OCHOA BRAUN, Miguel Ángel, Historia de la Diplomacia Española

AutorFeliciano Barrios
Páginas896-903

OCHOA BRAUN, Miguel Ángel, Historia de la Diplomacia Española, Vol. VII. La Edad Barroca, I, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2006, 459 pp.; vol. VIII. La Edad Barroca, II, id. 2006, 403 pp; Apéndice I. Repertorio diplomático. Listas cronológicas de representantes desde la Alta Edad media hasta el año 2000, id. 2002, 297 pp.

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La Diplomacia Española necesitaba un historiador, y lo ha encontrado en su forma óptima en el académico Miguel Ochoa Braun. Embajador de España, con una dilatada experiencia diplomática; historiador y jurista de formación; tiene, así, los oficios necesarios para que el producto sea la impresionate obra que hoy comentamos.

Miguel Ángel Ochoa, hombre de plurales saberes, se ha enfrentado a una obra río, a la que, merced a su laboriosidad, dará fin antes de lo que pudiéramos imaginar dada la factura del empeño -ya tiene prácticamente concluido el siglo XVIII-. Mas, antes de hablarles de su Historia de la Diplomacia, he de llamarles la atención sobre sus otros trabajos de historia de la diplomacia, teniendo en cuenta, que todo forma parte de un mismo quehacer científico que miramos a través de sus diversas facetas y en diferentes tiempos. Así, su libro de gratísima lectura Embajadas y embajadores en la Historia de España (Madrid, Taurus, 2002), el que constituye su interesante discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia Embajadas rivales. La presencia diplomática española en Italia durante la Guerra de Sucesión (Madrid, Real Academia de la Historia, 2002), sus numerosos artículos1, o sus bien trabados y sugerentes prólogos y estudios prelimi-Page 897nares2, son complemento de su Historia de la Diplomacia. A ello se une una extensa labor docente y de promoción de la investigación durante el período que dirigió la Escuela Diplomática entre 1985 y 1991, acerca de lo cual constituye un buen ejemplo el ciclo de conferencias que organizó con el título «La Corona y la Diplomacia: la Monarquía española en la Historia de la Relaciones internacionales» entre los días 23 de noviembre y 3 de diciembre de 19873. Como historiador del Derecho no puedo dejar de traer a colación aquí un importante trabajo de Miguel Ángel Ochoa que sin estar dedicado a la historia de la diplomacia, es y ha sido de gran importancia en el campo de la historia jurídica, me refiero a su estudio preliminar a la Política Indiana de don Juan de Solórzano Pereira4, en el que denota que participa de la doble condición de historiador y de jurista, laborando a los dos lados del surco, en búsqueda de ese ideal siempre perseguido y no siempre logrado por los historiadores del Derecho. Y junto a todo lo anterior, una virtud, no siempre presente en el mundo académico, adorna a Miguel Ángel Ochoa, su generosidad intelectual para con los demás; quien esto escribe se ha beneficiado en más de una ocasión de ello.

Mientras que la política internacional de los reinos peninsulares y de la Monarquía de España, ha encontrado, singularmente en el siglo XX, grandes historiadores, algunos de ellos diplomáticos, como sucede con el Marqués de Villaurrutia, González Hontoria o Doussinage, la historia de la diplomacia propiamente dicha no tuvo tanta suerte. Los estudios con los que contamos están referidos a un período o a un personaje concretos, y aun así siempre desde la óptica de la acción exterior de la Corona, y careciendo, salvo excepciones5, de una necesaria perspectiva de historia institucional. Ochoa ha emprendi-Page 898do, y está realizando, la gigantesca6 tarea de hacer una historia de la Diplomacia española desde los orígenes hasta el presente7, constituyendo, ya, un verdadero tratado indispensable para todo aquel que se asome a la historia diplomática o de la política exterior de España, así como a los mecanismos institucionales a ellas referidos; de manera que el autor ha conseguido plenamente lo que pretendía hacer y anuncia «la Historia del utensilio del que los estados se han servido a lo largo de los siglos para enhebrar entre ellos esa relación»8, que no es otra que la diplomática.

Con la obra del embajador Ochoa no sucede como con los al menos dieciocho volúmenes del Quadro elemental9 del Vizconde de Samtarem, acerca de la historia de la diplomacia lusa, pues aquí no estamos ante un acarreo de fuentes, aunque puedan resultar utilísimas: La Historia de Miguel Ángel Ochoa está perfectamente elaborada, de manera que lo que pone en nuestras manos es una magna fuente de conocimientos a la vez que herramienta de trabajo lista para ser utilizada, acerca de un importantísimo campo de investigación tanto de la historia política como de la de las instituciones político-administrativas, pudiéndose afirmar, rotundamente, que no es la obra de un diplomático historiador sino la de un historiador diplomático.

Los volúmenes I (Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990), II (id. 1991) y III (id. 1995) son los dedicados a la antigüedad y al medievo y constituyen la primera parte. Es la época más alejada de los intereses científicos del autor que reseñamos, pero que él no ha querido dejar fuera del cuadro expositivo. El volumen I lo encabeza una utilísima introducción titulada «Diplomacia e Historia», que puede servir como un estado de la cuestión genérico, constituyendo, además, claro indicio de la necesidad de una obra como la que comentamos. Tras un capítulo preliminar10 dedicado a la antigüedad y otro referido a la diplomacia visigoda, el autor se adentra en lo que constituye una verdadera aventura intelectual, exponernos el complicado entramado de las relaciones exteriores de los reinos de la España cristiana entre sí, con los vecinos musulmanes y con Europa. A la diplomacia astur-leonesa y castellana están dedicados respectivamente los capítulos II y III del volumen primero (pp. 99-286). Ya en el volumen segundo, el capítulo IV (pp. 9-18) es el dedicado a la diplomacia condal catalana, para consagrar el extenso capítulo V a la diplomacia aragonesa, en la denominación que el autor utiliza, y que es, en suma, la de la Corona de Aragón (pp. 19-265), en él se dibuja un extenso panorama de lo que el autor llama «la gran diplomacia catalano-aragonesa», tanto en su vertiente mediterránea como peninsular, estando especialmente conseguidas las páginas dedicadas a la diplomacia de Jaime II y de Alfonso V el Magnánimo; el capítulo VI (pp. 267-279) es el dedicado por Ochoa a la diplomacia mallorquina durante su efímero período como reino separado de la Corona de Aragón, y del que, pese a lo reducido de su territorio y su capacidad militar, nos dice el autor que «tuvo desde el comienzo pretensiones de política exterior de alto vuelo, justificadas plenamente por su posición geográfica»11; el capítulo VII y final de este volumen (pp. 281-343), tiene por objeto la diplo-Page 899macia navarra, desde sus inicios hasta la peculiar incorporación del viejo Reino a la Corona de Castilla, dedicando acertadamente una especial atención a la diplomacia del rey Carlos III el Noble. En el tomo III, tras dedicar el capítulo VIII (pp. 11-93) a la diplomacia portuguesa, cuya presencia -a mi parecer oportunísima- justifica el autor, en el desarrollo conforme y paralelo de los reinos peninsulares en la Edad Media12, y otro, el IX, a la diplomacia hispano-musulmana (pp. 95-283), necesario para cerrar las piezas del mosaico territorial que constituye la España medieval, el autor nos presenta un capítulo X, titulado «morfología de la diplomacia medieval española», que constituye una verdadera caracterización institucional de la actividad diplomática; el propio Miguel Ángel Ochoa nos dice que tras exponer «qué fue la Diplomacia medieval española», pasaría ahora al «cómo fue, es decir, con arreglo a qué formas se produjo»13, resultando su realización especialmente dificultosa para esta época dada la pluralidad de formaciones políticas con actividad exterior en la España medieval; del mismo modo el autor procederá respecto a los otros períodos estudiados.

Con el volumen IV (Madrid, Ministerio de Asuntos...

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