De cómo el hombre devino ciudadano y de lo que en la ciudad le aconteció (la ciudadanía de Pietro Costa)

AutorFaustino Martínez Martínez
CargoLicenciado y Doctor en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela
Páginas325-338

    Faustino Martínez Martínez: Licenciado y Doctor en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela, con premio extraordinario. Profesor de Historia del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Profesor Invitado en varias universidades extranjeras. Ha realizado estancias de investigación en la Universidad de Florencia (Centro di Studi per la Storia del Pensierio Giuridico Moderno), en la Universidad de Messina, en la Universidad Autónoma de México (Instituto de Investigaciones Jurídicas) y en el Max Planck Institut für europäische Rechtsgeschichte. Sus líneas de investigación se han centrado en la Historia del Derecho medieval, especialmente el canónico, la Historia del Derecho de Propiedad, las relaciones entre Literatura y Derecho, y los presupuestos ideológicos que han conducido al Estado liberal y a la construcción de sus principios estructurales.

    A propósito de Pietro Costa, Ciudadanía. Traducción e introducción de Clara Álvarez Alonso. Colección Politopías, nº. 8. Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales, Madrid, 2006. 159 p. ISBN. 84-9768-326-9; 978-84-9768-326-5.

Page 325

  1. ¿Qué fue antes, el individuo o la sociedad? ¿Lo individual o lo colectivo? ¿El hombre o el Estado? Con este interrogante, nada neutral y muy polémico, tratamos de responder desde el campo de las Ciencias Sociales a los mismos interrogantes genéticos que se producen en el amplio espectro de las Ciencias Naturales al dilema entre especies, géneros y seres: el huevo o la gallina, lo generador o lo generado, lo natural y lo artificial, lo creado y su creador, la natura naturans y la natura derivada en versión spinoziana, el orden ordenante y el orden ordenado. El tema de las precedencias genéticas no es nuevo. En el Medievo, auspiciado por el renacimiento carolingio, Juan Escoto Erígena, hablaba de varias categorías de Naturaleza, colocando en primer lugar a Dios que todo lo crea y por nadie es creado (pero también se habla de una divinidad que ni crea, ni es creada); en segundo lugar, a las Ideas, que son creadas y crean, y, en última posición a los seres, al hombre, creado y no creador, sin libertad para realizar innovaciones fuera del amplio campo trazado por el orden divino. Individuo y sociedad son términos unidos y conceptos vinculados, hasta tal punto que es difícil precisar cuál es el que crea y cuál es el creado conforme a la clasificación anteriormente expuesta. Y así acontece con el huevo y la gallina ya mencionados, expresión de ese debate sobre la generación en toda su extensión. Porque es evidente que la segunda no puede nacer sin el primero y éste nace de aquélla, con lo que parece estamos situados en el contexto de una aporía irresoluble.

  2. Lo mismo sucede en el caso del individuo y de la sociedad: aunque ésta se forma por la conjunción de individuos, estos solamente tienen razón de ser en el seno mismo de la sociedad constituida, es decir, el individuo solamente cobra sentido dentro de la sociedad, en ella, por ella, para ella y con relación a ella. Somos animales políticos, conforme a la milenaria descripción, sintética y gráfica, de Aristóteles, puesto que tendemos a vivir con los otros hombres y, lo que es más trascendente y relevante, a realizarnos y perfeccionarnos precisamente en contacto con los otros hombres. Fuera de la sociedad, solamente los dioses, los héroes o los animales, con sus precarias formas de sociabilidad, pueden vivir, sobrevivir y, como lejano objetivo, perfeccionarse, realizarse, completarse como seres. Si el individuo tiene algo, llámense bienes, libertades, derechos, aspiraciones, protección, tutela, intimidad, Page 326 defensas, es precisamente por la emersión del aparato social, donde aquél es recogido y protegido y donde todos aquellos componentes cobran su pleno sentido. Tan naturales son los derechos básicos y mínimos que corresponden al ser humano, como su tendencia a la sociabilidad y los derechos que con relación a ella surgen. Lo individual como categoría sólo puede existir si es contrapuesto a lo social, a lo colectivo, a lo general. Subsiste por esta oposición. Y además se realiza allí donde la contraposición arranca. Cuestión diferente es la nueva relación que se traba entre la sociedad y esos derechos individualizados, pero no avancemos acontecimientos. Es evidente que la sociedad necesita una organización ordenante; la organización requiere un poder coactivo, valoración de conductas, ciertas imposiciones, determinados recortes a la situación natural que correspondería a sus componentes. Al pacto de unión o de constitución de la sociedad, sigue cronológicamente, en este diseño ideal, el pacto de sujeción o político, el que fija poderes y sometimientos, con mayores o menores extensiones, desde la amplitud que propugna Hobbes hasta la transformación de lo natural en lo civil que defendían Locke o Rousseau. El individuo y la sociedad aparecen, pues, al unísono, en el instante en que afloran las tendencias humanas, las necesidades y aspiraciones, los deseos y demandas subjetivas, que son proyectadas desde la insuficiencia personal hasta la complejidad del entramado social, donde aquel conjunto de sueños se recoge, se sintetiza y finalmente se trata de realizar. La incapacidad del individuo para completarse por sí mismo trae como colofón la emergencia e irrupción de lo colectivo que asume esa tarea de simplificar el camino y remover los obstáculos para que aquélla pueda ser plenamente cumplimentada. Lo social es la vía por medio de la cual se realiza lo individual y donde esto cobra todo su sentido y toda su razón de ser. El hombre solamente puede ser en relación con los otros hombres.

  3. Individuo y sociedad nacen, pues, al mismo tiempo, en el preciso instante en que dos personas se unen, con las miras puestas en algo superior al destino de cada uno de ellos y a su realidad más inmediata. Allí nace la sociedad y allí nacen de inmediato los primeros problemas, las primeras tensiones, las primeras luchas y discrepancias, para lo cual el hombre acude al magnífico instrumento que es el Derecho. Decía W. Benjamín que toda sociedad se edifica sobre un crimen fundador, sobre una violencia originaria (Caín y Abel, como referencias bíblicas; Rómulo y Remo, en la legendaria Roma), a la que sigue una violencia consolidada, bajo la forma de Derecho. Pero no siempre tiene que irrumpir la violencia en esa forja de lo social. Vayamos a otro ejemplo conocido. Robinson Crusoe no precisaba del Derecho cuando vivía solo en su isla, ni tampoco cuando tenía que combatir a los indígenas que trataban de atacar sus posesiones recién adquiridas; pero cuando Viernes hace su aparición, la situación cambia, y la Moral, autónoma, tiene que dejar paso al Derecho, heterónomo, convencionalmente fijado o aceptado por ambos protagonistas de la inmortal obra de D. Defoe.

    Page 327

  4. Creada la sociedad y creadas las estructuras básicas de la misma, su esqueleto conceptual, nace de inmediato otro problema añadido que, en principio, no afecta para nada a los fundadores titulares de un Derecho, se podría decir, originario, para integrar la comunidad constituida. Es el problema del "otro", de lo que a éste le corresponde, de lo "ajeno", y el de la fijación de criterios que determinen su pertenencia, su inclusión o exclusión, dentro de la comunidad, el disfrute de los medios y de los fines dentro del entramado social. Es precisamente en este hito del camino donde Pietro Costa comienza el trayecto de la ciudadanía, acaso el concepto esencial en este campo, porque la ciudadanía, entendida en su más amplia acepción, es el criterio jurídico-político por medio del cual se determina la aceptación de un ser humano en otro grupo superior y lo hace partícipe desde ese instante en todo lo que dicho grupo, culturalmente hablando, comporta. Depende a partes iguales del Derecho y de la Política, porque lo que es simple decisión política deviene norma jurídica, lo que es una cuestión de aceptación se convierte en una regulación completa y compleja del sujeto aceptado. La ciudadanía no es solamente una barrera o una frontera que se sitúa en un mapa linealmente establecido, ni un escudo presidiendo el frontispicio de un pasaporte, ni una lengua hablada, escrita u olvidada: ciudadanía es el paso previo para formar parte del todo, para pasar a ser átomo de una reacción en cadena mayor, para conformarse como célula de un organismo integrador, donde cada una de ellas cumple la misión encomendada.

  5. Ciudadanía es nuestra embajada en el mundo, la carta de presentación que nos determina como personas, en el sentido jurídico del término, es decir, como sujetos plenos de derechos, tanto en nuestras conductas ordinarias individuales, como en las conductas que afectan a los demás y a la propia ordenación social. Sin la ciudadanía, somos apátridas y el apátrida queda totalmente al margen del Derecho y de la protección que éste despliega sobre sus elementos. La ciudadanía es conjunto de vínculos y de referencias. De la misma manera que en el Derecho medieval, la llamada "pérdida de la paz" suponía una suerte de ostracismo forzoso que colocaba al individuo fuera de la función tutelar, defensiva y garantista del Derecho, lo mismo se puede predicar en la actualidad de la ciudadanía: sin ella, sin su valor y sin sus consecuencias, el individuo queda al margen de los Estados y de los estados...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR