Políticos, gánsteres y militancia violenta

AutorVincenzo Ruggiero
Páginas91-114

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Cuando se comparan los intereses científicos de los miembros de la Escuela de Chicago con los de sus predecesores, se tiene la tentación de ridiculizar a los primeros por banales y considerar esa banalización como el precio pagado por la criminología por haber emigrado a los Estados Unidos, tras una larga fase predominantemente europea. Si la Escuela clásica habla sobre violencia estatal y sedición y el positivismo estudia movimientos y asesinos políticos, el funcionalismo mientras disecciona revoluciones y guerras mundiales. En Chicago, por el contrario, los estudiosos limitan sus propios intereses a lo más cercano y a las comunidades locales. ¿Determina quizá este sorprendente cambio de dirección la intensa emigración hacia América, acompañada por la migración de la criminología misma?

En este capítulo se examina el trabajo de la Escuela sociológica de Chicago y se concluye un análisis de la violencia política digno de ser definido como particularmente original, mérito rara vez reconocido a sus componentes en este campo de estudio específico.

Hobo, bandas y guetos

Los sociólogos de Chicago son célebres por su importante contribución al análisis de la vida urbana. Su aproximación al estudio de la estructura social de la ciudad gira en torno al concepto de ecología humana, definida como «el estudio de las relaciones espaciales y temporales entre los seres humanos, bajo el condicionamiento de las fuerzas selectivas, distributivas y adaptativas

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que surgen del ambiente» (McKenzie, [1925] 1967: 63-64). Estas relaciones espaciales son el efecto de la concurrencia y de la selección y están sometidas a un proceso continuo de cambio en virtud de factores nuevos que intervienen en la vida en sociedad. Los «animales humanos» no sólo poseen la capacidad de locomoción, que les permite recolectar alimentos en un amplio entorno, sino también el don de la inventiva y de la adaptación, que permite modelar el mundo circunstante según sus necesidades. En el medio urbano, la satisfacción de tales necesidades comporta la formación de reagrupamientos en áreas específicas, que se pueden expandir hasta desbordar la línea natural de «saturación», haciendo así del crecimiento urbano un proceso de crisis. En las llamadas ciudades del boom se observan movimientos de población similares a las «hordas», que superan con creces el «punto natural de saturación» (ibíd.: 71). Pronto el crecimiento de la ciudad se acompaña de un doble proceso de desorganización y de reorganización, permitiendo a los individuos adaptarse a las nuevas condiciones y establecer reglas comunes y estilos de vida compartidos; sin embargo, cuando las ciudades crecen demasiado rápidamente la desorganización prevalece, asumiendo a veces características que rozan con la patología.

La observación empírica impulsa a los sociólogos de Chicago a pensar la ciudad como una estructura con zonas o anillos concéntricos que contienen una variedad de «áreas naturales», es decir, áreas no conscientemente planificadas donde se agregan individuos y grupos de común arraigo cultural, étnico o familiar. A menudo estas áreas se caracterizan por valores y conductas sociales divergentes entre ellas pero, sobre todo, divergentes respecto a los valores y las conductas oficiales. Las ciudades se expanden en sentido radial, desde los distritos centrales, que acogen los negocios y los comercios, a las áreas de transición, que comprenden guetos y «desolados páramos», con «regiones sumergidas en la pobreza, degradación, enfermedad, y con su submundo de crimen y vicio» (Burgess, [1925] 1967:
55). Estas áreas son purgatorios para las almas perdidas donde los espíritus creativos y rebeldes pueden también hallar refugio, pero donde normalmente se encuentran colonias de emigrantes: el Ghetto, Little Sicily, Greektown, Chinatown. Zonas deterioradas, estos enclaves urbanos son, sin embargo, extremadamente movedizos, en cuanto que quien los habita intenta

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escapar y encontrar sitio en áreas mejor organizadas. La movilidad, a su vez, puede transformarse en desmoralización, contribuir a hacer caóticas las costumbres, debilitar los mecanismos del control social primario:

[…] allí donde la movilidad es elevada, y allí donde, por consiguiente, el control primario cede completamente, como en las zonas deterioradas de la ciudad moderna, surgen áreas de depravación, de promiscuidad y de vicio [ibíd.: 59].

El estudio de estas zonas de transición, como es bien sabido, inspira a los sociólogos de Chicago la acuñación del concepto de desorganización y les permite analizar el halo ideológico que sirve de corolario a dicho concepto. Al describir la vida del «hobo» (Anderson, 1923), las dinámicas sociales que operan en el gueto (Wirth, 1926), las motivaciones y las conductas de las bandas juveniles (Thrasher, 1927), incluso los negocios de los gánsteres adultos (Landesco, [1929] 1973), una cierta dosis de relativismo cultural lleva a estos sociólogos a la conclusión de que todo «mal» ciudadano es producto de su ambiente específico, así como los «buenos» ciudadanos lo son del suyo (Haller, 1973). Las ideologías, en cuanto elusivas, representan un papel significativo para determinar la conducta de los individuos y de los grupos; proporcionan instrumentos que ayudan a valorar situaciones y a identificar expectativas; habilitan a los individuos para encontrase a sí mismos, para identificarse con grupos específicos y para hacerse conscientes de los problemas sociales; dotan también de fines colectivos y medios prácticos para conseguirlos. Las comunidades «desorganizadas» estudiadas por los sociólogos de Chicago revelan en realidad un alto nivel de organización, poseyendo su ethos particular, sus valores compartidos, los fines, las convicciones y las preferencias que las hacen una colectividad. Por este motivo,

[…] no todas las desviaciones de las normas se entienden como signo de desorganización social. Es posible mantener un amplio radio de diferenciación individual y de desviación de las normas sin que por esto se derive un estado de desorganización social. No todas las conductas que llamamos criminales se interpretan como efecto de la desorganización social [Wirth, 1965: 45-46].

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Las zonas de transición o de deterioro se caracterizan por su perfecta organización interna y su «desorganización» se refiere más bien a la incapacidad de establecer relaciones significativas con el mundo externo. Estas zonas no muestran ausencia de normas, sino que revelan la existencia del conflicto entre sistemas de normas. Se trata de un conflicto que, poco frecuente en las sociedades estables, cohesionadas y homogéneas, está sin embargo muy extendido en sistemas en rápida transformación, sujetos a los flujos migratorios, a la innovación tecnológica o al invasivo desarrollo industrial. La desorganización es el efecto de la coexistencia en la misma sociedad de dos o más subsistemas independientes, cada uno de los cuales exige la fidelidad de un segmento específico de población. Es lo que sucede cuando de repente se intenta imponer nuevas reglas a grupos que poseen las suyas propias, o cuando los modelos de vida dominantes no gozan del consenso universal y no permiten por ello «el desarrollo de un sistema único de normas» (ibíd.: 47-48).

Los conflictos culturales son conflictos de significado, implican valores e intereses contrapuestos y se radicalizan cuando los sistemas no están en condiciones de afirmar formas de autoridad conjuntamente reconocidas. Las zonas de transición o deterioro reconocen sus propios principios de autoridad, expresan sus propias normas y sus propios valores, son microsociedades a estudiar singularmente, como las familias, las clases, los partidos políticos o las iglesias, cada una está ligada a la propia cultura como algo sagrado e inviolable. En cada grupo social específico los valores compartidos se dan por seguros y considerados a la par como imperativos morales, «no son discutidos o debatidos: a menudo no son ni siquiera explícitamente enunciados» (ibíd.: 52). En todo grupo encontramos expresiones simbólicas y manifestaciones verbales que se refieren, vaga y ambiguamente, a las normas que presuponen.

Los sociólogos de Chicago aplican estos principios al estudio de la desviación y de la criminalidad, incluida la criminalidad violenta. Como veremos, tales principios informan también su análisis de la relación entre violencia y política, especialmente cuando el objeto de estudio son los criminales vinculados, mediante una variedad de consorcios y asociaciones, con policías, políticos u otros agentes institucionales.

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No queméis a Washington

Existe una amplia literatura periodística y «amarilla» que sirve de complemento a las descripciones etnográficas de los sociólogos de Chicago, ofreciendo un marco detallado para su análisis de la política y de la violencia. Piénsese en el trabajo de Asbury ([1927] 2002), el cual revela cómo los gánsteres, aliados inestimables en tiempos de elecciones, deben su floreciente carrera a la protección y a la manipulación de los políticos corruptos. La historia del círculo político que se reúne en el Tammany Hall de Nueva York es, en este sentido, ejemplar.

El club es tan rápido como hábil al apreciar el valor práctico de los gánsteres y cree ventajoso compartir con ellos el lugar en el que reunirse, de manera que se proyecte conjuntamente un mejor uso de su peculiar talento. Los políticos de la zona, que comparten no sólo el ambiente físico sino también el arraigo cultural de sus valedores, beben y se socializan en las mismas tabernas clandestinas en las cuales se establecen afiliaciones criminales y al mismo tiempo se forjan alianzas con los empresarios que explotan la industria de la noche. Los garitos y burdeles son, también ellos, lugares que ven...

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