Teorías éticas

AutorTasia Aránguez Sánchez
Cargo del AutorCoordinador
Páginas94-125
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CAPÍTULO III
TEORÍAS ÉTICAS
Max Horkheimer (1973) expone que las nociones como “ ” e
“igualdad”, que en siglos anteriores fueron consideradas evidentes bajo
la luz de la razón,
. Todavía son metas sociales que
gozan de prestigio, aparecen en venerables documentos históricos y han
sido ratificadas en las Constituciones de los Estados más influyentes. Sin
embargo, casi nadie se atreve ya a explicar el estrecho vínculo de esos
valores con la verdad porque, según la opinión actual, solo la ciencia
(entendida como exposición de hechos y cálculo de probabilidades)
tiene autoridad como depositaria de la verdad.
y, por lo tanto, en sí misma, suena tan des-
provista de sentido como la afirmación de que el rojo es más bonito que
el azul o el huevo sabe mejor que la leche.
Las ideas de “justicia”, “libertad” e “igualdad” proceden de una tradición
filosófica de raíces religiosas y mitológicas. Horkheimer explica que en
nuestros días no tiene sentido afirmar que determinada manera de vivir,
determinada religión o filosofía es mejor o más verdadera que otras, pero
. Un
valor tan importante como la dignidad se considera una consigna trillada
sin significado específico, cuyo uso sería como una especie de recuerdo in-
consciente de otros tiempos en los que sí creíamos en las verdades morales.
En nuestra época ha triunfado un uso mutilado de la razón denominado
“razón instrumental”. Para esta concepción, solo el
se considera una motivación “realista” del comportamiento hu-
mano, susceptible de ser medida y fundamentar predicciones.
que podían ser descubiertas con ayuda de Dios o de la razón.
Hoy los conceptos morales suenan vacíos: la dignidad ha perdido su
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remisión religiosa a la similitud del ser humano con Dios, la justicia ya
no es la imploración de misericordia frente a un señor feudal, la indivi-
dualidad ya no se concibe como lo opuesto a la esclavitud ajena. Las
ideas se han desprovisto de elementos procedentes de los contextos his-
tóricos en los que surgieron.
Pese a lo señalado, las nociones morales han sobrevivido al desencanto
del mundo. Plasmadas especialmente en
, estas ideas conservan un contenido que
y no solo de “opinión legítima”. Existe un acuerdo tácito
en que dichos valores son buenos y “verdaderos” (aunque esa verdad se
presente como distinta a la verdad científica), ¿pero en qué se funda-
menta dicha asunción social?
El recorrido por distintas teorías éticas puede ofrecernos explicaciones
acerca de la fundamentación racional de las ideas morales. Hemos clasi-
ficado las principales teorías éticas de la historia en siete grupos: relati-
vistas, comunitaristas, teleológicas, hedonistas, emotivistas, formales y
convencionalistas. Esta clasificación es original pero no caprichosa. Para
elaborarla nos hemos inspirado en el análisis de Max Horkheimer
(1973) sobre los modos en los que la razón filosófica ha fundamentado
los valores morales a lo largo de la historia, así como en un artículo de
Robert Alexy que identifica ocho tipos de fundamentaciones de los de-
rechos humanos, titulado “¿Derechos humanos sin metafísica?” (2007).
Pudimos observar que ambos textos, sin guardar relación alguna entre sí
ni coincidir en su aproximación filosófica, coincidían bastante al identi-
ficar las principales fundamentaciones históricas.
De las concepciones reseñadas, personalmente nos decantamos por un
punto de vista anti-relativista que bebe de distintas concepciones éticas.
Con las éticas teleológicas coincidimos en que existen unas necesidades
objetivas que el ser humano tiene que satisfacer para poder tener una
vida digna y concordamos con Martha Nussbaum (2012) en que estas
capacidades o necesidades humanas trascienden las opiniones que pueda
tener una sociedad concreta en un momento dado. Como ejemplifica la
ética subyacente a los derechos humanos, existen unas bases éticas obje-
tivables y exigidas por la naturaleza humana (al menos en lo
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concerniente a unos mínimos para la supervivencia y el bienestar social).
Más allá de unos mínimos, para los aspectos sujetos a dilemas o a dis-
tintas interpretaciones éticas, nos inclinamos por el modelo convencio-
nalista, en tanto que defiende la importancia del debate democrático
entre posturas racionales. Este debate debe estar sujeto a procedimientos
equitativos basados en la libre expresión (como promueve el procedi-
mentalismo), pero también ha de estar incardinado en sociedades plu-
ralistas con memoria, que proporcionen una educación cívica en valores
y que transmitan la importancia de conservar una forma de vida ética
(como defiende el comunitarismo).
1. ÉTICAS RELATIVISTAS
Aunque el relativismo parezca una filosofía originaria del tiempo pre-
sente, (Na-
varro y Calvo, 1980). El atomismo de Demócrito llevaba a negar la po-
sibilidad del conocimiento, ¿cómo conocer las infinitas colisiones posi-
bles de infinitos átomos moviéndose en el vacío? En el círculo intelectual
de Demócrito, la verdad no se consideraba al alcance del ser humano.
El sofista Protágoras defendió que no existen las verdades absolutas y
que, si hubiese alguna verdad absoluta, sería imposible conocerla. Es -
lebre la frase de Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas”.
Otra conocida expresión de relativismo fue la afirmación de Gorgias,
“no hay ser; si lo hubiera, no podría ser conocido; si fuera conocido,
dicho conocimiento no podría ser comunicado por medio del lenguaje”.
Los sofistas pensaron que no existe una sola verdad y que, por tanto,
no era expresar la verdad sino ser
e impresionar a las masas dominando las técnicas apropiadas.
(“nomos”), conjunto de normas políticas e institu-
cionales,
(Heráclito). Pero el desarrollo comercial amplió
las relaciones entre los pueblos y permitió comprobar que las leyes y cos-
tumbres diferían mucho en cada comunidad.
en relación con la justicia, consideraron
que esta no podía referirse a algo inmutable y universalmente válido.

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