¿Matar, o dejar morir?

AutorRobert Spaemann
Páginas107-116

«Toten oder Sterbenlassen?», originalmente publicado en Aufklarung und Kritik, Sonder-heft 11 /2006, pp. 80-88.

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(Traducción del alemán: José María Barrio Maestre)

La situación actual de la civilización

La perplejidad por las tesis de Peter Singer y su ruptura del tabú sobre la eutanasia, dominante desde 1945, ha ido abriendo una reflexión acerca de los motivos que han llevado a abandonar ese tabú.

En primer término, tropezamos con la situación demográfica de los países occidentales industrializados. Este estado de cosas históricamente no tiene parangón posible. El desarrollo de la Medicina conduce a que haya cada vez más personas mayores de edad, y al mismo tiempo los medios de comunicación que forman la opinión pública propagan desde hace décadas un estilo de vida según el cual pronto habrá cada vez menos personas jóvenes para poder alimentar a los mayores. La «píldora», como siempre pudo suponerse, favorece esa tendencia. Además, el llamado acuerdo generacional, que lamentablemente se concibe no entre tres sino entre dos generaciones, privilegia económicamente a quienes prefieren dejarse mantener en la edad de los hijos de otra gente. Si las cosas siguen así, cabe esperar que estas personas no se sientan entusiasmadas ante tal perspectiva.

Pronto se llegará a esto. Sería ingenuo ver como casual que justamente en este momento y precisamente en esos mismos países industriales de Occidente se legalice la muerte de personas enfermas o ancianas o que se exija que empiece a discutirse en serio esa posibilidad. En este contexto no hace falta justificar la eutanasia con la excusa de la situación demográfica. Incluso sería contraproducente que esa relación desarrollara toda su latente sinergia. Tampoco los psiquiatras que durante el III Reich ejecutaban el programa homicida de eutanasia argumentaban desde el punto de vista sociopolítico, sino desde los intereses vitales «bien entendidos» del individuo. «Vida carente de valor» era el lenguaje empleado en aquella época; vida que para quien ha de vivirla ya no merece ser vivida. Y la película «Yo acuso» (Ich klage an), que con la supervisión de Joseph Goebbels buscaba promocionar el programa de exterminio, acuñó el término narcotizante de «muerte a petición». PG108> La muerte debía aparecer como un acto de amor y compasión, como ayuda «a una muerte digna».

Probablemente hoy ya no existe ningún grupo de poderosos que instrumentalice conscientemente la compasión al servicio de una estrategia de política demográfica. Pero hay situaciones de intereses objetivos. Hay tendencias que son resultado de esas situaciones de interés, y exigencias cuya expectativa reside en que ésta acabe respondiendo a dichas tendencias. También hay «ambientes propicios».

Dos factores refuerzan la plausibilidad de la exigencia de legalizar la eutanasia. En primer lugar, el considerable aumento de las posibilidades de prolongar la vida artificialmente. La vieja fórmula de la ética profesional según la cual el médico siempre ha de hacer todo lo que pueda para impedir la muerte -lo que no significa otra cosa que demorarla- se torna problemática, si ese poder sobrepasa una determinada medida. Desde luego, las prótesis pueden sustituir las funciones vitales de un organismo y mantener artificialmente con vida a personas moribundas, con o sin su consentimiento. La decisión de no emplear esos medios, o de terminar de hacer uso de ellos, parece equivalente a una muerte por omisión, sobre todo si el tránsito de la acción a la omisión sólo se lleva a cabo mediante una nueva acción, por ejemplo por la desconexión de un aparato. Sin embargo, ante tal decisión, al ser a menudo admisible y a veces sencillamente inevitable, es natural preguntarse: ¿en qué se distingue realmente una tal omisión de la activa «ayuda a morir» [eutanasia]? Peter Singer cuestiona esa diferencia: ¿En qué se distingue que una madre asfixie a su hijo con una almohada y que le deje morir de sed? Por su parte, Singer supone que dejar morir de sed o prescindir del respirador artificial son omisiones de la misma especie tan sólo porque ambas conducen por igual a la muerte.

Otro factor decisivo es la orientación básica de la civilización occidental, que propone, por un lado, como fin último de la vida humana, el pasarlo bien, o al menos sentirse bien, y, por otro, que el más alto deber moral estriba en optimizar el mundo mediante el incremento de la cantidad de sensaciones placenteras (incluso los servicios religiosos se evalúan según su capacidad de suministrar «entretenimiento» o diversión, sin tener en cuenta que un clérigo que se hace pasar por showman está, sin ningún género de duda, en desventaja si entra en competencia con cualquier payaso o presentador profesional de televisión). En este contexto es ilustrativo lo que Heidegger llamaba «olvido del ser» (Seinsvergessen-heit): lo relevante no es lo que hombres, animales o plantas son, sino cómo están, en qué situación se encuentran y qué tipo de vivencias experimentan. El hombre no es más que un portador de ciertas situaciones o estados. Lo que en ningún caso debe ocurrir es hallarse en una situación displacentera. El sufrimiento debe ser alejado a cualquier precio. Y si no hay otra forma de eliminarlo que eliminar al paciente, en ese caso dicha eliminación está plenamente justificada. Page 109

«¿Valor de la vida?»

El concepto de dignidad humana juega un decisivo papel en la exigencia de legalizar la eutanasia. En la mencionada película de los nazis se hablaba del «derecho a una muerte digna», y esta idea es interpretada por el teólogo Hans Küng exactamente en el mismo sentido en que lo hace el párroco que aparece en la película: dignidad humana debe consistir en la capacidad de decidir el...

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