Pettit, Philip: Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, traducción de Toni Doménech, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Barcelona, 1999.

AutorRamón Ruiz Ruiz
Páginas585-591

Page 585

  1. Philip Pettit se suma con esta obra a un creciente número de autores (Skinner, Sunstein o Braithwaite, entre otros) que en los últimos años se han propuesto recuperar la tradición republicana, a la que consideran una alternativa global, a las dos corrientes filosófico-políticas preponderantes en la actualidad, a saber, el liberalismo y el comunitarismo. Pero no es ésta la primera incursión de Pettit en este terreno, sino que el presente libro supone una continuación del anterior, The Common Mind (1993), en el que proponía una «filosofía social alternativa, a la vez anticolectivista y antiatomista» y donde esbozaba algunas de las implicaciones de ésta para la teoría política, indicando lo atractivo que resultaría el republicanismo para quien compartiera este punto de vista.

    La tradición republicana a la que nos referimos es la de Cicerón; la del Maquiavelo de los Discursos y de otros varios autores de las repúblicas renacentistas italianas; la de James Harrington y un buen número de pensadores menos conocidos durante y después de la Guerra Civil y de la Commonwe-alth inglesa; y, en fin, la de muchos teóricos de la Norteamérica y la Francia del siglo XVIII.

    El hilo conductor de todos ellos hay que buscarlo en un concepto de libertad propio, y distinto de las clásicas dicotomías de Constant y Berlin. Se trata de la libertad como no-dominación, cuyo fin consistiría en garantizar a todos los ciudadanos un estatus social que les permitiera estar a salvo de la interferencia arbitraria de los demás y ser capaces de disfrutar de una situación de seguridad y de paridad respecto a ellos.

    Constituye, por tanto, esta concepción de libertad la espina dorsal del concepto de ideal republicano manejado por Pettit -y de todo el libro que comentamos-. Más adelante volveremos a esta noción, pero señalaremos como anticipo que se trata de una idea de libertad cuya consecución descansa de lleno en el Estado y en sus funcionarios (Harrington afirmaba que la libertad en sentido propio era la libertad merced a las leyes y no frente a las leyes), y que, en palabras del propio Pettit, trata de evitar el agravio de «tener que vivir a merced de otros, de tener que vivir de manera tal que nos volvamos vulnerables a algún mal que otro esté en posición de infligirnos arbitrariamente. Es el agravio expresado por la mujer que se halla en una situación tal que su marido puede pegarle a su arbitrio, sin la menor posibilidad de cambiar las cosas; por el empleado que no osa levantar queja contra su patrono, y que es vulnerable a un amplio abanico de abusos que éste puede arbitrariamente perpetrar; por el deudor que tiene que depender de la gracia del prestamista, del banquero de turno, para escapar al desamparo manifiesto o a la ruina; y por quienes dependen del bienestar público, que se sienten vulnerables al capricho de un chupatintas para saber si sus hijos van o no a recibir vales de comida».

    Pero los republicanos no se limitaron a ofrecer una interpretación distinta y específica de lo que entraña la libertad, sino que le asignaron el papel de valor político supremo, presentando la no-dominación como única vara con que medir y juzgar la constitución social y política de una comunidad. En cuanto al antimonarquismo, fue éste, sin duda, un rasgo recurrente de la tradición republicana, sobre todo durante la Guerra Civil inglesa y tras las revo-Page 586luciones norteamericana y francesa. Pero los republicanos eran antimonárquicos sólo en la medida en que consideraban que un monarca buscaría inevitablemente el poder absoluto y arremetería contra el tipo de libertad que ellos defendían. Así, no tuvieron inconveniente en aceptar, por ejemplo, la monarquía constitucional que hallaron en la Inglaterra del siglo XVIII: «una nación (según Montesquieu) en la que la república se amaga bajo la forma de monarquía».

    Este ideal se mantuvo vivo hasta finales del siglo XVIII, momento a partir del cual se vio eclipsado por las teorías liberales, puesto que, a medida que se fue imponiendo la convicción de que todos los seres humanos son iguales y que como tales tienen que ser tratados, a medida que se ampliaba el concepto de ciudadanía de manera que ésta ya no se circunscribía sólo al reducido número de los varones propietarios, comenzó a parecer cada vez menos realista el viejo concepto republicano de libertad y la aspiración de hacer a todos los ciudadanos libres en este sentido. Si había que moldear la libertad como un ideal para todos los ciudadanos, entonces había que reformularla en términos menos exigentes.

    Sin embargo, desde hace unas décadas, el ideal republicano (o, más bien, neorrepublicano) ha sido redescubierto y reformulado en sus aspectos más...

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