Introducción. La insatisfacción de la democracia

AutorJosé Luis Martí
Cargo del AutorProfesor de Filosofía del Derecho - Universidad Pompeu Fibra
Páginas11-38
1Robert DAHL nos recuerda que en el año 1900, de 43 países existentes en el mundo tan sólo
seis eran mínimamente democráticos, esto es, contaban con sufragio universal o masculino. En
1950, la proporción pasó a ser de 25 sobre 75. Y en 1990, aun aumentando el número de países
democráticos en el mundo a 65, se mantenía una proporción de 3 a 1, existiendo 192 países en
total. Véase DAHL, 1998: 14. Tal vez merezca la pena tener siempre presentes estas cifras antes de
sumergirse en cualquier reflexión sobre la democracia.
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN: LA INSATISFACCIÓN
DE LA DEMOCRACIA
1. NUEVA CRISIS DE LA DEMOCRACIA Y EL SURGIMIENTO
DE UN NUEVO MODELO
La teoría de la democracia del siglo XX ha estado expuesta a profundas
transformaciones y «pequeñas revoluciones», como lo ha estado, de hecho,
la democracia misma. Las «viejas» estructuras democráticas heredadas del
siglo XIX tuvieron que enfrentarse durante la primera mitad del XX a fuer-
tes tendencias antidemocráticas provenientes del fascismo, el marxismo-
leninismo, el anarquismo, los sectores conservadores tradicionalistas, etc.,
unas tendencias contra las que no estaban del todo preparadas. Ante esta
situación, durante los primeros treinta años del siglo, los pocos teóricos que
se ocuparon de la democracia denunciaron la obsolescencia de las estruc-
turas heredadas. Tras más de cien años de constantes luchas por implantar
la democracia, y tras haberlo logrado sólo en unos pocos países 1, los pri-
meros «teóricos de la democracia» se sentían entonces incómodos e insa-
tisfechos con la realidad de las estructuras democráticas que les rodeaban,
a la vez que temerosos de perderlas, y apuntaban a nuevas vías de renova-
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2Véanse respectivamente COLE, 1919 y 1920; DEWEY, 1927; y LASKI, 1933. Todos estos
«viejos» teóricos de la democracia están hoy prácticamente olvidados.
3Véase SCHUMPETER, 1942.
4Sobre cómo el pensamiento utilitarista consiguió prácticamente desarticular toda otra filo-
sofía política normativa durante buena parte del siglo XX, al menos en el ámbito anglosajón, véase
GOODIN y PETTIT, 1993.
5Me refiero sobre todo a la aparición y posterior desarrollo de las teorías del rational choice
y el social choice y al refinamiento de la metodología empleada.
6Entre los partidarios del primero, vendrían tras SCHUMPETER autores como BUCHANAN, 1954
y 1975; DAHL, 1956; DOWNS, 1957; HAYEK, 1960; BUCHANAN y TULLOCK, 1962; ARROW, 1951; y
RIKER, 1962, 1982, 1986 y 1996. Entre los defensores de la democracia pluralista, autodefinidos
como seguidores de Arthur BENTLEY (BENTLEY, 1908), encontramos principalmente a TRUMAN,
1959; y DAHL, 1956, 1985, 1989 y 1998.
ción que les permitieran avanzar en su camino hacia el ideal democrático.
Así, John DEWEY apelaba en 1927 a una filosofía pragmatista para justifi-
car la extensión de los valores democráticos e incentivar un debate público
racional en una sociedad civil que, en el mejor de los casos, se sentía ale-
jada de sus representantes y poco protagonista de las decisiones políticas,
y en el peor, descreía de la legitimidad de sus gobiernos democráticos y
buscaba alternativas más sólidas y estables. G. D. H. COLE coincidía en
diagnosticar que la clase política dirigente se centraba en unos problemas
completamente distintos a los que el pueblo sentía como propios, y habiendo
perdido la fe en la posibilidad de mejorar las estructuras políticas, abogaba
por la democratización de las fábricas como un mecanismo esencial para
que la clase obrera pudiera tomar las riendas de sus propias vidas. Harold
LASKI anunciaba pomposamente «la crisis de la democracia» 2.
Las fuertes convulsiones de las dos guerras mundiales y, sobre todo,
el miedo provocado por la amenaza de las dictaduras, algunas de ellas fas-
cistas, más el nuevo «equilibrio» mundial existente a fines de los años cua-
renta, provocaron un cierre de filas en torno a una democracia «renovada»,
que reforzara el papel de los partidos políticos —los nuevos agentes polí-
ticos dispuestos a mediar y absorber todas las sinergias emergentes de la
sociedad civil—, que acentuara el componente elitista de la clase política
que integraba los órganos representativos, y que enfatizara la idea de la
división del trabajo público, todo ello con el objetivo de alcanzar una muy
esperada estabilidad entre las masas, una estabilidad al precio de la neu-
tralización. La teoría de la democracia respondió rápidamente a esta nueva
situación, y el trabajo de Joseph SCHUMPETER 3se convirtió en la radio-
grafía fiel de una nueva democracia a la que, por fin, aguardaban años de
paz, estabilidad... y aletargo. Nacían así, reforzadas por la hegemonía del
utilitarismo en la filosofía política 4y por los últimos desarrollos de la
ciencia económica y política 5, dos nuevas corrientes teóricas que en el
apartado 3 del capítulo II identificaré con los modelos de la democracia
como mercado y la democracia pluralista 6. Estas dos corrientes se her-
manan en su enfoque «realista» de la democracia, en una pérdida de con-

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