La problemática historia de la ciudadanía democrática

AutorJohn Markoff
CargoProfesor de Sociología, Historia, y Ciencias Políticas en la Universidad de Pittsburgh
Páginas91-104

John Markoff

    Profesor de Sociología, Historia, y Ciencias Políticas en la Universidad de Pittsburgh. Entre sus libros se encuentran: The Abolition Of Feudalism: Peasants, Lords And Legislators In The French Revolution (1996) y Olas De Democracia: Movimientos Sociales y Cambio Político (1999). Actualmente trabaja con Verónica Montecinos en un estudio de los economistas en los países latinoamericanos.

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I Prólogo
  1. En 1690,1 un hombre ilustrado describía el Diccionario Universal,2 del que era autor, como "en términos generales, conteniendo todas las palabras en francés, tanto antiguas como modernas, así como la terminología de todas las ciencias y las artes." Antoine Furetière sólo necesitaba unas pocas palabras para definir "democracia" provocativamente como: "Forma de gobierno en que toda la autoridad reside en el pueblo". Provocativamente porque no se especifica la forma en que debía ejercerse la autoridad, ni sobre qué, ni siquiera quienes ejercerían el poder, ni como se determinaría qué pensaban, qué preferencias tenían. Furetière no necesitaba decir cómo operaria la democracia o quién era ciudadano, porque en los estados nacionales de la época, la democracia prácticamente no existía, ni tenía entonces un futuro previsible. No había mucha razón para explorar qué instituciones había o podría haber en el moderno siglo XVII, ya que la democracia sólo podía existir en una escala muy limitada y en circunstancias que por lo demás ya habían desaparecido hacía mucho. Como dijo el mismo Furetière "la democracia sólo floreció en las repúblicas de Roma y Atenas," lo que desde su perspectiva era afortunado puesto que, como indica en el texto: "en democracia, las sediciones y disturbios son frecuentes". Así, en los estados nacionales modernos, la democracia no era posible, ni deseable.

II Una era revolucionaria
  1. Cien años más tarde, muchas de las preguntas que no era necesario ni siquiera mencionar en ese diccionario aparecen en la agenda de aquéllosPage 92 para quien la creación de nuevas instituciones no es tanto una posibilidad sino una necesidad, nacida precisamente de agitaciones y disturbios. En 1790, los norteamericanos recientemente independizados ratificaban su constitución, los legisladores franceses elaboraban la suya, los patriotas holandeses y belgas deliberaban sobre cómo organizar sus países, en caso de que sus derrotas recientes fueran revertidas por el ejemplo francés, y los aristócratas polacos debatían drásticas reformas, presionados por sus rapaces vecinos. A veces eran las elites reformistas los principales participantes; otras, eran los trabajadores de las ciudades y el campo que se rebelaban en contra de los privilegiados del antiguo régimen - o en contra de nuevos grupos dominantes. La generación siguiente se vio golpeada por los dramáticos avances y retrocesos de los ejércitos franceses, por el éxito de movimientos independentistas en el hemisferio occidental, por la amenaza y, ocasionalmente, la realidad de rebeliones esclavas y por movimientos populares de todo tipo. En lugares tan distantes como Cádiz, el Río de la Plata o los estados germanos, el diseño de instituciones políticas y la definición de ciudadanía se convirtieron en asuntos urgentes, no solo abstracciones de interés puramente intelectual.

  2. Entre aquéllos que contribuyeron a definir las instituciones en esta era revolucionaria estaban los así llamados "demócratas", un término nuevo3, que poco antes había entrado a formar parte del vocabulario usado en contiendas políticas. Algunos identificaban como democracia aquello por lo cual luchaban, o a lo cual se oponían. Resulta mucho mas fácil especificar aquello contra lo que los demócratas luchaban que lo que proponían. Ciertamente, los demócratas se oponían a la monarquía de derecho divino, a las inmutables jerarquías hereditarias, a las instituciones corporativas auto-preservadas. Pero no era en absoluto obvio, a fines del siglo XVIII, qué instituciones conformarían estos nuevos sistemas democráticos.

  3. Los creadores de la democracia moderna se apropiaron del término usado en la republicas de Roma y Atenas, pero sin intentar recrear las instituciones asociadas a la democracia antigua. Salvo raras excepciones, decisiones en asambleas ciudadanas y representantes seleccionados por sorteo jugaron un papel muy limitado en el diseño institucional de los estados nacionales.

  4. La era revolucionaria alteró el significado de la democracia, sin llegar a darle una forma definitiva. Pocos pudieron haber imaginado en los 1790 que dos siglos más tarde se pensaría que la democracia es un sistema caracterizado por instituciones representativas, sufragio casi universal, voto secreto y competencia entre partidos. Todas estas nociones habrían sido objetadas como cuestión de principio por algunos de los pioneros de la democracia en los estados nacionales. Prácticamente toda la primeraPage 93 generación de demócratas modernos se habría opuesto a la idea de competencia entre partidos. Lo mismo sucedía con el sufragio femenino, ya que el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres era algo muy poco probable en este período de democratizaciones revolucionarias.4

  5. Más aún, la arena política no era dominio exclusivo de quienes debatían las instituciones democráticas y los contornos de la ciudadanía. Partidarios de otros proyectos de sociedad la compartían. La derrota militar francesa hacía aparecer que la idea misma de democracia había fracasado en Europa. Del otro lado del océano, sin embargo, el mundo social y político por venir parecía estar ya claramente anticipado en las Américas. El comentario hecho por de Tocqueville es aquí pertinente: "en la actualidad, el principio de soberanía del pueblo ha adquirido en Estados Unidos todo el desarrollo práctico que es dable imaginar".5 Sin embargo, a principios del siglo XXI, pocos considerarían democrático un país en que las mujeres no podían votar, en que había millones de esclavos y en que las minorías étnicas no tenían acceso a derechos ciudadanos.

  6. Las preguntas no resueltas, ni siquiera formuladas, en la definición de 1690 -quiénes ejercerían el poder, de qué forma y sobre qué materias- sí fueron formuladas en los modelos surgidos en la época revolucionaria democrática, pero ninguno de estos modelos les dio respuesta definitiva. En esta sección, quisiera explorar el por qué no hubo repuesta definitiva y las razones por las cuales, asumiendo que mis argumentos son correctos, nunca tendrán respuesta definitiva. Permítanme formular seis proposiciones que, en su conjunto, llevan a asegurar que las instituciones definitorias de la democracia seguirán cambiando. Me referiré también al tema de la definición y límites de la ciudadanía.

  7. En primer lugar, veamos el aspecto conceptual. La democracia es un complejo de ideas, no siempre (tal vez nunca totalmente) compatibles, lo que implica que de principios democráticos pueden derivarse practicas incompatibles entre si. Grupos contrapuestos pueden atacarse en nombre de la democracia, cada uno convencido que su posición refleja preceptos democráticos que hasta entonces no habían sido puestos en práctica.

  8. Segundo, "democracia" no es un concepto que pertenezca solamente, o principalmente, a los expertos en ella. Pertenece a los actores. "Demócrata", acuñado en los 1780, como un síntoma de ese momento revolucionario en que se luchó para promover, crear, reinventar, delimitar, descarrilar, prevenir y destruir la democracia en términos prácticos. Desde ese momento en adelante, quienes participaron en las luchas políticas hanPage 94 calificado a instituciones, partidos, movimientos, programas y personalidades como "democráticas", sea para alabarlos o para condenarlos. Así lo seguimos haciendo hasta el día de hoy. Por ejemplo, en la actualidad, el presidente de un poderoso país ha dicho que la instalación de un sistema democrático fue la razón principal para llevar a cabo la ocupación militar de otro país.

  9. Mi tercer punto es que democracia no es un concepto neutral. Cuando se califica ciertas relaciones o prácticas como democráticas o no democráticas a veces se encienden muchas pasiones. Es a menudo con tristeza o con indignación que se denuncia el carácter no democrático de ciertas instituciones. Esto explica, en gran medida, el por qué los movimientos a favor y en contra de la democracia involucran tanta energía.

  10. Cuarto, la democracia por naturaleza promueve la crítica, el disenso. La democracia es prácticamente una invitación para que movimientos sociales desafíen a quienes detentan el poder. Tales movimientos pueden operar dentro de las definiciones actuales de democracia, pueden representar una crítica implícita a esas definiciones, pueden ser un abierto llamado a instaurar una democracia más verdadera, pueden abogar, implícita o explícitamente, por restringir la democracia o incluso pueden ser decididamente antidemocráticos. Ningún otro principio de legitimidad, además de la democracia, permite que quienes no controlan el poder accedan a tal variedad de desafíos, al mismo tiempo que constriñe la capacidad de las elites para detener a sus adversarios.

  11. Quinto -y aquí llegamos al tema de la ciudadanía- el debate entorno al concepto de ciudadanía democrática ha sido algo profundamente controvertido y contradictorio. La noción de ciudadanía ha mantenido la esperanza y la promesa de inclusión, al tiempo que ha creado y recreado un sistema de exclusiones. La democracia continuamente recrea condiciones para dar nuevas batallas de inclusión, pero también crea condiciones para que movimientos antidemocráticos rechacen esos avances.

  12. Sexto, y anticipando el siglo venidero, la cuestión de la dominación global a reabierto las...

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