El modelo de gestión de derechos de autor español, en la encrucijada

AutorAndrés Boix Palop
CargoProfesor Titular de Derecho Administrativo (Universitat de València - Estudi General de València).
Páginas243-256

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I Protección de la creación y sociedad digital

Resulta evidente que una sociedad avanzada ha de proteger aquellas manifestaciones creativas que se entienden colectivamente como valiosas. Una manera de hacerlo, como también es obvio, consiste en amparar a sus creadores por la vía de lograr un marco jurídico que les permita rentabilizar su esfuerzo y que facilite su puesta en valor. Las razones para intentar consolidar un entorno de esas características son muchas y valiosas. La riqueza cultural de un país depende en gran medida del correcto fomento de la creación autóctona, suele decirse en primer lugar. Pero también hay motivos económicos, cada vez más importantes, que van en la misma dirección. Las sociedades terciarias, las economías desarrolladas, han de aspirar a consolidar sectores de valor añadido, donde la formación y el capital humano tengan un peso cualitativo, con el fin de poder competir, en un entorno de globalización, con aquellas sociedades capaces de producir bienes o proveer de servicios con un empleo intensivo de mano de obra menos cualificada. Caben pocas dudas, en estos momentos, al respecto.

Tampoco es posible, a estas alturas del desarrollo y aceleración tecnológica que ha supuesto la aparición de las primeramente llamadas nuevas tecnologías y la consagración de Internet y la digitalización, negar que el futuro de la transmisión de contenidos, y también por ello a no mucho tardar (guste esta realidad más o menos) su rentabilización económica, pasa indefectiblemente por la red. Lo cual, junto a una serie de ventajas obvias respecto de la mayor facilidad a la hora de difundir contenidos comporta, inevitablemente, también problemas. Tan evidente como que gracias a este cambio tecnológico vamos a tener a nuestro alcance, con mucha más facilidad, muchos más productos culturales (y que como consecuencia de ello las posibilidades de la industria cultural, a la hora de llegar a más público, se incrementan notablemente), lo es también que la propia esencia de Internet y de la transmisión de contenidos utilizándola van a dificultar, como de hecho ya lo están haciendo, que el actual modelo de derechos de autor y propiedad intelectual funcione de manera satisfactoria para los autores, los creadores y las industrias de soporte a estas actividades. Unos colectivos que, si bien asumen con naturalidad las ventajas derivadas de la globalización, tales como la reducción de costes y la ampliación de mercados que ha provocado la Red, no son en cambio tan entusiastas respecto de las dificultades objetivas que aparecen para la rentabilización de los productos. Pero que inevitablemente habrán de acabar entendiendo que las unas van indisolublemente unidas a las otras. Y que ambas están aquí para quedarse.

II Algunas claves del cambio tecnológico

Conviene no perder de vista, en efecto, que esta nueva situación es la inevitable consecuencia derivada de ciertos elementos estructurales de la comunicación digital en red,

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íntimamente vinculados entre sí y difícilmente soslayables, por lo que se habrá de contar con ellos en el futuro asumiéndolos como un todo. Cualquier refiexión que los ignore o que pretenda actuar para contrarrestarlos corre el riesgo de convertirse en un esfuerzo fútil, porque poner puertas al campo, como es sabido, lo es. La misma naturaleza de Internet, sintetizada en dos factores, reafirma esta idea.

El primero de ellos es la siempre mencionada, pero absolutamente esencial, estructura descentralizada con la que se ha construido Internet. Esta carencia de centro efectivo, la multiplicación de nodos, la posibilidad de que la información llegue del destinatario al receptor por vías muy diferentes, por infinidad de caminos alternativos perfectamente válidos, hace que el control estatal (o realizado por cualquier otra autoridad) sobre los fiujos de contenidos e información sea en la práctica imposible de llevar a cabo. No ya es que resulte muy complicado conseguir un control absoluto sobre la red y su fiujo de contenidos (lo que no tendría por qué ser imprescindible para conseguir unos resultados eficaces a efectos de lograr los objetivos de la industria, a quien bastaría un control suficientemente amplio, aunque no llegara a todos los intersticios y a los extremos, para controlar los intercambios que realiza el común de la población). Es que incluso aspirar a un control de mínimos es muy complicado. Requiere de muchos, demasiados, esfuerzos; de una enorme dedicación; de elevadas inversiones dedicadas a establecer cortafuegos, mecanismos automáticos de verificación de transmisiones, etc. que luego, a la hora de la verdad, son fácilmente sorteables por el usuario experto y que, además, están constantemente necesitados de actualización porque la evolución tecnológica de los propios internautas es incesante. Sólo los regímenes totalitarios que consideran esencial el control de la información que reciben sus ciudadanos han establecido sistemas de esta índole y la experiencia demuestra, tanto en China como en Cuba o Corea del Norte, tanto en Irán como en Arabia Saudí, en Egipto o en Marruecos (cada uno de estos ejemplos con sus diversos grados de intensidad), que en general los costes son enormes para obtener resultados, en el mejor de los casos, magros.

El segundo es la naturaleza de lo transmitido: datos. En el momento en que un contenido cultural puede digitalizarse y ser codificado en forma de ceros y unos, una serie de consecuencias son irreversibles. La primera de ellas es que el soporte pierde todo el valor. Y no conviene perder de vista que nuestro sistema de rentabilización de contenidos a partir de la construcción jurídica que ha sido y todavía es la noción de propiedad intelectual está sustentado en un modelo de mercantilización del producto que ha ido siempre inescindiblemente unido a su soporte. Que era, a fin de cuentas, lo que se compraba y vendía: el códice para una novela, el CD para una canción, el DVD para una película que se comercializaban como mercancía por mucho que lo adquirido, en el fondo, fuera el contenido inmaterial que en ellos se plasmaba. Toda la modelización económica y jurídica con la que hemos desarrollado nuestra respuesta para garantizar los derechos de los creadores estaba basada en esa identidad, que se daba por supuesta porque la tecnología de la época así lo imponía. El propio concepto de propiedad intelectual, aunque en puridad independiente de la misma, ha acabado impregnado de esta visión como demuestra el hecho de que, por ejemplo, en

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España, históricamente, se hayan declinado los derechos económicos asociados pensando, sistemáticamente, más en soportes que en contenidos. Como a todos nos consta, la digitalización ha hecho que este mundo pase a mejor vida.

Un segundo efecto inmediato derivado de la digitalización es que la copia deja de ser difícil y que ya no comportará pérdidas reseñables de calidad. A diferencia de lo que ocurría con los soportes tradicionales, cuya copia o bien era artesanal y de baja calidad (las fotocopias de un libro, el casete donde el consumidor hacía un personal mix a partir de la música original), o bien, si buscaba una calidad homologable a la del master, era carísima y no compensaba económicamente realizarla si se podía adquirir un original, lo que suponía un freno natural a la piratería (si en el mercado de la copia no legal no se puede competir en precio es muy difícil hacer el producto atractivo para el consumidor, excepto en casos en los que los canales de distribución legales no funcionan o funcionan muy mal), la copia digital es potencialmente perfecta. Con muy poco coste y a partir de una tecnología al alcance de cualquiera es posible obtener copias que replican a la perfección el original (original, de hecho, que ya no es tal; en realidad, este concepto está llamado a perder toda su vigencia).

Un tercer factor no desdeñable es que los contenido digitales, además, se pueden disgregar, transmitir separadamente (y recordemos que la red permitía el empleo de muchos canales alternativos, de manera que incluso podemos transmitir un único producto dividido en miles de partes y que cada una de ellas viaje por canales diferentes, complicando, de nuevo, enormemente el control), almacenar fragmentadamente...

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