Ecologismo y lucha de clases

AutorTasia Aránguez Sánchez
Páginas11-88
ECOLOGISMO Y LUCHA DE CLASES
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1. INTRODUCCIÓN
Crecí cerca del mar. La playa de mi infancia tenía dunas por las que
corrían escarabajos peloteros, entre las rocas se podían encontrar cangre-
jos y erizos de mar, había bancos de peces y, si escavabas bajo la arena
del mar, encontrabas coquinas. Años después recuerdo que durante un
tiempo aparecieron muchos peces muertos, algas y conchas en la orilla
y que la superficie del agua comenzó a tener una pátina aceitosa. Ahora
apenas hay animales o insectos en la playa, tan solo las gaviotas conti-
núan allí. Estos recuerdos míos no son una excepcionalidad, no son una
experiencia exclusiva. Si volvemos al paisaje que recordamos de la infan-
cia, ya sea un bosque, un monte o la playa, es probable que haya cam-
biado por completo. En muchos casos, el paisaje de nuestros recuerdos
habrá sido sustituido por cemento y coches. También las calles han cam-
biado y donde antes había una mercería o una antigua zapatería, ahora
se encuentra una franquicia, ya no hay niños y niñas corriendo porque
el tráfico y el turismo han transformado los barrios. Con frecuencia han
desaparecido las conversaciones vecinales y ni siquiera sabemos quién
vive en el piso de abajo.
Habitualmente no pensamos en lo que hemos perdido y su ausencia no
nos conmueve porque las pantallas de los móviles, ordenadores y televi-
siones nos permiten abstraernos de la realidad circundante. Marcuse
(1981) expone que con la desaparición de ese viejo mundo ha sido dese-
rotizada toda una dimensión humana, porque ese ambiente nos propor-
cionaba placer, era casi como una extensión de nuestro cuerpo. Trepá-
bamos por aquellos árboles, saltábamos entre las rocas del espigón y
ahora es como si nuestro cuerpo hubiera sido contraído. La televisión y
las plataformas de contenidos audiovisuales colman nuestro tiempo de
productos prefabricados y el ocio es consumo. A diferencia del totalita-
rismo estatal de la sociedad descrita por Huxley en “Un mundo feliz”
(2021), en la sociedad tecnológica actual el totalitarismo consiste en el
moldeado de las aspiraciones individuales. La tecnología ha instituido
formas de uniformidad social efectivas y agradables. Podemos decirnos
que nosotras mismas hemos elegido el pasaporte con unos cuantos se-
llos, la cuenta en Netflix, la universidad y vivir en una ciudad por los
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beneficios de su vida cultural (Simón, 2020). No queremos ni imaginar
perder las nuevas comodidades, aunque recordemos el anterior modo de
vida con nostalgia. Marcuse (1981) definió la sociedad dominada por
las tecnologías audiovisuales como mundo “unidimensional”. Adorno
(1983) explica que el proceso de tecnificación ha infestado todas las ex-
periencias, incluida nuestra relación con la naturaleza. La industria tu-
rística ha cosificado la amplitud natural reduciéndola al concepto de
“paisaje” y llenándolo de huellas de lo mercantilizado. Sentir la natura-
leza y percibir su calma es ahora un reclamo publicitario aunque solo
logremos sentir que paseamos entre una fotografía y la siguiente.
Nuestra cotidianeidad transcurre en medio de objetos y estructuras ar-
tificiales fabricados por máquinas. En la ciudad, los procesos de extrac-
ción de recursos naturales son invisibles y los residuos que generamos
cada día, desaparecen mágicamente de los contenedores. No somos
conscientes de que respiramos, bebemos, comemos y nos movemos gra-
cias a la naturaleza. No percibimos su deterioro. La sociedad predica el
optimismo tecnológico y confía en que el progreso nos librará de los
problemas que, en muchos casos, la propia técnica ha causado (Herrero,
2006).
2. TECNOEUFORIA Y TRANSHUMANISMO
Las manifestaciones filosóficas más extremas de la tecnoeuforia contem-
poránea sostienen que la destrucción medioambiental debe motivarnos
a deshacernos de una vez por todas de la cárcel de la biosfera y la frágil
carcasa del cuerpo. Para el transhumanismo, tanto el envejecimiento
como la muerte son errores biológicos que podrían ser corregidos me-
diante mecanismos de regeneración. Sin embargo, como señala Diéguez
(2019), la muerte es necesaria para la especie, puesto que si nadie mu-
riera o pocas personas lo hicieran (debido solo a causas accidentales), los
recursos se acabarían pronto y la especie se extinguiría. Si viviésemos
cientos de años, los límites de territorio y recursos del planeta requeri-
rían imponer controles de natalidad muy estrictos, de modo que durante
siglos las mismas personas, de una sola generación, habitarían el mundo
(Diéguez, 2021). Uno de los sueños del transhumanismo es esquivar la

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