Consideraciones sobre poder y formas políticas en el pensamiento de la contrarrevolución

AutorEnrique V. De Mora Quirós
CargoUniversidad de Cádiz
Páginas155-179

Page 155

1. Introducción

La obra de Saint-Martin, Des Erreurs, fechada en 1775, puede ser tomada como referencia anticipada que señala el cansancio frente a las ideas revolucionarias e individualistas que estallaron en la Revolución Francesa1. Más adelante, cuando Francia queda maltrecha por los esfuerzos revolucionarios y por las consecuencias que se siguieron desde ellos, la mentalidad conservadora y legitimista se manifestó en Page 156 toda su amplitud, entre 1815 y 1830. El Congreso de Viena y la Santa Alianza fueron frutos maduros de esta mentalidad, por su guerra declarada al gobierno representativo y su deseo de instaurar un orden presidido por la religión. Se trataría de poner de manifiesto, frente al racionalismo ateo o vagamente deísta de la Revolución, un sistema teocrático en el que Dios fuera el origen de toda soberanía, y el Estado una manifestación de Su voluntad. Frente a la exaltación de los derechos del hombre, una Declaración de Derechos de Dios y un conjunto de valores alternativos y contrapuestos a los típicamente revolucionarios2. Así, la dimensión social del hombre como respuesta a la exaltación de lo individual propia del iusnaturalismo moderno3. En el terreno político, el pensamiento conservador creará toda una literatura apologética sobre las bondades de la monarquía absoluta y la necesidad de restaurar las concepciones tradicionales sobre la unidad y fortaleza del poder. Precisamente en la cuna geográfica de la Revolución, y con independencia de las manifestaciones del pensamiento reaccionario en otros países, surgieron los autores más representativos de la ´reacciónª. A través de estas líneas, trataremos de mostrar los elementos más significativos de su pensamiento político y jurídico, sin olvidar la proyección que tuvo la figura del español Donoso Cortés.

2. Necesidad de la autoridad

Para el pensamiento reaccionario decimonónico, existe un presupuesto fundamental para entender la confusión acerca de las cuestiones sobre el poder y la autoridad. Tal presupuesto descansa en la influencia funesta que para Europa ha significado el protestantismo. Donoso Cortés lo enuncia de forma categórica: ´El verdadero peligro para las sociedades humanas comenzó en el día en que la gran herejía del siglo XVI obtuvo el derecho de ciudadanía en Europa. Desde entonces no hay revolución ninguna que no lleve consigo para la sociedad un peligro de muerteª4. Donoso entiende Page 157 que todas las revoluciones han traído su causa de aquella herejía, razón por la que son igualmente heréticas, desde las agitaciones de los sans culottes hasta la última revolución acaecida hasta ese momento, la de 18485. A partir de este presupuesto, común a la reacción del XIX, se articula un pensamiento fuertemente venerador de la idea de autoridad, pues sólo gracias a ella pueden contrarrestarse las desviaciones revolucionarias. Así, el Conde José de Maistre nos ilustra acerca de la razón por la que, en general, conviene siempre que nos apoyemos en los criterios de autoridad a la hora de tomar una decisión: la razón humana, nos dirá De Maistre, ´está manifiestamente convencida de la impotencia para conducir á los hombres, porque hay pocos que estén en estado de raciocinar bien sobre alguna materia, y ninguno sobre todasª6. Sin embargo, razona F. de Lamennais, esta conveniencia de la autoridad se ve frenada por el orgullo humano, pues éste se halla siempre en revolución contra el poder. De aquí que se produzca el siguiente efecto: ´El hombre, fijándose en sí mismo, queda como suspenso entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte. Se persuade que es exigirle el sacrificio de su razón, obligarle á obedecer la autoridadª7. Sin embargo, para Lamennais no queda otra salida, no en términos de ciega necesidad sino por un deber al que el hombre debe someterse. Para él, la autoridad es principio y final, la regla básica a la que el hombre debe acomodar su existencia8.

La autoridad es necesaria igualmente cuando se ejerce a través de la función del gobierno político. De Maistre expone las razones por las que, a su juicio, el hombre debe ser gobernado. Él nos explica que al ser un ente a un mismo tiempo moral y corrompido, justo en su inteligencia pero perverso en su voluntad, y necesariamente social, debe estar sometido a un gobierno. Por tanto el establecimiento de éste no depende de la voluntad. Con un indudable eco iusnaturalista moderno, De Maistre afirma que la función de gobernar, que él identifica con la soberanía, debe resultar directamente de la naturaleza Page 158 humana9. Y debe ejercer el poder y procurar la obediencia. Por esto las nociones de poder y deber son la esencia de toda sociedad, sin las que ésta no puede concebirse. Si no, estaríamos hablando de un estado antinatural10. Por eso, continúa, al igual que una religión exige que sus fieles realicen el acto de fe con sus dogmas, un gobierno legítimo exige de sus súbditos la obediencia que les impone la sumisión al poder11. En este sentido, con su habitual estilo, Lamennais nos habla del poder como de una idea sublime ´que es el fundamento único de toda obligación moral, el orden conservador de la sociedad con todos los deberesª12. De aquí que, según este autor, ´el cristianismo no sólo obedece al poder, sino que le ama porque viene de Dios y le representa en la sociedadª.

3. La lógica de la jerarquía y la proporción

El pensamiento legitimista puso todas sus energías al servicio de una literatura apologética del poder, muy al estilo de lo que demandaba el ambiente romántico del XIX13. Así no tiene nada de extraño que Lamennais hable del ´culto sagrado al poderª, aludiendo a una cita de Tertuliano que lo llama religión de la segunda majestad. El abate explica cómo el principio de ordenación que todo poder entraña, al ordenar la sociedad constituye el poder social, y al obrar sobre las familias constituye el poder doméstico. Por tanto, estos dos poderes son a la vez semejantes y desiguales. La semejanza está en que la familia es como una pequeña sociedad, mientras que la desigualdad se refiere a que la sociedad puede considerarse como una gran familia, o bien la reunión de todas las familias particulares. Pero en ambos casos son la manifestación del poder mismo de Dios14. Lamennais sigue un pensamiento muy común en el primer tercio del siglo XIX, característico de la oposición romántica al racionalismo político moderno, en el Page 159 que la familia sirve de modelo para concebir el Estado15. De aquí que todo ataque a la familia, como el divorcio o la poligamia, destruye también al Estado, al introducir la anarquía en la sociedad doméstica16. Esta idea, junto con la concepción organicista del universo, constituye uno de los pilares del legitimismo decimonónico17.

Lamennais prosigue sus razonamientos. Ya hemos visto que el poder es, pues, una de las condiciones de existencia de toda sociedad. Pero el elemento más importante para concebirla es Dios. Él es el autor tanto de la sociedad como del hombre, al que ha formado precisamente para poder vivir en comunidad. Pero para que la vida social exista son indispensables dos cosas: una ley que una a sus miembros entre sí, y un poder conservador de tal ley. Por tanto, nos dirá este autor, existe una ley divina que es fundamento de toda sociedad, invariable e indescriptible, contra la que es nulo cuanto se hace. Pero la potestad es también divina en su origen. Esto hay que entenderlo en sus justos términos, porque la sagrada Escritura no dice que todo soberano provenga de Dios, sino la soberanía y la potestad ´en cuanto talesª. Esta última está ordenada al fin de la conservación de la sociedad para el reino de la justicia, o lo que es lo mismo, de la ley divina. Por tanto, tal potestad se refiere al derecho divino. Según Lamennais, esto es lo que la distingue de la mera fuerza material, que nunca puede ser verdadera potestad ni soberanía. Por esto él critica igualmente las concepciones que hacen del pueblo o del rey la fuente de la soberanía, porque en ambos casos se legitima la arbitrariedad o el despotismo, y se olvida que la soberanía es una potestad derivada de Dios18.

Esta idea sobre el poder es inseparable de otra noción: el orden. Lamennais lo define como el conjunto de relaciones que se derivan de la naturaleza de los seres. Según nos explica, si nos fijamos en el acto de la creación por parte de Dios, vemos que fue la manifestación de una parte de las verdades que encierra el Ser divino. Dichas verdades están ligadas entre sí por relaciones necesarias en el pensamiento de Dios, y su voluntad, al realizar dichas verdades exteriormente, ´ha realizado por el mismo hecho estas relaciones inmutables que constituyen el ordenª19. Pero frente a él, la actividad del hombre libre se dirige al desorden, bien porque ignora o no quiere conocer las leyes que conservan el mundo moral, o porque no se conoce, o se conoce mal a sí mismo. De este modo, su fuerza se dirige a colocar a los seres bajo relaciones falsas o contrarias a su naturaleza. Así tenemos que la sociedad humana, compuesta por seres libres sujetos al error, está Page 160 dividida entre dos potencias: una que pretende destruir y otra que pretende conservar. La potencia negativa estaría encarnada en la filosofía, que trabaja a favor del desorden, pues niega otra inteligencia que esté más allá de la razón del hombre, con lo que se precipita en la fuerza20. Debemos señalar que esta visión negativa de la filosofía, referida a la Ilustración y al pensamiento del XVIII, es muy común en los autores conservadores del XIX. Así para De Maistre, la Ilustración tiene como objetivo hacer la guerra a Roma y a todo lo que significa el catolicismo. Por eso la...

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