Pérez Collados, José María: Los discursos políticos del México originario, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998.
Autor | M. Ferrer |
Páginas | 753-756 |
Page 753
Los discursos políticos del México originario llaman la atención, en primer lugar, por la multiplicidad de puntos de vista de que se sirve su autor: así, los estudios dedicados a cada uno de los cuatro discursos en que se estructura el libro -prehispánico, político tradicional, de la modernidad y de la razón de Estado-, son enfocados desde diversos prismas, gracias a la versatilidad del profesor Pérez Collados, que no encaja sus observaciones en compartimentos estancos, incomunicados entre sí, sino que se asoma a la variopinta realidad que constituye el objeto de su estudio desde perspectivas sucesivas, pluridisciplinares y complementarias. Así, la dramática conclusión con que se cierra la obra -la irrealidad nacional de un México que niega el ser de su población originaria- no resulta sino la verificación de una tesis que, aunque escandalosa para la historiografía oficial mexicana, se apoya en muy sólidos pilares y no es producto de especulaciones o simplificaciones elaboradas a partir de elementos sueltos, carentes de cohesión.
Con justicia puede hablarse de una «segunda conquista» de los pueblos originarios, que se lleva a cabo después de la Independencia, de modo paralelo a la instauración de un Estado nacional. A través de ese proceso se consuma la segregación del indio, cada vez más excluido de una sociedad que, porque se quiere moderna, se dice igualitaria y negadora de diferencias entre sus ciudadanos: la aculturación del indígena -su mestización- no es sino el resultado lógico a que conducen esas premisas, que conllevan también el final de la autonomía indígena. Si la primera conquista había inventado la idea uniformizadora del «indio», la segunda conquista conduce a una fase más avanzada de homogeneización, y fabrica el concepto de «ciudadano».
Los criollos, a quienes -con las limitaciones que se quiera- hay que emplazar entre los sectores favorecidos de la sociedad novohispana, compartían una mentalidad que les llevaría a implicarse como «patriotas» en la lucha emancipadora, una vez que ésta hubo superado su primera y más virulenta etapa, protagonizada por la «chusma». Enseguida asumieron los criollos que ellos encarnaban los ideales de ciudadanía del nuevo Estado que, paradójicamente, adquirió vida antes de que hubiese una nación: «precisamente por ello, 1821 no sería una solución, sino la agudización del eterno conflicto americano»1.
Muchos miembros de las comunidades indígenas tuvieron parte activa en las luchas insurgentes que empezaron en 1810: pero, como advierte Pérez Collados -que se apoya en Tutino, Hamnett y Van Young, entre otros-, la implicación de los indígenas en la revuelta se dio de modo selectivo: fueron las poblaciones más aculturizadas, cuyos vínculos...
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