Las familias en la construcción de paz

AutorFrancisco José del Pozo Serrano/María del Mar García Vita/Giselle Paola Polo Amashta
Páginas83-98

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Instituciones educativas, comunidad de aprendizaje y familias

Los esfuerzos y responsabilidades por y con la construcción de paz en Colombia, desde la perspectiva educativa, no pueden circunscribirse exclusivamente a los escenarios escolares. Los espacios de socialización y de aprendizaje son múltiples; tradicionalmente se han mencionado las familias, la comunidad y la escuela como los entornos más próximos a los menores y más influyentes en su desarrollo. Aunque la redefinición de sistemas como la familia y la comunidad han dado lugar a una amplitud de casuísticas diversas que afectan a la composición de las comunidades de aprendizaje (Torío, 2004; Bolívar, 2006; Tuvilla, 2004). El autor Tuvilla (2004) habla de que los cambios que se han producido en las últimas décadas, no sólo en la esfera de las comunicaciones, sino en otros ámbitos sociales, culturales y políticos han dado paso a un período dominado por la llamada “sociedad educadora” (Tuvilla, 2004); lo cual amplía y complejiza los procesos educativos y los actores que en ellos intervienen.

Aunque grupos primarios como la familia y la comunidad han sufrido estos cambios, también continúan siendo realidades clave en la cotidianeidad y verte-

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bración de las experiencias diarias de las personas donde se definen características personales y relacionales de cada quien. Como muy acertadamente expone Joan Subirats:

La comunidad existe si la gente que la compone piensa que existe. Uno se siente comunidad, si se implica. Uno se siente comunidad, si puede participar. Uno se siente comunidad, si se está conectado. Implicación, participación y conexión son, sin duda, factores que ayudan a crear comunidad, a crear sentido de pertenencia (Subirats, 2002: 25).

Familia y comunidad, bajo esas premisas de pertenencia e implicación, deben ser capaces de trabajar con otras instituciones, como es la escuela. La escuela ha de convertirse en un elemento que articule y dinamice acciones frente a diferentes problemáticas y expectativas sociales, culturales y educativas, ampliando su rol institucional y sus potencialidades más allá de los espacios y tiempos lectivos (Caballo y Gradaílle, 2008). Del mismo modo que la institución y las personas que las componen han de comprometerse en la solución de los conflictos y de los problemas de los estudiantes y de las familias y comunidades (Medina y Cacheiro, 2010).

Violencias y conflictos en las familias

El conflicto como algo humano, no se limita a contextos concretos. El conflicto, las violencias y la paz son constructos, ideas, valores a las que no se le pueden poner límites espaciales. Los conflictos y violencias, desde el enfoque de la educación para la paz, no pueden trabajarse exclusivamente desde el objetivo de incidir en la convivencia escolar. Es necesario ampliar el foco, abstraer la idea de conflicto y las diferentes aristas de éstos, para la construcción de una verdadera educación para la paz.

Como bien se sabe, los conflictos de tipo interpersonal, en el plano interrelacional, se entienden como inherentes a las relaciones humanas. Amparándonos en la acepción de conflicto como situación en la que hay una contraposición de intereses, necesidades y/o valores (Cascón, 2001); los conflictos interpersonales han sido delimitados –en función de los colectivos implicados– como aquellos en que se producen en cualquier esfera de la realidad social, entre dos o más individuos estando muchas veces relacionados con las distintas maneras de afrontar situaciones de presión (Vinyamata, 1999; Burguet, 1999). Contamos con literatura que vincula la familia como un escenario en el que confluyen tanto relaciones solidarias como otras de conflicto que se dan con asiduidad (Bengtson, Rosentahl y Burton, 1996; Clarke, Preston, Raksin y Bengtson, 1999; Parrot y Bengtson, 1999). Frecuentemente se asume que las redes sociales y familiares tienen una función

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positiva, es decir, que todos los vínculos de esta naturaleza son positivos sin tener en cuenta que puede ser, en otros casos, proveedora de tensiones y conflictos (Villalba, 1993; Wellman, 1981).

Se puede decir, que la familia es el medio específico en donde se genera, cuida y desarrolla la vida. En este sentido, se convierte en el “nicho ecológico por excelencia, y por qué no, en la primera escuela de la humanización, de transmisión generacional de valores éticos, sociales y culturales” (Planiol y Ripert, 2002: 178).

A pesar de que cada familia es única y posee unas dinámicas diferentes, existen algunas problemáticas compartidas y que son las más comunes por las que atraviesan los grupos familiares. Muchas tienen que ver con la capacidad de la familia para atender sus propias necesidades, atenciones y cuidados; otras más complejas desembocan en el padecimiento de violencia intrafamiliar y cuestiones relativas a la pobreza (Oliva y Villa, 2013).

La violencia, entendida como una situación en la que una persona con más poder abusa de otra con menos poder, siendo los dos ejes tradicionales de desequilibrio de poder dentro de la familia los dados por el género y la edad (Corsi, 1994). La violencia, la agresividad, el maltrato son fenómenos que en ocasiones se dan al interior de los sistemas familiares. Esto puede tomar diversas formas: violencia intrafamiliar hacia menores, violencia de género, violencia intrafamiliar ejercida por los más jóvenes, entre otras.

En términos generales, entendemos por violencia intrafamiliar “todo acto u omisión sobrevenido en el marco familiar por obra de uno de sus componentes que atente contra la vida, la integridad corporal o psíquica, o la libertad de otro componente de la misma familia, o que amenace gravemente el desarrollo de su personalidad” (Consejo de Europa, 1986). El término violencia familiar alude a todas las formas de abuso que tienen lugar en las relaciones entre los miembros de una familia. El problema de la violencia en la familia no puede entenderse como una cuestión “privada”, anclado a esa idea de familia como esfera privada e impenetrable; ya que la salud, la seguridad, la educación, etcétera, son cuestiones públicas y comunitarias (Corsi, 1994).

Tal y como se mencionó anteriormente, la violencia se puede manifestar de diferentes formas. A continuación, se realiza una descripción de algunas de éstas:

Violencia de padres a hijos/as

La violencia intrafamiliar que se genera de padres a hijos/as se considera como una forma de vulneración de los derechos de niños, niñas y adolescentes. Aunque muchas veces el maltrato no se visibiliza de manera física, en algunos casos

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porque se ejerce sin dejar huellas en el cuerpo, es importante también considerar que existen otras maneras de violentar la integridad de este colectivo. Éste puede ejercerse de diversas formas, tales como: maltrato físico, emocional/psicológico, maltrato por negligencia o abandono, abuso sexual, trabajo infantil, entre otras (UNICEF, 2011). Cabe resaltar que en las diversas situaciones de maltrato siempre es visible alguna forma de violencia. Reconociendo el maltrato como “cualquier omisión o acción, intencional o no, por parte de las personas a cargo del niño, niña o adolescente que comprometan la satisfacción de las necesidades primarias físicas y socioemocionales, y que implique una vulneración de sus derechos” (UNICEF, 2011: 25).

Mientras que el maltrato físico es entendido como cualquier acción intencional producido por el uso de la fuerza, lo cual provoca heridas o daños físicos en el infante y adolescente; sean visibles o no, como golpes, pellizcos, fracturas (UNICEF, 2011), el abandono y la negligencia también son una forma de maltrato que genera perjuicios a nivel emocional y psicológico. La negligencia hace referencia a la ausencia de protección y cuidado por parte de quienes tienen el deber de hacerlo y poseen las condiciones para ello. En sí, es la desatención de un aspecto crítico del cuidado del infante o adolescente, la no satisfacción de las necesidades básicas (alimentación, vestuario, salud, etc.), a pesar de que se cuente con los recursos económicos para hacerlo. Proporcionar un ambiente de carencias que afecten su salud física, emocional o mental o exponer a los infantes y adolescentes al riesgo de sufrir esta alteración, también es reconocido como maltrato por negligencia (Martínez, 2011; Sanín, 2013; UNICEF, 2011).

Por su parte, el abandono es considerado como aquella situación de extrema negligencia que conlleva a una separación entre los padres o cuidadores y el infante o adolescente. Es decir, se produce cuando existe una ruptura con las figuras de apego. Al romperse el contacto y los vínculos físicos y afectivos, comienzan a descuidarse las responsabilidades físicas, psicológicas y emocionales que les corresponden como padres (Sanín, 2013; UNICEF, 2011).

De las interacciones familiares se desprenden pautas de crianza, patrones de socialización y vinculaciones entre sus miembros (Oliva y Villa, 2013). Las pautas de crianza frecuentemente se han relacionado con el desarrollo de conductas desadaptadas en los menores, siendo estilos educativos parentales que ejercen un alto nivel de control o de permisividad negativos para los menores y posible desarrollo de conductas agresivas o violentas (Moreno, Estévez, Murgui y Musitu, 2009; Palacios, 1999; Maccoby y Martin, 1983).

Es de gran importancia detectar e intervenir de manera oportuna estos casos...

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