Los derechos del niño y su repercusión en la familia: un desafío para la sociedad actual

AutorPilar Arregui Zamorano/Inmaculada Alva Rodríguez/Madalena Tavares D'Oliveira
Páginas161-199

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El niño es una parte importante de la familia y de la sociedad, entre otras cosas por ser promesa y garantía de su futuro. Es por tanto de vital importancia para ellas la actitud que adopten ante el proceso de maduración y socialización de la infancia.

A lo largo de la historia se han sucedido distintas formas de entender la infancia. En definitiva, se trata de una evolución lenta, desde la invisibilidad social hacia una cada vez mayor representación del niño como actor social, con una serie de derechos que se le han ido reconociendo progresivamente, y que tienen una relación y unas consecuencias significativas con el cuidado de la salud, la educación o la previsión social1.

Especialmente durante la etapa contemporánea, se han ido recogiendo derechos de los niños que completan su conformación como categoría social. El tema de los derechos del niño es no obstante, algo relativamente nuevo, que genera gran controversia en distintos campos que incluyen la política social, el derecho, la filosofía, la antropología y la sociología, ya que la cultura liberal secularista occidental, en auge desde los años

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70, choca con los modos tradicionales de entender la realidad, fundamentados en la ley natural. La idea actual del niño y de la familia y la falta de consenso en cuanto a los fundamentos sobre los que se asientan sus derechos, plantean graves contradicciones que suponen un desafío para la sociedad actual.

I Evolución histórica de la idea del niño

El concepto de infancia varía considerablemente a lo largo de la historia y en las diversas culturas y sociedades. Pensar la infancia como categoría social diferente de la de los adultos es el resultado de una lenta y progresiva elaboración que se inicia en el siglo XVII y se consolida en el XIX. Distintos cambios sociales, que se reflejan en la evolución de las mentalidades, hacen que la niñez llegue a ser considerada como una etapa diferenciada de la vida, pero se recorrió un largo camino hasta considerar y valorar al niño, tal como lo hacemos hoy en nuestra sociedad.

En el campo de estudios inaugurado por Philippe Ariès, los historiadores de la infancia han abordado desde distintos enfoques los procesos por los que, a partir de la Modernidad, se considera a la niñez con características diferentes de las de otras etapas de la vida. Anteriormente, el niño era considerado como un pequeño adulto. Durante mucho tiempo la niñez no fue valorada socialmente, pues a los niños no se les reconocían necesidades distintas de las de los adultos, y muy pronto adquirían las mismas obligaciones que éstos.

En 1960, Ariès publica en Francia su ya clásico estudio El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen2, en el que postula que la noción de infancia, tal como la concebimos hoy, no existía en la Edad Media. Estudia, por ejemplo, los escritos medievales sobre la edad y el desarrollo, e intenta descubrir qué cosas se consideraban apropiadas para las distintas fases vitales.

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Ariès se fija en las representaciones infantiles en el arte medieval y la forma en que vestían los niños; la historia de los juegos y pasatiempos o el modo en que moralistas y otros tratadistas escriben acerca de la «inocencia» infantil. El historiador concluye que durante la época medieval la gente no tenía una idea diferenciada sobre los niños. Considera también que los lazos afectivos con los niños eran entonces más débiles debido a su cortísima esperanza de vida, pues las tasas de mortalidad eran elevadísimas, ya desde el mismo momento del nacimiento3.

La infancia, que ha sido materia de amplios y numerosos estudios de tipo pedagógico y psicológico, no ha merecido un examen igualmente intenso como objeto histórico en sus condiciones reales de vida. Ulivieri 4 y De Mause5 coinciden en afirmar que la ausencia de una más amplia y completa historia de la infancia se debe, entre otros factores, a la incapacidad por parte del adulto de ver al niño en una perspectiva histórica: cuando los hijos adquieren autonomía, pertenecen al mundo de los adultos y solo cuando se accede a este mundo, se comienza a formar parte de la historia. Para De Mause la historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura, y más expuestos estaban los niños a la muerte violenta, al abandono, a los golpes, al temor y a los abusos sexuales6. Si los historiadores no han reparado hasta ahora en estos hechos, es porque durante mucho tiempo se ha considerado que la historia debía estudiar los acontecimientos públicos, no los privados. Es en relación con la Escuela francesa de Annales y la renovación de la historiografía de

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mediados del siglo XX, que introduce nuevos métodos y perspectivas, cuando el propio Ariès y George Duby escriben una historia de la vida cotidiana7.

En las sociedades rurales, en las que era habitual un mode-lo de familia extensa, el niño era valorado como un activo de cara al trabajo familiar. Se esperaba a que el niño, más o menos en torno a los seis o siete años, empezara a trabajar y se le trataba como a un pequeño adulto. La crianza de los hijos no se consideraba tampoco como tarea principal de los padres. Siempre había gente de la familia o criados a su alrededor, que se ocupaban de su crianza. Los niños tenían apenas tiempo para jugar y su vida difería poco de la de los adultos8.

En el ámbito del derecho, impera en el mundo occidental una sociedad patriarcal en la que el niño estaba sometido a la autoridad del padre, del que depende de forma absoluta. El infanticidio, por ejemplo, se practicaba profusamente con niños deformes o con algún defecto físico. Ante los hijos ilegítimos o producto de relaciones adúlteras de la mujer, y también por falta de recursos económicos para mantenerlos, se optaba por «donar» al recién nacido a vecinos o familiares. La prerrogativa de aceptar y reconocer al hijo era del padre. Si éste lo rechazaba, se abandonaba al recién nacido en la calle. Tal práctica era más común con las niñas, por su escaso valor social, que con los niños. Será la Iglesia la que trate de poner freno a los abusos. Así, por ejemplo, desde el siglo III se intentó contener el problema del frecuente abandono de niños, creando hogares de hospedaje. De ahí viene la costumbre de dejar a los niños expósitos en los tornos de los conventos o en los umbrales de las iglesias. Los moralistas denunciaban la dureza exce-siva y el frecuente maltrato infantil9.

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No obstante, estudios más recientes muestran que aparte de estos abusos, sí se apreciaba a la infancia, como lo prueban los escritos del siglo VI sobre la muerte de los niños10. Indican también que en la Edad Media la infancia sí era considerada como una etapa separada e importante. Autores como Linda Pollock, han criticado la obra de Ariès y la de otros historiadores que comparten sus planteamientos. Pollock considera que el niño ha sido valorado desde los inicios de la historia, y mantiene que las relaciones afectivas habrían variado poco a lo largo de los siglos11.

A pesar de las numerosas críticas que ha recibido la obra de Ariès, existe un consenso general en que el papel del niño en la familia y en la sociedad cambia desde el siglo XVII hasta la actualidad. Algo que se explicaría por la aparición de un mode-lo de familia y de una ideología de clase media. Modelo que se asocia con el ascenso de nuevos grupos comerciales en Europa occidental y se basa en la idea de familia nuclear, sostenida por un padre fuerte, y centrada en la prole. Los niños se consideraban parte central en los objetivos familiares, por lo que se desarrollaban mecanismos para velar por su educación. En ciertos casos, este modelo familiar deriva de la fe religiosa. La familia puritana de Gran Bretaña o de las Colonias americanas se entiende como una institución que asegura la salvación a sus miembros a través de la educación en las normas de comportamiento y buena conducta, así como en la importancia de la fe. Esta responsabilidad recaía principalmente sobre el padre, que es considerado como cabeza de familia, tanto en términos económicos, como religiosos. Los niños son considerados seres inocentes y necesitados de guía y tutela. Aunque no todas las familias seguían este criterio, Steven Ozment pone en entredicho la idea de que la familia de la época de la Reforma fuera

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dura con los niños e insensible al amor y al afecto12. Simon Schama describe también el siglo XVII holandés como una época «cautivada por los niños», en la que la idea de la infancia y sus pasatiempos jugaba una parte importante de la vida familiar y se reflejaba perfectamente en mundo del arte13.

En el siglo XVIII, con los inicios de la industrialización, comienza a generalizarse la familia nuclear. Los grandes beneficiados fueron los hijos. El historiador británico Lawrence Stone señala cómo con el crecimiento de las clases medias y el acento sobre el individualismo que emerge con la industrialización, aparece también una imagen social de la infancia centrada en el niño, que poco a poco se irá extendiendo al resto de la sociedad14. Stone llega a afirmar que es el primer tipo de familia en la historia basada en el afecto y orientada a favor de un proyecto de vida estable, en el que la mujer va ganado autonomía e influencia dentro de la misma15.

Esta nueva perspectiva social y familiar constituiría el gran cambio de la modernidad, y consiste en la forma en la que la gente siente sobre los niños, en el cambio...

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