El Derecho leonés en la Edad Medía

AutorM. Fernández Núñez
Páginas472-477

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I - Institución de la monarquía cristiana. La vida medieval

Nace la Monarquía cristiana espontáneamente a impulsos de un espíritu o instinto connatural de defensa, que obliga a aquellas gentes proscritas a replegarse, unidas en fraternal asociación, en los más abruptos rincones de sus pequeños Estados. Fuera, en las estribaciones del Auseba, en lugares próximos a León, o en las cercanías de Llanes, que no importa ello a nuestro propósito, es lo cierto que la simple organización de la que habrían de desprenderse todos los resortes de la complicada máquina del moderno Estado surge, obedeciendo a una explosión amplia unánime de sentimientos, creencias y tradiciones, vinculadas a ideales comunes, que presta base a un edificio sólido e inconmovible a las asechanzas de enemigo tan poderoso y superior en intelectualidad como formidable en pujanza material.

Digna de estudio, tanto la manifestación primitiva de este esfuerzo, que llega a consolidar un Estado elevado sobre cimentación tan débil, cuanto el progresivo desarrollo de instituciones procreadas a la sombra de un lejano ideal vivificado con la esperanza de un triunfo que la constancia garantiza.

La consideración de ese hecho capitalísimo, que orienta y traza la línea hacia la cual convergen inclinaciones concretas, aspiraciones análogas de aquella comunidad espiritual, ligada por vínculos de estrecha unión que mantiene vivas aspiraciones apoyadas en el baluarte de un envidiable optimismo, admira y seduce con la atracción que causan los magnos sucesos y maravillosas hazañas.

Nótase, a través de influencias extrañas que intentan borrar las características de la primitiva organización, el espíritu democrático dePage 473 aquella embrionaria Monarquía. Nobles y vasallos, fusionados en uniforme compenetración, mezclados, confundidos al impulso de un afán legítimo, súmanse en afectuosa cordialidad, germinada en ferviente deseo de soberana independencia. Claro está que, a medida que consigue afianzarse el principio de autoridad, van cobijándose bajo el manto protector de los monarcas elementos que más tarde habrían de servir de garantía al Trono: el clero y la nobleza. Muy reciente aún el esplendor de la Monarquía visigótica, y vivos los restos de su tradicional poderío, bien pronto, merced a la acción del tiempo, a la ignorancia del pueblo y al sagaz instinto de los poderosos, rescatan su influjo y valimiento, mermando facultades a la Corona y manumitiéndose de la autoridad que el rey pretende oponer a su desmedida ambición, elementos que, ante el temor del derrumbamiento total de su pujanza, hubieron de tolerar eventualmente la máscara hipócrita de la sumisión, que ocultaba su sórdida avaricia y su insaciable ansia de imperio.

Que el espíritu del monarca fue opuesto en un principio a ceder facultades consideradas como esenciales a la soberanía, indícanlo hechos incontrovertibles. No ya solamente la franca inclinación a apoyar los atributos del Poder en la voluntad de los vasallos, sino la tendencia a quebrantar regalías anejas a...

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