El poder del Estado y los derechos humanos en el escenario de la globalización

AutorJosé Martínez de Pisón Cavero
CargoUniversidad de La Rioja (España)
Páginas75-98

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    Para la realización de este artículo he contado con sendas ayudas a proyectos de investigación de la DGES del MEC y de la Universidad de La Rioja.
1. La globalización y sus efectos

Nuestras categorías conceptuales, así como nuestra percepción de la sociedad, de sus realidades y de sus problemas, están cambiando vertiginosamente desde hace no muchos años. Especialmente, el final de la Guerra Fría y la consolidación de la interconexión mundial en la economía, política y en el ámbito cultural -lo que normalmente denominamos «globalización»- parece haber dejado al descubierto nuevas realidades que atraviesan nuestras sociedades desarrolladas, caracterizadas ahora más que nunca por su creciente complejidad y por su diferenciación e, incluso, por su incapsulamiento interno. No es que sean realidades absolutamente nuevas, sino que, en el momento presente, dada su dimensión y su universalización, aparecen desde nuevas perspectivas. Lo relativamente importante es que estos cambios sociales y las transformaciones globales que se están produciendo alteran nuestras concepciones más básicas sobre el Estado, la democracia, el Derecho y la sociedad, sobre el puesto del individuo y de las colectividades y, por supuesto, sobre los valores e ideologías. Nuevas reali-Page 76 dades y profundas transformaciones que despiertan, en principio, anhelos prometeicos, pero que generan también incertidumbres. Y es que, en la mitología griega, puede encontrase ya una primera explicación a estas tensiones civilizatorias, personificadas en uno de los señores del Olimpo. Prometeo, dios benefactor y protector de la humanidad (razón por la cual fue condenado a castigo eterno, según nos ha legado Esquilo en su Prometeo encadenado), administra los bienes que cede a los hombres, pero, paradójicamente, no puede evitar que los males infecten el mundo -la famosa caja de Pandora-.

En el «zurrón» de Prometeo encontramos, pues, los bienes y los males de los hombres, sus alegrías y sus tristezas, sus ventajas y desgracias. Y, por tanto, su futuro incierto. La globalización, como si hubiera sido extraída del zurrón de Prometeo, encarna en el momento presente el futuro incierto y una realidad ambivalente de perfiles difusos, con efectos perversos. La globalización todo lo atraviesa y transforma y por ello, como advierten informes imparciales, genera inquietudes e incertidumbres 1. Y, sin embargo, ejerce una fascinación desbordante en la realidad política actual hasta el punto de que ya la literatura especializada, desde hace unos años, ha empezado a interesarse por estas transformaciones y por sus efectos. Cambios vertiginosos en buena medida debidos a la revolución informática aplicada a la economía y los flujos mercantiles, a los medios de comunicación y a las técnicas de información, etc.; unos cambios que no dejan títere con cabeza pues todas las facetas sociales, económicas, políticas y culturales se ven afectadas. Lo cual quiere decir que el «zurrón de Prometeo», otra vez más, nos ha legado un nuevo motor de cambio civilizatorio con sus luces pero con unas sombras que debemos desvelar.

En efecto, la globalización (término horrible, por cierto) ejerce sobre los gobernantes, managers, y otros profesionales y especialistas una enorme fascinación, como si nos hubiese transportado a unos nuevos tiempos. El aumento de los intercambios, la rapidez de las comunicaciones, la interconexión global, todos esos aspectos que constituyen lo que se llama «globalización», son interpretados por numerosos agoreros como el advenimiento de nuevos tiempos que afectan, primero de todo, a la economía mundial y que se proyecta sobre el resto de aspectos de la vida del planeta. Según esta tesis, laPage 77 interacción de estos elementos está contribuyendo a la gestación de un nuevo mundo para el que -nos avisan y previenen- debemos estar preparados. Desde luego, no cabe dudarlo, las cosas están cambiando, pero lo que hay que dilucidar es, precisamente, por qué camino discurren esos cambios, si es posible regularlos y guiarlos y, sobre todo, cuáles son sus efectos. En particular, y de esto trata este artículo, en relación al futuro del Estado, la democracia y la realización de los derechos humanos. Y es que, como afirma el sociólogo J. Petras, la tesis central de la globalización «se fundamenta en gran medida en mitos y conceptos erróneos que son fruto de la estrechez de los enfoques políticos adoptados, de una visión de la realidad social que prescinde de la historia, y de flagrantes malentendidos acerca de los procesos y fuerzas sociales que están remodelando la economía mundial» (Petras 1998: 24).

En realidad, hemos llegado a ser conscientes del proceso globali-zador relativamente hace poco tiempo, durante la década de los noventa, y lo hemos sido de forma repentina como consecuencia de la percepción de sus efectos devastadores: un crecimiento demográfico fuera de todo control; progresivo distanciamiento entre países ricos y pobres; la deforestación de la Amazonia, el recalentamiento del planeta, la desaparición de la capa de ozono, el desastre de Chernobyl, etcétera; el ataque masivo a principios de la década contra alguna de las monedas europeas; el rápido auge y la caída de las economías orientales con repercusión en la estabilidad económica de otras naciones; etc. Sólo en virtud de sus efectos negativos nos hemos percatado de que estamos interconectados, de que vivimos en un mundo globali-zado en el que dos mil millones de personas lo mismo sienten tristeza por la muerte accidentada de una princesa que los medios convierten en la reina de los pobres, que por el óbito de la Madre Teresa de Calcuta después de una vida consagrada a paliar los sufrimientos de los desesperados del mundo. La globalización nos conecta a todos, pero también uniformiza lo que toca.

Ahora bien, la globalización tiene tanto acérrimos defensores como ácidos detractores. Las mismas tesis que lo sustentan, como apunta Petras, son polémicas. En primer lugar, la tesis sobre la novedad de la integración económica. Para sus defensores, nunca se había producido antes una situación como la actual en la que todas las economías están tan estrechamente interconectadas, en la que las decisiones económicas a escala global tienen repercusiones en todos los lugares del planeta, en la que las economías nacionales están abiertas a todos y se ha abandonado el viejo proteccionismo, etc. Para sus detractores, en realidad, la globalización no tiene nada de excepcional, pues no es más que una fase más de la voracidad del imperialismo capitalista que busca insistentemente nuevos mercados. Pues, en realidad, la globalización es inherente al capitalismo desde que, a partir del siglo XV, expandiese sus fronteras más allá de Europa con la conquista y explotación del resto de continentes, América, Asia yPage 78 África. La extensión de los mercados entra dentro de la lógica del capitalismo, sólo que en la actualidad, junto a las viejas tendencias, aparece con perfiles distintos, pero, no por ello, deja de obedecer a las reglas de esta lógica.

Sin embargo, a pesar de que no le falta alguna razón a esta última tesis, sería iluso negar que algo hay de nuevo en todo esto. Como afirma Beck, muchos de los acontencimientos que son causa y, al mismo tiempo, efecto de la globalización son totalmente nuevos. Desde aspectos relacionados con nuestra vida cotidiana y nuestro trabajo hasta otros aspectos más generales. Sobre todo, nueva es la percepción de que vivimos en una aldea global; nueva es nuestra concienciación de la transnacionalidad y nuestra sensibilización ante los desastres ecológicos, la multiculturalidad del planeta, la pobreza global, etcétera. Nuevos son también los actores de estos cambios, especialmente las corporaciones multinacionales y las concentraciones económicas, y los riesgos que sus decisiones y actuaciones pueden producir. Finalmente, nueva es la percepción de que existe una sociedad transnacional que nos cobija. Por eso mismo, porque hay importantes innovaciones, porque se están produciendo profundas transformaciones que afectan al ámbito planetario, al nacional y al local, la globalización tiene perfiles propios. Por eso mismo, la globalización está configurando un panorama nuevo lleno de incertidumbres que, esta vez, nos afectan a todos. Como ha señalado adecuadamente Beck, especialmente el que la nueva sociedad transnacional en que se constituye el planeta está desgobernada, carece del correlativo gobierno mundial. Y es que la «globalización significa también: ausencia de Estado mundial; más concretamente: sociedad mundial sin Estado mundial y sin gobierno mundial. Estamos asistiendo a la difusión de un capitalismo globalmente desorganizado, donde no existe ningún poder hegemónico ni ningún régimen internacional, ya de tipo económico, ya político» (Beck 1998: 32). Se realiza así la utopía neoliberal de construir una sociedad sin Estado. No es, pues, de extrañar que la globalización concite críticas, despierte temores y se alcen voces en su contra.

Pero, la globalización es ante todo un proceso lleno de paradojas. Por un lado, procura la apertura de fronteras y la integración de los países en espacios económicos y políticos más amplios. Busca intensificar las dependencias recíprocas más allá de las fronteras nacionales. Y, al mismo tiempo, se asiste también a un redescubrimiento de los ámbitos regionales y locales, a resituar también las nuevas tendencias en un plano subnacional, más abajo de los poderes del Estado. De esta forma, se descubre la necesidad, y la reivindicación, de fomentar los ámbitos cercanos a los ciudadanos para que sean éstos los que se responsabilicen de las decisiones que más directamente les conciernen. Se localiza y se...

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