Historia de las ideas políticas

AutorTasia Aránguez Sánchez
Cargo del AutorCoordinador
Páginas12-62
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CAPÍTULO I
HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS
Para estudiar la historia de las ideas políticas vamos a .
Somos conscientes de las limitaciones que tienen los cánones divulgati-
vos. Richard Rorty (1990) señala que este tipo de recorridos históricos
se basan en enumerar “lo que diversas figuras tradicionalmente llamadas
“filósofos” dijeron acerca de problemas tradicionalmente llamados “fi-
losóficos”” o “un catálogo de lecturas que alguien debe haber examinado
cuidadosamente”. Para Rorty, elaborar un canon puede ser una tarea
ingenua si actuamos como si los temas relevantes y las personas relevan-
tes fuesen algo natural que ya viene dado. Añade que estos recorridos
históricos dan una imagen pobre de la filosofía, como si esta girase siem-
pre en torno a los mismos tres o cuatro temas y los mismos autores.
El filósofo nos invita a adoptar un punto de vista crítico: ¿por qué con-
sideramos que tal figura del pasado debe ser incluida y no otras?, ¿por
qué opinamos que ciertos temas deben ser incluidos? Rorty sugiere que
seamos conscientes de que al elaborar un canon no estamos simplemente
describiendo la historia, sino que estamos atribuyendo un reconoci-
miento honorífico a ciertas personas y temas. De hecho, según el autor,
las personas que escriben filosofía están subordinadas al poder de quie-
nes hacen historia de la filosofía, pues estas últimas seleccionan lo que
será recordado.
La historiadora Gerda Lerner (2017) nos alerta del sesgo androcéntrico
de los cánones de supuesta “historia universal”. Las mujeres fueron du-
rante muchos siglos excluidas de la elaboración de teorías y, por consi-
guiente, salvo excepciones, no aparecen en la historia del pensamiento
hasta la ilustración del siglo XVIII, momento en el que comenzó el mo-
vimiento de emancipación de las mujeres. Como señala Lerner, “para
las mujeres, lo anterior es prehistoria”.
Otro sesgo de los recorridos históricos didácticos suele ser la proximi-
dad. Las fuentes que destacamos son aquellas que hemos aprendido en
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la educación formal, enriquecidas con las que hemos encontrado en
nuestra experiencia investigadora. Como resultado, una lectura somera
de la bibliografía de un trabajo suele permitir deducir en qué país o re-
gión del mundo se ha escrito, e incluso en qué centro universitario se ha
estudiado o qué escuelas filosóficas nos han amadrinado. Las limitacio-
nes geográficas no desautorizan el interés universal de la filosofía occi-
dental, de cuyos hallazgos debería poder beneficiarse el mundo entero y
cuyas aportaciones humanistas y emancipadoras pueden ser reclamadas
como suyas por cualquier espíritu racional. Sin embargo, sí hemos de
tomar conciencia de que hay otras historias posibles de las instituciones
políticas, existen otros temas y otros nombres que no hemos llegado a
conocer y que ameritan ser estudiados.
Este libro no ha esquivado ninguna de estas limitaciones. Tal solo po-
demos hacerlas notar para que la lectura del mismo alimente el deseo de
conocer aquello que no hemos escrito.
1. TEORÍAS POLÍTICAS EN EL MUNDO CLÁSICO
LA DEMOCRACIA GRIEGA
La democracia nació en la “polis” (ciudad-estado) de Atenas, en Grecia,
en el La palabra procede del griego
y hace referencia al
. Las instituciones democráticas aparecieron con las reformas de
Solón y, especialmente, de Clístenes. Ortega y Gasset (1932) expone
que uno de los motivos del desarrollo de la democracia ateniense en el
siglo V a.C fue militar. Según el filósofo, la guerra contra Persia fue ma-
rítima y eso conllevó un menor protagonismo de los soldados cualifica-
dos procedentes de la aristocracia y una gran relevancia de miles de re-
meros de la clase popular, que reclamaron una mayor participación po-
lítica. Además, un aspecto que posibilitó dicha participación fue que el
gobernante Pericles introdujo un sueldo para quienes desempeñaban
cargos públicos.
En la democracia ateniense el poder residía en la , que era la
máxima autoridad y el centro del poder legítimo. En ella tenían lugar
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debates (pólemos) entre distintas opciones. Se trataba por tanto de un
modelo político deliberativo, en el que los conflictos se resolvían mediante
el diálogo (Quesada, 2008). El enclave de la asamblea era el ágora, la plaza
pública. El debate en la asamblea estaba presidido por dos principios:
La : es la , igualdad de todos los
ciudadanos con independencia del nacimiento o la fortuna.
Fue establecida por Clístenes y se consideraba el fundamento
de la democracia.
La : es la . Todos los
ciudadanos deben tener la posibilidad de tomar la palabra e
intentar convencer al auditorio con sus argumentos.
era fundamental en la democracia ateniense, porque el ta-
lento del orador podía modificar la dirección del voto en la asamblea
ciudadana. La democracia conllevó un notable cambio en el liderazgo
político, pues ya no bastaba el linaje para gobernar, sino que era impres-
cindible la aceptación popular. La máxima gloria a la que podía aspirar
el ciudadano era el ejercicio de responsabilidades políticas. La retórica se
concebía como la piedra angular de la ciudadanía democrática. Algunos
de los más célebres oradores griegos fueron Isócrates, Demóstenes y el
líder político . En Atenas se desarrolló una cultura de la retórica,
que no solo era necesaria en la política, sino también en las causas legales
porque, tanto si se acusaba de un delito como si se era la parte acusada,
la defensa tenía que realizarla la persona afectada.
A fin de ofrecer los conocimientos necesarios para la participación ciu-
dadana, los impartían clases de retórica, además de otras disci-
plinas como derecho, administración y ética. La palabra “sofista” com-
parte raíz con la palabra “sabio” (sofos) y aludía inicialmente a la persona
experta en algún oficio o arte, pero con el tiempo pasó a referirse a los
profesores de retórica. Debido a su papel fundamental, Hegel (1977)
denomina a los sofistas “los maestros de Grecia” y Ortega y Gasset los
considera precursores de la ilustración, pues cuestionaron todos los ele-
mentos procedentes de la tradición y la religión. En su mayoría eran
extranjeros que impartían sus conocimientos a cambio de dinero, cues-
tión que les granjeó críticas de Sócrates y Platón, que consideraban que

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