectadores han contemplado en las artes plásticas de la última centuria han sido tan radicales que los individuos han dejado de ver en el arte un referente de sentido con el que poder apreciar, entender y disfrutar de la realidad en la que viven. Cuántas veces los artistas han generado unos códigos expresivos tan individuales que sus contemporáneos se han sentido fuera de la esfera de comprensión del arte que podían contemplar en ese momento. En efecto, en muchas ocasiones el arte ha buscado innovar, variar los contenidos y los modos de expresión, ha per-

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seguido nuevas vías de comunicación tan alejadas de sus espectadores que, entre unos y otros, artistas y público, se ha abierto un abismo sólo franqueado por la necesidad de explicación de la propia obra por parte de supuestos expertos. La crítica de arte ha pasado a cumplir un papel esencial, ya que sólo a través de ella un individuo podía acceder al contenido de obras cuya apariencia era sencillamente desconcertante, aunque, tal vez las únicas personas perplejas frente al arte hoy son los artistas3.

El fantasma de la incomprensión aparece en algunos de los ámbitos de nuestra sociedad. Especialmente cuando pensamos en el tema de la familia resulta evidente que a algunas personas les resulta imposible concebir cómo nuevas formas de convivencia pueden ser equiparadas a otras. Pongamos, en paralelo con el mundo de la biología, un ejemplo bien sencillo: el mero hecho de que en un cuerpo se produzcan anomalías morfológicas que no son signos sino el desarrollo de una determinada patología (v. gr. el crecimiento desordenado de un grupo de células que degeneran en la formación de un tumor), esto no quiere decir que esa presencia orgánica sea deseable, ni mucho menos buena o saludable… Pero cómo no se va a producir el hecho de la incomprensión si renunciamos a comprender la verdadera naturaleza de las cosas; cómo no vamos a perder de vista la auténtica naturaleza del ser humano, si sólo nos preocupa salvar las apariencias o satisfacer nuestros propios deseos… La consecuencia de ese desinterés por descubrir y mostrar la verdad no puede ser otra que vivir en la mentira y el engaño. No podemos decir que un sapo es lo que no es, y todo el mundo estaría de acuerdo en que una grulla no es un sapo; pues de la misma manera, no podemos decir que una familia es lo que no es, porque nadie entendería lo que, de verdad, es una familia.

En el arte el fantasma de la incomprensión tiene su origen en el puro subjetivismo. Cuando el artista sólo se busca a sí mismo, cuando sólo se quiere manifestar a sí mismo, cuando

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Karel Appel, Vragende Kinderen, 1948

su único objetivo es él mismo, resulta imposible establecer un mínimo canal a través del cual poder comprender al otro, poder entender aquello que el otro pretende comunicar. La historia de las artes tiene un buen número de ejemplos en los que el lazo entre el artista, su obra y el espectador se ha visto no simple mente roto o cortocircuitado, sino sencillamente demo-lido. Si el ser humano es algo importante, si es realmente tan valioso es porque siempre es un ser en relación, siempre está en

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relación con otro. Ese estar en relación es lo más parecido posible a salir de sí, es lo más similar a reconocer que el otro es esencial, lo que nos pone en vías no sólo de querer decir, escu-char y ser escuchado, sino sobre todo nos permite ver en el otro algo que completa lo que yo mismo soy.

El agotamiento se hace presente en nuestras vidas muy a menudo. En nuestro tiempo se han experimentado profundos cambios ideológicos y demográficos, y algunos intelectuales hablan de la familia como un ser agotado4, incluso muerto5. La velocidad a la que vivimos nos hace estar de acá para allá, sin parar, y muchas veces sin ni siquiera habernos planteado objetivos firmes, claros, hermosos… El agotamiento, el cansancio nos hace bajar la guardia, nos hace bajar la mirada al suelo, como esos catobleplas que aparecen en los bestiarios cuya cabeza es tan pesada que son incapaces de enfocar sus ojos al cielo. Vivir cansados hace que perdamos perspectiva, que nos volvamos acríticos, que aceptemos por pura inercia determinados hechos que son especialmente dañinos para nosotros no sólo como individuos llenos de hastío, sino para nuestra especie. Es incómodo ir contra corriente, es duro ser la nota discordante, es agotador tener que dar siempre batalla; pero si por dejadez o comodidad no decimos ‘esto que usted dice no es una familia’, ‘este tipo de unión es contra-natura’, ‘tal o cual deseo no es un derecho’, estamos cometiendo un error grave, una falta con respecto a nuestro propio ethos, estamos cayendo en la tentación de la tibieza, nos estamos convirtiendo en vegetales y no en seres racionales dotados de voluntad, inteligencia y libertad.

¿Podemos hablar de agotamiento en el arte? Desde luego. Cuando contemplamos la historia del arte con perspectiva, el cambio y la sucesión de los estilos nos parece algo muy dinámico, sin fisuras, algo que sucede hasta de manera necesaria, ¿pues qué va a venir después de la oscuridad del románico,

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Palmer Hayden, John Henry Series, c. 1944-1947

sino la luminosidad del gótico? Pero lo cierto es que todas esas variaciones, en el fondo, no son más que hitos de agotamiento de una manera concreta de decir, expresar, comunicar. No son sólo una historia evolutiva y progresiva desde el punto de vista de la técnica, sino sobre todo una llamada de atención sobre el final de un estilo de vida. Hace cien años al fauvismo le parecía que la capacidad expresiva de la paleta tradicional estaba exhausta; hace cien años el futurismo apelaba a un arte dinámico porque lo que contemplaba hacia la historia era algo acabado, muerto, inane; hace cien años el surrealismo afirmaba que fuente de la exterioridad se había secado y que lo que de verdad movía al sujeto era el mundo interior, solapado por estratos y estratos de vida inconsciente, que el sujeto reprimía de manera involuntaria… Y éstos son tan sólo unos de...

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