La educación en la televisión: hacia una necesaria integración

AutorIgnacio Aguaded Gómez
CargoUniversidad de Huelva/Grupo Comunicar

Confluencias y divergencias

Desde que los primeros televisores comenzaron a entrar en los hogares, se empieza a desarrollar una no siempre fácil relación entre la televisión y la educación, y concretamente entre este medio de comunicación y la institución escolar. La televisión va abarcando cada vez más espacios del saber y la cultura que la escuela había considerado exclusivos, barnizándolos con un tono atractivo y lúdico, ajeno en muchos casos al rigor académico y a la elite cultural de la escuela. De esta forma, ambas esferas comienzan a mantener un difícil equilibrio de relaciones que va a marcar el conocimiento y el ocio del final del siglo XX.

Entre “televisión y educación subyace una base común y muchos rasgos de semejanza, porque comparten una misma forma institucional. La televisión se ha hecho una institución social. Es por ello, aunque no lo aparente, más que una técnica, un lenguaje, un instrumento cultural que es asimilado por los ciudadanos de un modo cultural y, finalmente, una perspectiva sobre el mundo” (Pérez Tornero, 1993: pág. 10). Pero también la educación es una institución específica de transmisión del saber, aunque, como institución, no pivota sobre una tecnología concreta, sino sobre la relación que establecen profesor y alumno. En definitiva, «ambas entidades se ocupan del saber, lo manipulan, lo procesan y lo transmiten asegurando su conservación por medios muy variados». Y es precisamente esta semejanza radical que existe entre ambas instituciones la que provoca el conflicto, ya que “rivalizan” por un mismo espacio social, un mismo público y unas mismas aspiraciones de dominio cultural en la sociedad.

Televisión y educación comparten, en consecuencia, una serie de fines sociales que combinan a un mismo tiempo una relación contradictoria de alianza y enemistad. Ambas trabajan con una materia prima común: la información. Los enfoques que la modelan desde las dos esferas son bien distintos, ya que la escuela se centra más en la tradición, mientras que el medio televisivo incide más en lo actual y cercano. Esta información es a su vez procesada, almacenada y jerarquizada, siendo a su vez divulgada y controlada su difusión. En sendos casos, educación y televisión inciden en los procesos de socialización de las personas y la transmisión cultural del saber, aunque es cierto que los procedimientos empleados no son comparables, estableciéndose ámbitos muy diferenciados, no sólo en los objetivos, sino también en las estrategias.

Como diferencias más significativas que se pueden observar destaca especialmente el carácter espectacular de la televisión, centrada básicamente en el entretenimiento, mientras que la educación tiene un fin más formativo y metódico, y aunque es cierto que determinados programas televisivos aportan valores formativos, la predominancia general del medio se circunscribe a lo espectacular y lo banal. La televisión, además, incide mucho más en el mundo de lo presente y de la actualidad (al menos en el modelo que conocemos hasta ahora), mientras que la educación trabaja tradicionalmente desde una perspectiva histórica, dando prioridad a la evolución y al devenir.

También podemos observar que mientras el público de la televisión es escurridizo, manteniendo una relación con la pequeña pantalla asociada exclusivamente a un interés/placer simultáneo que se puede interrumpir abruptamente; la educación, en cambio, mantiene relaciones formales con sus clientes, más o menos obligatorias, planificadas de antemano y determinadas rigurosamente en el tiempo, estableciéndose criterios precisos para la conservación de la relación.

El lenguaje rápido, fragmentado, sincopado y poco secuencial de la televisión, contrasta con el discurso más razonado, sosegado, progresivo, analítico y conclusivo que impera en la escuela. La emoción se opone en este caso a la razón discursiva. Al mismo tiempo, el vertiginoso ritmo del medio televisivo se contrapone al pausado y lento ritmo de la educación. Por otro lado, la televisión crea constantemente en el espectador una permanente sensación de realidad, de vivencia directa de los acontecimientos; la escuela, por contra, emplea la reflexión y el distanciamiento de los acontecimientos como procedimiento para su apropiación.

Finalmente, otra diferencia clave que distancia ambos modos de difusión del saber de esta sociedad del nuevo milenio es el empleo de los canales. Mientras que la escuela privilegia, aún en demasía, el código escrito como preponderante lenguaje de transmisión, la televisión es por naturaleza un medio audiovisual que conjuga en una síntesis total las imágenes, los sonidos, las voces, las músicas, etc.

Resistencias de la educación formal ante el fenómeno televisivo

Tradicionalmente las relaciones entre la televisión y la educación no se han caracterizado de una forma global por su compenetración y complementariedad. Tanto desde un ámbito como desde otro, en raras ocasiones se han fomentado los puntos de encuentro. De hecho, desde el medio televisivo cada vez ha ido tomando más fuerza la idea de que la televisión se justifica sola y existe como máximo exponente y vehículo del espectáculo y el entretenimiento, en detrimento de sus potencialidades educativas.

En la escuela tampoco se ha favorecido un acercamiento al medio y su tratamiento en el aula. Desde la sociedad en general, y muy específicamente desde la escuela, han realizado críticas desde muy distintas ópticas. Cabero (1995: 216-217) clasifica estas recriminaciones y miradas críticas en diferentes perspectivas: socio-cultural (la incidencia de los contenidos violentos en los receptores), psicológica (las relaciones entre el consumo del medio y los bajos niveles intelectuales), el enfoque educativo (la interacción entre el visionado de programas y el escaso rendimiento escolar) y posiciones ideológicas, como los ataques, tanto de conservadores (por considerar que envilece a la “cultura” (genuina), como de progresistas (que la identifican como una herramienta del (“gran capital”). Pérez Tornero (1993: págs. 15 y ss.) señala, a su vez, algunos prejuicios que la educación ha mantenido respecto al medio televisivo, como un ámbito “entrometido” en la esfera del saber que ha arrebatado progresivamente parcelas a la propia institución escolar.

En este sentido, se han consolidado opiniones como las que consideran a la televisión un medio de diseminación de la información, que generaliza una cultura denominada por la autoconsiderada elite cultural como baja y chabacana, un saber degradado, que no requiere capacidad intelectual ni sentido crítico para su comprensión global. Por otro lado, la televisión ha privilegiado un lenguaje audiovisual que va más allá de la escritura, superando la cultura logocéntrica que desde hace siglos impera en Occidente. El mundo de la imagen, infravalorado desde el surgimiento de la imprenta, recobra con la televisión de nuevo su esplendor. Es lo que considera la elite cultural como la perversión de la cultura y la entronización del “babelismo” y el barroquismo cultural, ajeno a todo tipo de reflexión y análisis hasta ahora consideradas como las genuinas manifestaciones del saber. La televisión, dentro de esta serie de prejuicios, sólo responde como un medio de evasión de la realidad, que “vende” irrealidad y ficción, y que además se circunscribe, frente a la “cultura elevada”, en lo efímero y lo pasajero (García, 1995: 135). Como indica Pérez Tornero (1993: pág. 18), la televisión, en este sentido, “es vista por muchos como un masaje intelectual”, en referencia a la célebre frase mcluhiana de “el medio es el masaje”.

Por último, los “defensores de la «cultura” achacan a la televisión su carácter manufacturado y empaquetado, propio de una industria rutinaria, dentro del engranaje comercial y capitalista. La televisión es un sucedáneo y un sustituto que sólo puede atender a las “bajas pasiones”.

Es evidente que desde esta óptica de “cultura alta”, la televisión se considera, más que un medio, un obstáculo para el saber y en su entorno ha ido creando un estado de opinión muy asentado, especialmente en la profesión docente, de rechazo o ignorancia de este medio de comunicación por sus nefastas consecuencias para el tradicional fin educativo. Instalados, por ello, en la opinión pública, se ha creado un pensamiento latente que ha impedido que la televisión se haya considerado un medio educativo, en consonancia con sus posibilidades didácticas y su fuerte implantación y significatividad en la sociedad actual.

Sin embargo, Pérez Tornero (1993: pág. 21) subraya no sólo resistencias ideológicas, sino también motivos técnicos que han provocado la ignorancia de este medio en el ámbito educativo. Por un lado, y en consonancia con la poca relevancia que el lenguaje audiovisual tiene dentro de la escuela, todavía hoy día, la televisión no ha sido considerada ni como medio de estudio (auxiliar didáctico), ni como medio de documentación (y fuente de información), ni como objeto de estudio relevante en la sociedad actual. Además, junto a este tipo de resistencias, más o menos didácticas, es conveniente señalar también dificultades de uso de la tecnología audiovisual, bien por desconocimiento de los principios técnicos del medio o bien por la escasez de los mismos en los centros escolares.

En definitiva, la televisión hasta ahora ha sido frecuentemente minusvalorada en el ámbito educativo, y no se han explorado las múltiples conexiones de estas dos esferas del saber contemporáneo que, en sincronía, podrían conseguir una síntesis global de enorme trascendencia en la formación de las nuevas generaciones.

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