Epílogo. El parlamento en tiempos críticos

AutorJosé Tudela Aranda
Páginas245-268
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EPÍLOGO. EL PARLAMENTO EN TIEMPOS CRÍTICOS
PRESENTACIÓN
He titulado este capítulo «El Parlamento en tiempos críticos». Me planteé
estas líneas cuando nadie imaginaba que un enemigo invisible nos cercaría
para desvelar todas las debilidades de un modelo político y social que no se
limita, como ya se sospechaba, a tener señales de fatiga. Se reitera que en el
después todo sería diferente. Nada podrá ser igual después de la pandemia
provocada por la covid-19. Desde luego, cambiará la política. Por supuesto,
también el Parlamento se verá afectado. Súbitamente, la retórica sobre las
crisis adquiere toda su actualidad. En esta ocasión, se ve con absoluta clari-
dad la disyuntiva entre catástrofe y oportunidad. El modelo político y social
que representa Occidente puede acercarse peligrosamente a la quiebra o, por
el contrario, encontrarse con la oportunidad que necesitaba para adquirir el
impulso para reinventarse. Lo único que debería quedar claro es que ello no
dependerá de la coyuntura o de los dioses del azar. Sin negar la influencia del
capricho de sus dados, serán los hombres los que en última instancia inclinen
la balanza en uno u otro sentido. Y es imprescindible que, desde el primer mo-
mento, se sea consciente tanto de la gravedad de lo que se encuentra en juego
como del papel que toca desempeñar.
En todo caso, sin pandemia, posiblemente, el título habría sido el mismo.
El Parlamento en tiempos críticos. Quizá hubiese temido caer en la exagera-
ción, algo que ahora, desgraciadamente, no me sucede. Pero el efectismo tam-
bién puede ser útil y me parece un título elocuente para llamar la atención so-
bre el núcleo del problema. En síntesis, la inadecuación de las formas vigentes
de los actuales modelos democráticos y, en general, de gobernanza, para hacer
frente a los retos de la sociedad emergente en paralelo a la revolución científica
y tecnológica. Más en concreto, se trata de denunciar las crecientes dificultades
para conciliar la necesaria eficacia en la respuesta a las cada vez más abun-
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dantes y complejas demandas sociales con los valores que sustentan nuestro
sistema. Hace tiempo que he defendido que esta es la razón nuclear de aquello
que cada vez más definen como crisis de la democracia, ya sin adjetivo alguno.
Junto a ello, en un terreno más cercano, hace tiempo que es evidente que el Par-
lamento como institución representativa se encuentra en crisis, aunque bien es
verdad que es una crisis con raíces antiguas (Manzella, 1989: 361). Las razones
son varias. Algunas tienen una última conexión con el anacronismo institucio-
nal denunciado en las líneas precedentes. Otras, como se ha intentado explicar
a lo largo de este volumen, tienen causas muy concretas y cercanas, muchas de
ellas solucionables. En todo caso, el conjunto ha tenido un efecto demoledor
sobre la confianza de los ciudadanos en la institución parlamentaria. Confian-
za y representatividad son el binomio que soporta la legitimidad de un sistema
político (Innerarity, 2019: 37-39). Por supuesto, exigen de las condiciones que
son identidad de un sistema democrático. Sustantivamente, respeto de los de-
rechos fundamentales, y muy en particular de la libertad de prensa; garantía
del Estado de Derecho, con especial deferencia por la independencia del Poder
Judicial; garantía de procesos electorales realmente competitivos y libres. Pero,
y ello se olvida en ocasiones, la existencia de estos presupuestos no asegura
la confianza y representatividad del sistema. Son condición pero no garantía.
Sirva ello para avanzar que el resurgir del Parlamento dependerá no solo de lo
que desde la institución se sea capaz de realizar para renovar su quehacer, sino,
también, del conjunto del sistema político.
Como colofón a estas líneas preliminares, querría recordar una idea ya
mencionada. La respuesta a las primeras señales de crisis del modelo, en pa-
ralelo al desarrollo de la crisis económica iniciada en 2008 y a la emergencia y
consolidación del movimiento de los indignados, fue poner el foco de atención
en la necesidad de reforzar la participación. Se trataba de una crisis de la de-
mocracia representativa y era preciso reforzar su legitimidad incrementando la
presencia de las instituciones de democracia directa y, en general, fortaleciendo
la participación política (Gutiérrez, 2013). En esos momentos, la mirada ape-
nas se dirigió hacia el interior de los Parlamentos, no se preguntó por la calidad
de la representación. El transcurso del tiempo ha puesto en evidencia que ni el
fortalecimiento de los distintos instrumentos de participación es panacea algu-
na y que la representación política sigue siendo la única forma de construir un
modelo político... democrático. Hoy, el reto ya no es suplir presuntos déficit de
participación. El reto es garantizar la vigencia de la democracia como sistema
político (Levitsky y Ziblatt, 2018: 237-268). Y ello pasa, fundamentalmente, por
dos cosas. Por un lado, saber trasladar al nuevo modelo social la necesidad y
trascendencia de los valores que sustentan la democracia. Por otro, por lograr,
mediante las modificaciones que sean precisas, que los sistemas democráticos
sean capaces de responder con eficacia y eficiencia a los retos planteados. Es
decir, legitimidad. Nada nuevo. La democracia ha de recuperar entre los ciuda-
danos una confianza que, no debería ignorarse, se diluye.
Es en ese marco en el que hay que plantear la renovación del Parlamento.
Como institución central para la necesaria recuperación de la legitimidad del

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