Homenaje al Letrado Profesor Cobo Del Rosal

AutorCarlos Zabala López-Gómez
CargoColaborador honorífico del Departamento de Derecho penal de la UCM y Abogado
Páginas259-271

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Aunque sé que ha habido algunas personas que han intentando participar en el homenaje universitario a D. Manuel Cobo del Rosal, y no han podido por no tener la exigida condición administrativa, no quiero dejar pasar más tiempo sin hacer esta breve y sentida, para lo que debería ser, recapitulación de la vida profesional ajena a la Universidad española a la que tanto sirvió desinteresadamente, en grado sumo.

El Prof. Cobo del Rosal se inició en el libre ejercicio de la Abogacía en 1956, en concreto en un Consejo de Guerra en el Acuartelamiento del Pinar en Valladolid que albergaba, y creo que sigue albergando, a la Quinta Agrupación de tropas de la Legión Aérea de la entonces Capitanía General del Ejército del Aire, donde su primer cliente, al que defendió, sin cobrar un solo céntimo, se enfrentaba a una pena privativa de libertad de larga duración. Las cosas fueron bien para el Prof. Cobo y, sobre todo, para su cliente que resultó absuelto con toda suerte de pronunciamientos favorables de los delitos de deserción por los que era acusado. En ese momento, el Prof. Cobo ya sintió lo que era, como dijera Carnelutti, estar al lado del preso y comprenderle, y desde ese mismo momento,

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percibió que su futuro no estaba ni en la Magistratura, ni en la acusación pública, ni en la Abogacía del Estado, sino en el libre ejercicio de la Abogacía en materia criminal de forma preferente.

En aquellos momentos, el Prof. Cobo del Rosal preparaba la que pudo ser su tesis doctoral sobre las garantías en el proceso penal internacional, dirigida por el que fuera, y es hasta el momento, el mejor procesalista-penal español. Me refiero al Prof. Gómez Orbaneja, que durante varios largos años se formó al lado de una de las grandes mentes penalistas del siglo XX como fue Ernst Von Beling, Catedrático de Derecho penal en la Universidad de Tübingen, también maestro de E. Mezger entre otros insignes penalistas, y discípulo de G. Radbruch, de K. Binding y del único Premio Nobel que tenemos los juristas, T. Mommsen. A su vuelta a España, en gran parte por las nuevas disputas surgidas a raíz de la Guerra Civil y su formación a través de becas de la Institución libre de enseñanza, únicamente consiguió una plaza como Catedrático en la Universidad de Salamanca de la que pronto se trasladó a la de Valladolid. De ahí el vano intento de postración y vacío que se le hizo en España, a lo que replicó con su inteligencia excepcional con los dos espléndidos tomos publicados por la editorial Bosch y lamentablemente incompletos Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Su pensamiento, irrenunciablemente liberal en el sentido más veraz del término, lo inculcó en sus clases, y sus debates y diálogos con su, por entonces, alumno Manuel Cobo del Rosal. El Prof. Gómez Orbaneja, debido a su exacerbado liberalismo, fue muchas veces para el Prof. Cobo un motor de búsqueda de ideas y planteamientos nuevos que, bajo el régimen franquista, en muchos casos no tenía cabida, pero el Prof. Gómez Orbaneja pidió la excedencia voluntaria para irse de Director General al Banco Urquijo, con lo que el joven procesalista Manuel Cobo del Rosal acabó en la cátedra del que fuera, desde el principio, su Maestro en Derecho penal, el Prof. D. Juan del Rosal.

No fue, sin embargo, un cambio traumático sino más bien todo lo contrario, pues desde esa factoría de buen Derecho penal que era la Cátedra y el Bufete del Prof. Del Rosal, el Prof. Cobo del Rosal comenzó a ejercer la abogacía en materia criminal, de la mano de D. Juan. No debe olvidarse quienes eran sus compañeros en el Bufete de D. Juan del Rosal, pues, todos ellos constituyen hoy en día las mejores cabezas penalistas de España, entre ellos, el Prof. Rodríguez Mourullo, o el Prof. Rafael Lozano. Todos ellos se formaron bajo el manto de D. Juan del Rosal y en compañía de D. Manuel Cobo del Rosal, que ya desde aquellos iniciales momentos evidenció su pasión por la defensa del cliente que le llevó a acudir a la casa del que fuera su Maestro a altas horas

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de la madrugada para que le firmara escritos, a algún bar inglés cercano, o a visitar a sus clientes en prisión cada sábado, por norma.

El ejercicio de la abogacía lo compaginaba con la redacción de su tesis doctoral y, posteriormente, con la preparación de oposiciones a Cátedra que, finalmente, tras un par de intentos inícuamente infructuosos, consiguió en el año 1968 siendo nombrado Catedrático de Derecho penal de la Universidad de La Laguna (Tenerife). No es este el momento, puesto que sólo trato de recorrer la carrera de D. Manuel «con la toga puesta» como a él le gusta decir, de recordar las muy interesantes amistades que trabó en las Islas afortunadas, con el Prof. Pérez-Prendes o con el Prof. Blesa Rodríguez, o con el siempre recordado e insigne Prof. Alejandro Nieto. En su nuevo destino, puede decirse que fue el único sitio donde no ejerció la abogacía desde el primer momento, puesto que estaba sometido al régimen de dedicación exclusiva que, por alguna extraña razón, parece ser que era obligatorio en aquel momento para los Catedráticos «de entrada». Sin embargo, el Prof. Cobo del Rosal no perdió el tiempo, y bajo el régimen exclusivista universitario escribió una buena serie de artículos, y lo más importante, la base y esquema sistemático de lo que sería su Manual de Derecho penal de Parte general, que publicaría finalmente con uno de sus Ayudantes a su llegada a la ciudad del Turia varios años después. El Prof. Cobo del Rosal al no poder dedicarse al ejercicio de la abogacía se vio obligado a solicitar del Decanato de la Universidad de La Laguna una llave de la biblioteca, pues perder el tiempo es algo que nunca le ha gustado, y empleaba los sábados y los domingos en ir a la biblioteca a estudiar, siendo ya Catedrático, lo que le valió numerosos elogios a sus artículos, incluso del Prof. Jiménez de Asúa en su Tratado, o del Prof. Tierno Galván, quien siempre depositó en él una gran confianza personal y política, por su «hombría de bien», como recuerda en su conocida obra Cabos sueltos.

No pasó mucho tiempo hasta que consiguió de nuevo dedicarse al libre ejercicio de la abogacía, escogiendo algún cliente de los muchos que se le ofrecían en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Sus éxitos en las islas fueron sonados. Aún hoy, en algún viaje profesional que sigue realizando a las islas —con la toga a cues-tas—, los que fueron sus discípulos universitarios en la precitada Universidad, gran parte de ellos magistrados, fiscales y abogados en ejercicio, le recuerdan aquellas audiencias pasadas y su actitud valiente ante los Tribunales y leal con el cliente que mostró desde aquellos lejanos años 60.

Con la idea de...

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